• 24/05/2020 00:00

Fachendosos

En este país donde las cosas se hacen a la bulla de los cocos y sin planificar, los que quedan en los márgenes están jodidos

Los que desean lucrar con el dolor ajeno. Los que, como moscas en la carroña se arremolinan, verdes, azules, iridiscentes en un torbellino de aparente belleza externa. Moscardones infectos que se aprovechan de las debilidades, dándose golpes de pecho en las redes, proponiendo hashtags. Haciendo ver que les importa.

Hay decenas, qué digo decenas, ¡cientos!, que digo cientos ¡miles!, zumbando al olor de la tragedia.

Vamos a diseccionar este cadáver para exponer las entrañas antes de que los gases las hagan explotar. El gobierno, al hilo de muchos otros gobiernos (algunos hubo que no siguieron el hilo y les ha ido mejor o peor, que eso es tema para otro aullido, por ahora volvamos al cadáver), el gobierno, decíamos, ha decidido que para salvarnos la vida debía conculcar nuestro derecho a la libre circulación. Y lo hizo. Y llevamos 60 días encerrados. Y yo no me quejo, oigan, de verdad, que yo soy cumplidora de leyes y reglamentos.

Pero en este país donde las cosas se hacen a la bulla de los cocos y sin planificar, los que quedan en los márgenes están jodidos. Los que no soportan el encierro, los que no tienen cómo mantenerlo, los que no tienen dónde, los que no tienen con qué. Gente robando plátanos, gente desesperada.

Gente que se empuja a sí misma hacia el final.

No pretendo ahora, ni lo pretenderé nunca, darle voz a los que decidieron callar para siempre. Una decisión propia y la respeto. Al igual que respeto el dolor lacerante de familiares y amigos.

Ahora bien, no me pidan que respete a los sinvergüenzas que se arropan con esa tragedia. Los que para ganar unos cuantos likes enarbolan la bandera de la empatía y la solidaridad.

Miren, les cuento un secreto, esta semana he hecho un experimento, y ¿saben cuál es la conclusión a la que he llegado? Que a nadie le importa lo que pones en las redes. Que no importa lo deprimido que estés, lo triste que estés. Que es mentira que haya un hombro cerca para sostenerte, para hablar. Que los baladrones que presumen de apoyar y ayudar no son más que buscadores de fama fácil.

Estar ahí para alguien es estar. Y ni aún estando, muchas veces, puedes hacer mucho más que estar.

Lo otro, las lágrimas de cocodrilo, los mensajitos en redes sociales, los golpes de pecho póstumos, son egoísmo. Son para sentirte mejor tú o para que la galería te considere una buena persona. Lo cierto es que no ayudan en nada a los que están en el laberinto y, cansados de dar vueltas, han decidido caminar para encontrarse con el minotauro. Quizás alguien pueda callarme la boca, quizás alguien me pueda decir, “Oye, sí, que cuando yo estuve tan mal que la única solución que entendí para dejar de sufrir es lanzarme al abrazo de la muerte, leí un post en Twitter y oye, como que se despejaron los nubarrones que atenazaban mi garganta. Uuuuuf, ver todos los corazoncitos que le pusieron al comentario de Fulanita hizo que me diera cuenta de que la vida son mariposas de colores que dejan caer nubes de purpurina”. Quizás. Lo dudo. Pero quizás.

Seguimos encarcelados en nuestra casa mientras cientos de conciudadanos están en un callejón sin salida. Y no, en esa situación, ni siquiera tienes fuerzas para llamar al 169. Se lo digo yo. En esa situación, lo único que te salva es no tener, ni siquiera, las fuerzas suficientes como para caminar hasta la ventana y abrirla, porque el gobiernito que nos ha tocado en suerte en la tómbola quinquenal nos encerró dejándonos solos con nuestros monstruos.

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