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- 31/05/2020 00:00
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Las historias de Andrés Villa abarcan siglos y varios continentes. Y es que no es necesario circunscribirse al país de origen, ni al tiempo en el que se vive. Es una de las grandes cualidades de la literatura. Sin necesidad de abandonar el hogar donde se vive, a través de una historia podemos conocer muchos lugares, muchas épocas y muchos personajes. Sobre sus personajes femeninos, conversa el escritor, con La Estrella de Panamá.
De todo un poco. A lo largo de la vida he visto a multitud de mujeres en diferentes ámbitos. En mi casa, mi madre y mis tías cómo sacaron la familia adelante; en la vida real, en la literatura, también en barrios populares.
Sofía (“El fuego”) es una mujer que vi muchas veces en Santa Ana. Madre soltera, se encuentra desesperada por no encontrar a su hijo en medio de un siniestro que consume su hogar. Al verlo, se entristece al ver las pérdidas materiales, pero se siente aliviada porque su bien más querido está entre sus brazos.
La mujer no enfrenta la adversidad de igual manera que el hombre. Ella no tiene la fuerza física y entonces piensa, utiliza su astucia, su belleza; cede en ciertos asuntos y consigue otros. La suspicacia es propia de la mujer. Penélope, un personaje de Homero que aparece en el cuento “Itaca”, mantuvo a raya a los pretendientes que querían tomarla como esposa, y así, llevarse el trofeo y robar la fama de su marido Odiseo y la honra de su casa.
Todos mis personajes usan las artes femeninas como herramientas para salir adelante: astucia, valor, inteligencia, y una manera de identificar y afrontar los problemas muy diferente a los hombres. Mi abuela mantenía una lucha diaria para poner comida tres veces al día para diez personas. Y lo consiguió.
En “La sílfide”, María del Carmen Altamar murió de amor, como “La niña de Guatemala”, pero su fantasma regresa para lavar su honor delante del altar de la iglesia donde fue dejada plantada frente a todo un pueblo, y después descansar en paz.
En “Mariluz”, una prostituta llega a la gran ciudad a vender su cuerpo, pero antes cambia de nombre. Y dice para sí, 'ellos comprarán a Mariluz, pero a mí no'. Su belleza y sus artes amorosas son tan grandes que lleva a uno de sus clientes a asesinar a otros. Es un cuento de literatura negra.
El más querido es Rosa (“Correoso, arrabal ardiente”), una joven bella y valiente, de color oliva y pelo negro. La construí físicamente tal como es mi ideal de mujer. Los finales del siglo XIX todavía están adornados por el romanticismo que rodeó a las artes. Ella es cándida, pero fuerte, y es el símbolo de la mujer panameña que dio hijos a la República.
Cada una de ellas tiene algún atributo físico y de comportamiento que me gusta. La sexualidad de la judía Esther (“El pecado de Esther”, Perdedores) que seduce a un nazi para salvar a niños del gueto en la Segunda Guerra Mundial o el ardor de Sofía (“El santón”, Perdedores) una gitana del tiempo de la peste negra que no vacila en amar a un joven cura, en Francia.
También está María Ossa de Amador, quien confeccionó la primera bandera panameña y es la protagonista de “Sucedió en noviembre”. Representa el valor de desafiar a Colombia en aquellos años de 1903.
El más despreciable es un personaje de una novela negra que no ha sido publicada y que llevo varios años de escribir y reescribir. Ella es mala, y arrastra a otros hasta el crimen, y a medida que pasan las páginas se corrompe más y goza con el mal que hace.
Hay mujeres virtuosas, madres abnegadas, pero también las hay que rompen las reglas con que el poder masculino las quiere atar. Por siglos la mujer ha sido presentada como la fuente de todos los males: Eva, en el Paraíso, fue la que le dio de comer a Adán la manzana prohibida; Pandora, en el universo griego, fue la que abrió la caja y liberó las pestes que asolan a la humanidad; María Magdalena no fue ni prostituta ni nada, y los doctores de la iglesia le achacaron todos los pecados femeninos del evangelio. A la mujer, hasta hace poco, no se le dejaba votar.
Mis mujeres son valientes y atrevidas. Es un mensaje reivindicativo que mando en mis obras. No se arredran en sentir placer y vengar las afrentas recibidas. Eso de que la mujer fue creada de la costilla del hombre es una babosada que las mujeres en el siglo XX han echado por tierra. La mujer es un factor esencial en la sociedad.
Las convenciones sociales han sido cadenas muy pesadas para las mujeres. Algunas han utilizado el amor para romperlas y aprovechado las revoluciones para obtener la libertad. Con las revoluciones se relajan las reglas sociales en mis cuentos. En esos dramas, surgen mis personajes.
Mientras más escalas más se fijan en ti. Los perros ladran, despiertas envidias. Ya no puedes hacer lo que hacías antes. No tienes esa libertad. En estos días de pandemia, una amiga que tiene un alto cargo político señaló que quería tomarse un vino precisamente cuando levantaron la ley seca, y enseguida en las redes la criticaron. Le aconsejé que borrara el post. Hoy con las redes sociales esto es más cierto que nunca.
Para mí, en una novela, no debe faltar el personaje femenino. Yo he estudiado la novela y el cuento desde niño, como gran lector. La historia de la literatura está llena de grandes personajes femeninos. Helena, Penélope, Josefina, Karenina, Dido.
Conseguí muy buenas críticas con el amor de Rosa y un ingeniero francés en Correoso, una novela histórica. En La Nueve, una novela de pandilleros, Rosita también es el vértice de un triángulo amoroso. Es una 'chacalita' que lucha por subsistir en un mundo de violencia y pobreza.
Las prostitutas para mí son personajes ideales para la literatura. Acompañan, participan y le dan a la historia otro aire muy interesante, enigmático. El amor y el sexo son los motores de la vida. Las mujeres son reales, están en todas partes de la sociedad y en todas partes del arte. Un pintor las pinta, un compositor les dedica canciones, y un escritor trata de desentrañar el misterio de cómo son ellas en verso y prosa.
Yo admiro mucho a las mujeres. Me gusta verlas moverse. En mi barrio piropear muchachas era todo un deporte. Para mí no hay nada más bello que la mujer. Me encanta su forma de ser tan diferente a nosotros. Y alguna vez oí que el verdadero amor es el que “consigue” que la otra persona crezca de muchas formas, espiritual, cultural, económico. No he sido un hombre de una sola mujer, pero no he sido nunca egoísta con ellas. Ayudé y me ayudaron. Tengo un balance positivo en ese sentido.
La literatura es el arte de la palabra. Es una de las modalidades con que los escritores, los artistas retratan la realidad que los rodea. Y en ese espacio, las mujeres son tan protagonistas como los hombres. Y en cada episodio, cuento o novela, las retrato tal como las veo, tal como ellas han moldeado mi pensamiento y han trazado los acontecimientos. Claro que el lector identifica mis mensajes. Los que trato de plasmar y los que él identifica en su psique, en su alma, en su fuerza interior. Cada personaje que describo en mis obras encuentra eco en personas de la vida real. Podrán criticarla o tomar de ejemplo sus acciones. Entonces sí, claro. Mis personajes son de carne y hueso revestido del ropaje de la literatura, con exageraciones, metáforas. Desde siempre los personajes femeninos literarios han sido ejemplo de lo que debe ser o no debe ser una mujer.
Pertenecen a épocas y lugares distintos, pero todas luchan por lo que se proponen