El Instituto Nacional, el movimiento estudiantil y las relaciones de Panamá con Estados Unidos

Actualizado
  • 07/08/2020 00:00
Creado
  • 07/08/2020 00:00
De la experiencia del movimiento estudiantil panameño, las nuevas generaciones podrían aprender mucho, sobre todo, de la resistencia y de la resiliencia de aquellas generaciones anteriores

No soy del criterio que, para preservar la historia de un país, sea necesario decir “prohibido olvidar”. A ninguna generación debe quitársele el derecho de recordar o seleccionar lo que corresponde con el sentido de sus vidas. Tampoco podemos esperar que los estudiantes de hoy tengan los mismos valores, orientaciones o expectativas que nosotros. Sus puntos de partida son diferentes a los nuestros.

Fachada de 'El Nido de Águilas' con sus emblemáticas esfinges

Cuando llegué al Instituto Nacional, en 1975, pude capturar lo que todavía “quedaba” del movimiento estudiantil, de aquel movimiento estudiantil clásico, que había definido su presencia y sus luchas por la presencia estadounidense en la Zona el Canal y la recuperación de la soberanía en todo el territorio nacional. Y digo “quedaba”, porque la Federación de Estudiantes de Panamá ya no era la misma. Más bien, era una agrupación que concurría con otras organizaciones, en el sistema secundario y universitario, como el FER, el Guaycucho, Liga Socialista Revolucionaria, el Círculo Camilo Torres, y otras. Y la concurrencia no solo era verbal, sino incluso física y, en ocasiones, no se sabía cuál era la diferencia que había entre un grupo político de jóvenes y una banda de rufianes juveniles.

En verdad, este movimiento estudiantil, que había pasado por la Siembra de Banderas de 1958 y la gesta del 9 de enero de 1964, ya había dejado tras de sí sus mejores años de gloria en la década de 1970 y 1980 del siglo pasado. ¿Qué fue lo que ocurrió? ¿La cooptación por la dictadura militar del movimiento estudiantil? ¿Su fragmentación? Muchas explicaciones quedan pendientes para saber qué fue lo que ocurrió.

Lo que sí me parece es que, por la vía de la nostalgia o la sana o falsa ilusión de crear un movimiento estudiantil con aquellas clásicas características de los 40, 50 o 60, no lograremos tampoco comprender el hecho de que ya antes de que se terminara la Guerra Fría y con la invasión en 1989, el movimiento estudiantil había perdido su gran llamado que lo hizo posible.

Y con la administración panameña del Canal y el ejercicio de la soberanía sobre todo el territorio, en 1999, se logró finiquitar lo que, según Jorge Conte Porras, en su clásico libro La rebelión de las esfinges (1978), había dado fundamento histórico al movimiento estudiantil: “...rechazo a la presencia del imperialismo norteamericano en nuestro territorio”.

Sin embargo, aquí no puede terminar este relato. De hecho, estamos presenciando la completa ausencia de proyección histórica cuando negamos la enseñanza “obligatoria” de las Relaciones de Panamá con Estados Unidos. No se trata de que debe ser “obligatoria” o no esta materia en el pensum curricular. De lo que se trata es que estamos negando el ADN de la historia moderna de este país, que ha sido marcado por un nacionalismo, ya sea cultural o de tribu, racista y xenofóbico, pero también por un nacionalismo histórico y político, un nacionalismo alimentado en las tradiciones más lúcidas del liberalismo democrático y del republicanismo panameño y colombiano del siglo XIX.

Se trata de que estamos pasando tabula rasa sobre la historia del país y, sobre todo, sobre la historia del movimiento estudiantil panameño, cuyos hitos históricos están en conexión a las relaciones con Estados Unidos. A partir de aquí, sin esta relación dramática, que le ha costado al país tantos sobresaltos políticos, culturales, económicos y familiares, estoy completamente seguro de que todavía tendríamos con vida a José Manuel Araúz, a Polidoro Pinzón, a Juan Navas Pájaro, a Ascanio Arosemena y a Jorge Camacho.

La historia de esta relación dramática, en efecto, se ha traducido en dolor para numerosas familias panameñas, marcada por la pérdida de sus seres queridos. No concibo, en efecto, impartir esta materia sin la presencia del movimiento estudiantil. No es haciendo monumentos o discursos como vamos a hacer honor a estos panameños, pero sí reconociendo ese ADN nuestro, es decir, que bajo la historia de las Relaciones de Panamá con Estados Unidos, hay una historia más profunda, trágica, de unas relaciones que han cruzado a toda la sociedad panameña hasta lo más recóndito de nuestras psiquis como personas. Y es que hay que decirlo: la presencia estadounidense en Panamá no ha salido de nuestras vidas. Ha sido nuestra pesadilla.

Ciertamente, las nuevas generaciones de panameños tienen el derecho de definir qué quieren recordar. No obstante, no podemos decirles a los jóvenes panameños que la historia de la esclavitud y del racismo en las Américas y, particularmente, en Panamá, solo merece una nota a pie de página. Tampoco podemos acuerpar que, bajo el manto de la pereza y la desidia institucional, saltemos sobre lo que nos ha definido en nuestra historia nacional moderna: una Zona del Canal que no solo laceró el territorio nacional, sino el alma de todos y cada uno de los panameños por décadas.

Hay cosas que hay que saber. Otra cosa es que discutamos cómo hay que saberlo, pero debe estar puesto en el currículum no solo de las materias escolares, sino en el currículum de la memoria que nos ha definido y marcado en el mundo, tanto como personas, como comunidad, que ha compartido el avatar de un destino que está lejos de reconciliarse consigo mismo.

En este sentido, no debemos recordar para petrificarnos en el pasado, llenarnos de protocolos burocráticos, innecesarios y represivos de la memoria administrada, de frases hechas y vacías que nadie escucha, sino que de la experiencia del movimiento estudiantil panameño, las nuevas generaciones podrían aprender mucho, no para repetir una experiencia que es irrepetible, pero sí para abrevarse de la resistencia y de la resiliencia de generaciones anteriores y de la voluntad de lograr un mejor país para todos.

De mis años escolares recuerdo el primer día que llegué al Instituto Nacional. Era un adolescente lampiño y delgado. Mi madre y mi tío habían egresado de este plantel en la década de 1950 y 1960, respectivamente. Había llegado sin ninguna referencia histórica o política de ese plantel. Mi madre, “sencillamente”, me puso allí, tras yo decirle que no quería seguir estudiando en una escuela privada.

Al ir caminando hacia la escuela, es decir, al tener al frente mío esa fachada del Instituto con sus esfinges, sentí que iba a ser parte de algo, de un sueño o de una idea, mucho más allá que entrar a una escuela para aprobar materias. Sentí que iba a ser parte de un destino, sí, de un destino, que se manifestó con detalles sencillos, propios de un ritual de iniciación, como el gesto de un padre que cerrara el nudo de la primera corbata de su hijo e incrustara en el cuello de la camisa blanca ese pequeñito pin, rojo, con su esfinge dorada. Subo por las escalinatas, me detengo a ver una esfinge con sus garras, y solo puedo repetir aquí lo que está escrito en una de las placas del Instituto, letras de Emerson que han sido leídas por generaciones enteras de jóvenes panameños: “Solo los que construyen sobre ideas, construyen para la eternidad”.

El autor es profesor extraordinario de la Universidad de Panamá.

Lo Nuevo
comments powered by Disqus