Cuando ir a la escuela es caminar horas bajo la lluvia, por río y lodo

Actualizado
  • 23/04/2022 00:00
Creado
  • 23/04/2022 00:00
El recorrido, las botas de hule, los traspiés en el río no desaniman a los más de 300 estudiantes de la escuela Quebrada Hacha en la comarca Ngäbe Buglé. Para estos niños y adolescentes recibir clases es un reto diario que asumen con valentía

Entre el verde de las montañas y el ambiente cargado de humedad, Dionisio Ábrego camina hacia la escuela Quebrada Hacha. Con una mano se quita las gotas de lluvia de la cara, con la otra agarra sus cuadernos. Esquiva una piedra, salta y llega a la orilla del río Hacha. Levanta la mirada, respira profundo y divisa el centro educativo concurrido por estudiantes que se dirigen en todas las direcciones con sus uniformes mojados.

Las tres horas que le toma el recorrido, desde su hogar hasta el plantel, no le quitan el ánimo para seguir estudiando. Al contrario, se siente ilusionado, porque este año tiene la opción de recibir clases cinco días a la semana, porque durante la primaria no fue así.

Cuando ir a la escuela es caminar horas bajo la lluvia, por río y lodo.

“Vengo de la comunidad Cerro Maíz. Es muy difícil asistir a la escuela, tengo que salir de mi casa a las 9:00 de la mañana para poder llegar antes de las 12:10 de mediodía. De regreso, salgo a las 5:50 de la tarde y llego como a las 9:00 de la noche. Pero quiero y seguiré estudiando”, dice Dionisio.

La lluvia cae más fuerte y Dionisio acelera el paso. A su derecha, en la casa comunal, dos grupos de estudiantes reciben clases. A su izquierda, el verdor de los cerros de Tolote, distrito de Kankintú, uno de los puntos más profundos de la comarca Ngäbe Buglé, donde está enclavada la escuela Quebrada Hacha.

Cuando ir a la escuela es caminar horas bajo la lluvia, por río y lodo.

Dionisio escucha los murmullos y las risas de los niños bajo la lluvia, mientras se resguarda en una antigua instalación del centro de salud, hoy, la dirección del plantel.

Veinte docentes de distintas partes del país enseñan en el centro educativo, inaugurado el 21 de diciembre de 1987. Algunos trabajan desde hace más de diez años, otros apenas inician su carrera como docentes en la comarca. Pero todos llegan a la escuela por la provincia de Bocas del Toro o por la de Chiriquí; esta última, la vía más utilizada.

En San Félix, Chiriquí, se aborda el transporte que llega en más o menos una hora al final de la carretera. A pesar del sol, la brisa y el frío de los 2.044 metros sobre el nivel del mar, son los actores principales en cada escena del lugar.

Para la mayoría de los profesores, el recorrido a pie hacia el centro educativo empieza en la comunidad de Gato. La docente Marianela Atencio, por ejemplo, es diestra en la ruta. Tiene 15 años de trabajar en la escuela Quebrada Hacha y le toma 45 minutos desde Gato hasta el centro educativo. “El trayecto es difícil”, dice. “Hay que cruzar el río más de diez veces y en algunas ocasiones el agua me llega a las rodillas”.

Cuando ir a la escuela es caminar horas bajo la lluvia, por río y lodo.

En la dirección del plantel, sentada en una silla plegable al lado de un modesto escritorio, la maestra Marianela viste una camisa distintiva del Ministerio de Educación de Panamá y un pantalón negro, mientras comenta los pormenores del plantel.

“La población estudiantil es de 327. Contamos con 20 docentes, incluyendo el director. Tenemos nueve grupos de primaria y cinco de premedia”, dice.

Cuando ir a la escuela es caminar horas bajo la lluvia, por río y lodo.

La lluvia no para. Dionisio espera.

Con el ritmo, tono e intensidad característicos de la voz de una docente, Marianela continúa: “A nuestros estudiantes les cuesta mucho el aprendizaje por las situaciones complejas que viven. Aquí llueve mucho, es muy frío. La mayoría vive lejos del plantel. Su alimentación no es buena, pocas familias pueden decir 'mi hijo come dos veces al día'. Están la mayor parte del año resfriados porque se mojan, y la mayoría toma clases así”.

Cuando ir a la escuela es caminar horas bajo la lluvia, por río y lodo.

Sin embargo, reconoce que la actitud de los estudiantes “es positiva”. “Respetan, son bastante obedientes, en general, su conducta es buena”, dice.

Afuera la lluvia no da tregua. Los niños de primaria se dirigen a sus hogares. Se cubren con plásticos, paraguas y cartones. Dionisio revisa sus cuadernos: no se mojaron. Los lleva cubiertos por un plástico en una chácara que tejió su madre con material vegetal. El agua gotea desde sus botas de hule y hace una pausa para quitárselas, sacudirlas y volvérselas a poner. Da unos pasos a la izquierda, se sube a una enorme piedra. Mira el salón donde recibirá clases, el mismo donde la maestra Marianela le enseñó en primaria.

Pero hoy es otro día de esos en los que Marianela no dio clases. No hay suficientes aulas para atender a todos los niños de primaria en Quebrada Hacha. “No contamos con la estructura necesaria. La dirección pertenece al Ministerio de Salud. Del Ministerio de Educación solo tenemos tres salones. En total, tenemos cinco aulas”, lamenta la docente. Y añade: “En la mañana da clases primaria. Son nueve grupos, es decir cuatro grupos se quedan por fuera. Lo que hacemos es que los turnamos por día. En la tarde sí asisten todos porque tenemos cinco consejerías de premedia”.

Cuando ir a la escuela es caminar horas bajo la lluvia, por río y lodo.

Pese a la falta de salones, este año la escuela pasó a premedia regular. “Sabemos que hay un proyecto para nuevas estructuras, pero únicamente llega hasta allí: un proyecto”, explica la maestra.

Menguó la lluvia. Dionisio se dispone a salir. Frente a él camina Napoleón Ábrego, un dirigente de la comunidad de Tolote. Desea decir algo “muy importante”. “Quiero que lleven este mensaje a las autoridades”, empieza Napoleón. “Hay 70 estudiantes de séptimo a noveno grado que viajan de Tolote a esta escuela. La salida es casi a las 6:00 y a ellos les tarda tres horas y media llegar a su casa en Tolote. Eso es un riesgo, Dios no quiera una culebra los muerde, ni cuenta nos damos. En Tolote necesitamos premedia y media. Hay muchas necesidades en todas nuestras comunidades, pero la educación es lo más valioso”, comenta.

Felipe Morales, presidente del club de padres de familia de la escuela Quebrada Hacha.

Sin lluvia, entre lodo, niños, adolescentes y padres de familia, la maestra Marianela hace un recorrido por el lugar. “Son pocas las autoridades que nos visitan”, dice, mientras camina frente a una de las tres casas de los profesores, fabricadas con cinc, con piso de tierra y carentes de un mínimo de comodidad. Los lugares donde los profesores se quedan durante la jornada laboral son alquilados y cada uno gestiona lo indispensable para vivir en el sitio. Lo necesario para sobrevivir y educar.

A su lado pasa Dionisio, y ella continúa: “Es dificultoso que los ngäbe aprendan. A veces son criticados, que no quieren aprender, pero nosotros aquí hemos tenido que trabajar con lo que tengamos”. La maestra Marianela se detiene y señala a un hombre vestido con suéter verde, jeans, gorra y unas botas hasta la rodilla. “Él es Felipe Morales, presidente del club de padres de familia de la escuela”, dice, mientras lo llama con un gesto de la mano.

Napoleón Ábrego, un dirigente de la comunidad de Tolote.

Felipe acelera el paso y llega junto a ella. Sin titubeos, explica la “necesidad urgente de la escuela de Quebrada Hacha”.

“No hay salón de concreto y hay más de 300 estudiantes. Los maestros dan clases un día sí y el otro no, porque no hay aulas. No tenemos casa para profesores. No tenemos agua potable ni tubería para ponerla. La escuela está como abandonada. Además, hay un centro de salud, pero necesitamos medicinas para no tener que ir hasta afuera cuando nos enfermamos”, dice.

Dionisio Ábrego

Felipe sigue su camino.

Marianela retoma la conversa. “Uno escucha de mejoras de escuelas en San Miguelito, La Chorrera, Arraiján, y acá, nada. Meduca busca que la educación sea de calidad, pero esa calidad solo está dentro del área urbana, ¿y esta zona que más necesidad tiene?”, cuestiona la docente.

Las nubes oscuras dan paso al sol. Dionisio entra al salón de clases. Se sienta. Sus compañeros están igual que él, mojados, cansados, en las peores condiciones para aprender. El profesor de ciencias sociales hace una pregunta, a la vez que escribe en el tablero: “¿Qué es la equidad?”. Un rayo de luz atraviesa el aula y Dionisio levanta la mano para responder.

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