Ensayo sobre Venezuela

Actualizado
  • 08/05/2022 00:00
Creado
  • 08/05/2022 00:00
En un país con ingentes recursos, ¿qué fue lo que pasó? La pregunta es sencilla y, además, válida para cualquier país de Latinoamérica, desde México hasta Brasil. Encontrarle una respuesta, sin embargo, es muy complicado
Ensayo sobre Venezuela

Conocer un país requiere tiempo. Y al estar en Caracas me detengo frente a una obra del escultor Jesús Rafael Soto (1923-2005), perteneciente al reconocido “cinetismo venezolano”, en el bulevar de Sabana Grande, que todavía conserva, aunque venido a menos, su Gran Café, antiguo punto de encuentro de la bohemia caraqueña.

Me detengo por un rato, frente a la obra, en medio de una ciudad que se lanzó al progreso, cegados por el futuro petrolero, con sus deslumbrantes autopistas y algunos edificios que recuerdan la ciudad gótica de Batman, y que como el Museo de Arte Contemporáneo, inaugurado en 1974, con obras de Picasso y otros artistas modernos, luce ahora abandonado. No pude entrar al museo porque solo abre de jueves a domingo, y no todas las salas están disponibles.

En efecto, si se quiere ir más allá de las tarjetas postales, de los clichés, de las simples generalizaciones, no hay duda de que es necesario tomarse el tiempo para entender un país. En este caso, América Latina es una región compleja y no hay país que no lo sea por su parte. Y lo peor es que la tan cacareada identidad latinoamericana, basada en la lengua, la religión, la historia común colonial e independencias, no es suficiente para impedir los más bajos instintos del patrioterismo y del nacionalismo cuando se trata de la inmigración que, como la venezolana, ha impactado a toda la región.

Ya son varias veces que he venido a este país, porque, aparte de los vínculos familiares, que se remontan al siglo XIX, cuando un bisabuelo alemán llegó a Puerto Cabello, ciudad portuaria del país, me he propuesto adentrarme en la historia de este país que no deja de ser noticia en todos los medios.

Es muy común escuchar, entre los mismos venezolanos, que este país tiene ingentes recursos. Y, como todo el mundo lo sabe, los tiene. Entonces, la pregunta que se impone es entonces qué fue lo que pasó, o, como se lee en Vargas Llosa, para referirse a su país,  “¿En qué momento se jodió el Perú, Zavalita?”. Pero esta frase podría aplicarse a cualquier país de América Latina, desde México hasta Brasil. E intentar encontrar una respuesta es lo más escolloso que uno se podría imaginar.

Si, como panameño que soy, no logro encontrar una respuesta para Panamá, menos creo que lo pueda hacer con un país como Venezuela que, harto de ser un país tremendamente complicado, tiene una de las historias políticas más entreveradas y dolorosas de toda la región en los últimos 30 años.

Es inútil, además, que aquí señale con el dedo o denuncie a alguien o algo. Si bien desearía para el país un régimen democrático pleno, lo cierto es que la sociedad venezolana, después de vivir por muchos años en una atmósfera atrincherada de guerra, está pasando por un período de lento acercamiento y recuperación (y no me atrevo a escribir reconciliación): se devuelven bienes expropiados; por la necesidad, circula el dólar como moneda cotidiana de cambio; y se habla de negociación política en México. Y su presidente casi ya no habla de imperialismo, sino de Estados Unidos.

Dentro de este contexto, viajo a Caracas, desde Valencia, que había sido la segunda ciudad del país, por sus industrias. Es una ciudad de áreas residenciales amuralladas, calles y casas cerradas con portones corredizos de hierro y empalizadas de hormigón que no tienen nada de que envidiarle a las murallas de Cartagena de Indias. Me parece que aquí se podría escribir un ensayo sobre cómo estamos viviendo en América Latina, donde hemos convertido nuestras casas en verdaderas prisiones.

Es imposible ver a alguien desde la calle, pero tampoco los propietarios pueden hacerlo. “La seguridad ha mejorado en los últimos años”, me dice una familiar. El gobernador, que es conocido como Drácula, y es cercano al régimen, ha reemplazado, en los muros y en las paredes, las consignas revolucionarias y los ojos de Chávez por un murciélago con sus alas extendidas. Cuadrillas limpian y asean los parques y las calles. Hay el afiche de un candidato de la reciente elección regional, prometiendo agua, luz y gas, “una vergüenza para Venezuela”, como me dijo un académico venezolano vinculado a la Universidad de Panamá.

Salgo en bus de la ciudad que, desde su estación, parte puntual a su destino. Me llama la atención el buen estado de las autopistas y carreteras y observo, aunque hay obras paralizadas y abandonadas en el camino, que la infraestructura de la región está bien diseñada: las conexiones son rápidas y eficientes. Llego a Caracas y reconozco el cerro Ávila y, en una mirada, veo el hotel Humboldt, construido por Marco Pérez Jimenez (1914-2001), quien en la década de 1950 comenzó a desarrollar proyectos de modernización, cuyo lema era “mis obras hablan por mí”. Muchos votaron por Hugo Chávez Frías (1954-2013), en 1998, pensando que con él resucitaría aquel período de bonanza y crecimiento.

Sigo caminando por Caracas, a sabiendas de que es imposible comprender Venezuela solo a partir de aquí, pero, en mi cabeza, trato de imaginarme mi Ensayo sobre Venezuela, un ensayo para tratar de comprender un país, donde nació mi tía, en la época de oro de Caracas, en la década de 1950, de 1960 y de 1970 del siglo pasado, cuando no había artista que no quisiera tener sus obras entre sus plazas, avenidas y museos. Y como caraqueña que es y abrumada por la nostalgia, ella, en una ocasión, me dijo: “No solo han emigrado los venezolanos que viven fuera. Pero yo también he emigrado. Este no es el país en el que nací y crecí”.

Al ser un niño siempre me imaginaba Venezuela como el país de mis sueños, un país que nos había traído, entre muchas otras cosas más, las telenovelas y sus reinas de belleza, como Irene Sáez, que han hecho escuela por todo el mundo, cantantes como José Luis Rodríguez, conocido como el Puma, y Ali Primera con su muy recitada canción 'Techos de cartón'. ¿Y qué latinoamericano no ha escuchado, por lo menos, alguna vez en su vida, 'Caballo viejo', de Simón Díaz?

En fin, podría dar una lista de artistas, escritores y músicos venezolanos que le han dado la vuelta al mundo, y termino este ensayo sobre Venezuela con unas palabras de Simón Bolívar que leí en un municipio de Carabobo, Naguanagua, que dice, así: “Yo quiero ser ciudadano, para ser libre y para que todos lo sean. Prefiero el título de ciudadano al de Libertador, porque este emana de la guerra, aquel emana de las leyes. Cambiadme, Señor, todos mis dictados por el de buen ciudadano”.

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