Diversión entre cuerdas y poleas

Actualizado
  • 11/09/2011 02:00
Creado
  • 11/09/2011 02:00
VOLCÁN, CHIRIQUÍ. A veces me detengo a pensar si tengo un instinto suicida. Es que donde perciba la mínima posibilidad de tirarme desde ...

VOLCÁN, CHIRIQUÍ. A veces me detengo a pensar si tengo un instinto suicida. Es que donde perciba la mínima posibilidad de tirarme desde un lugar alto, lo hago. Entre más metros de por medio haya entre mi anatomía y el piso, para mí es mejor.

Desde antes de emprender el viaje a Chiriquí, ya me habían comentado de todo lo extremo que podía realizar en esas tierras; la única advertencia fue lo variable del clima. Con lluvia algunas actividades sobrepasan el margen de inseguridad aceptado. Y digo de inseguridad porque en este tipo de prácticas lo que prima es el peligro, pero con responsabilidad.

Aquella observación que me hicieron sobre el tiempo no fue en vano. Justo el día en que me disponía a hacer canopy, las nubes derramaban su contenido acuoso. Pero esto no me amedrentó.

Una vez en el hotel Casa Grande Bambito los encargados de la diversión nos llevaron a donde están ubicadas las líneas de acero por donde mi cuerpo se deslizaría.

El guía me contó que -aunque desde abajo no se ve tan intimidante- muchos han desistido de lanzarse. En mi caso tal acaecer no podía ocurrir por más miedo que me diera, pues parte del trato al aprobar el viaje era traer esta crónica.

Mientras mis ojos revisaban las ataduras de las cuerdas y la distancia del punto de partida al final, otro chico se apresuraba con los implementos de seguridad. Pronto empezaron a ponerme unos cinturones y poleas, procedimiento que seguí sin quitar la vista ni por un segundo, puesto que tenía que asegurarme que no ocurriría nada que impidiera mi sano regreso a mi hogar.

Una vez lista, unas escaleras de maderos mojados me recibieron. ‘Debe sentarse’, me dijo mi instructor. Yo pregunté: ¿dónde me voy a sentar si no llevo asiento’. Luego de que colgaran las poleas al grueso cordel, el señor me volvió a explicar que -pese a no tener una silla- mi postura debía ser en esa posición, porque así el artefacto correría mejor. También me advirtieron de llevar las manos frente a mi pecho.

LA HORA DE LA VERDAD

Cuando ya estaba lista para lanzarme otra pregunta me invadió: ¿cómo freno?. Se me indicó que en la siguiente base alguien esperaba por mí y me detendría para no golpearme contra el otro árbol. Otra vez asumí la posición señalada... pero antes de tirarme otra duda me embargó. ¿Qué velocidad voy a alcanzar? Con mucha paciencia mi anfitrión me dijo que solo iría a unos 20 kilómetros por hora.

Ahora sí estaba lista. No crean que los cuestionamientos eran reflejo de miedo, solo me cercioraba de los datos que colocaría en esta página... Y allá fui.

No hay nada más grato que la sensación de libertad. Obviando las ataduras, el coqueteo con el aire mientras los ojos se posan sobre los árboles es una satisfacción regocijante. El zumbido de las poleas y las cuerdas hacía juego con lo que ocurría, no obstante, otra inquietud me visitó. Mientras paseaba por los aires me pregunté si ese delgado muchacho que estaba en el otro lado realmente me podría detener. Para mi fortuna no hubo mayores complicaciones.

Con firmeza y valentía el joven tenía sus brazos listos para recibirme; de seguro salió algo golpeado, mas asumo que no sería la primera vez que le ocurría.

‘¿Quieres tirarte de nuevo?’, preguntaron los caballeros que me atendían. ‘Claro’, respondí con prontitud. La verdad es que expeler adrenalina siempre será un verdadero placer; por algo es conocida como la hormona de la felicidad.

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