Un triunfo sin celebración

Actualizado
  • 02/05/2009 02:00
Creado
  • 02/05/2009 02:00
El mundo boxístico, desde siempre y quién sabe hasta cuando, está lleno de injusticias. Desde pequeño aprendí a lidiar con estas cosas. ...

El mundo boxístico, desde siempre y quién sabe hasta cuando, está lleno de injusticias. Desde pequeño aprendí a lidiar con estas cosas. Recuerdo cuando Ernesto Marcel fue a Japón, le dio una lección a Kuniaki Shibata y los jueces dieron la pelea empate. Antes, Antonio Amaya había sufrido la penosa situación de regresar a su país con las manos vacías, pese a haber hecho bien su tarea.

Me preguntaba ¿por qué ocurrían esas cosas? ¿Por qué era tan difícil reconocer que un boxeador era mejor que otro? A mi edad lo veía sencillo. Para mí, era fácil. ¡Claro!, mi inocencia me alejaba de la realidad del negocio, de los vericuetos que imperan en esta industria y que determinan, en muchos casos, el resultado de los combates.

Más recientemente, vi a Ricardo Córdoba sacar su librito de maestro, derrotar a un tailandés en su propia casa y ver cómo le levantaban la mano a su rival. Comprendí, al fin, que el boxeo es una actividad con aristas insospechadas, donde el talento no lo es todo, y donde, en algunas ocasiones, la realidad supera a la ficción. La noche del jueves vi a un retador sudafricano dar un recital de buen boxeo, superar cuatro a saltos iniciales desfavorables y desarrollar un sistema ofensivo que le dio dividendos suficientes para alzarse con la victoria. Aún así perdió. Dos jueces le dieron cuatro puntos de ventaja al campeón panameño. Debería estar feliz porque mi país conserva un campeón mundial, pero? ¿fue justo ese fallo? Una votación de 116 puntos equivale a decir que “Pelenchín” ganó ocho asaltos y perdió solo cuatro.

En mi opinión, la injusticia del boxeo en esta ocasión nos favoreció. Nos concedió una victoria que no existió, pero que llegó como un regalo inmerecido, que caía como “anillo al dedo” en una celebración nacional en que se honraba a Roberto Durán.

El público, que sabe más de boxeo que el más erudito de los expertos, comprendió perfectamente que salimos premiados en la tómbola de lo imprevisible. No hubo celebración, porque no había razón para haberla, si incluso el homenajeado abandonó la Arena en el penúltimo asalto cuando la suerte “estaba echada”.

Pero “Pelenchín” ganó, y la gente, cabizbaja, trataba de buscar una justificación. “Bueno, a nosotros nos han robado en otros lugares, así que está bien que se la dieron al panameño”, era el contexto argumental de aquellos que querían convencerse de que se hizo justicia. Fueron muchos los que me lo comentaron. Yo no puedo aceptar esa tesis. Hacerlo sería tolerar que hoy, en Alemania, Anselmo Moreno derrote a Wladimir Sidorenko y los jueces le den la pelea al ucraniano.

¡No!. No lo acepto. La justicia debe imperar, y en el deporte con más razón, porque es una lid en la que se debe competir en igualdad de condiciones. Hoy tenemos un supercampe ón. Sí, pero? ¿Se hizo justicia?

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