Así lo confirmó el viceminsitro de Finanzas, Fausto Fernández, a La Estrella de Panamá
- 24/06/2020 00:00
En todo sentido, fue un mundial inolvidable. Razones sobran. La calidad del juego fue extraordinaria. Hubo individualidades legendarias. Se estrenaron nuevas reglas, nuevo balón, nuevas tecnologías. Pero, por encima de todo, la calidad de los partidos (no uno ni dos) resultó incomparable. Además, el campeón, Brasil, ostentó uno de los mejores, sino el mejor, equipo de la historia.

México 1970 estrenó un elemento disciplinario que todos conocemos hoy: las tarjetas roja y amarilla. La idea de las tarjetas había empezado cuatro años antes, mientras todavía se jugaba el mundial de Inglaterra. Un encuentro de cuartos de final enfrentaba a ingleses y argentinos en un partido feroz, plagado de asperezas. El marcador aún no se había inaugurado y de pronto, en medio de tanta fricción, ocurrió un incidente, primero confuso, y muy pronto escandaloso. Rattín, capitán argentino, fue expulsado por el árbitro alemán sin motivo aparente. Luego explicaría que la razón fue “violencia con la lengua”. Lo que quiso decir Rudolf Kreitlen no es que Rattín lo había atacado a lengüetazos, sino que lo había insultado. Lo grotesco es que ni el árbitro hablaba una palabra de español (y mucho menos el español que fluye en Argentina) ni mucho menos Rattín era capaz de articular una sabrosa mentada de madre en lengua germánica. El escándalo estaba servido. El jugador argentino, justamente furioso, se negó a dejar la cancha y a sus compañeros en la orfandad. Primero se sentó sobre la sacrosanta alfombra roja, reservada exclusivamente para los recorridos de la reina. Luego hizo falta escolta policial para convencerlo de su propia expulsión. Finalmente, y como gesto de despedida, Rattín se limpió las manos con un banderín del corner, que no por casualidad era una bandera británica. Treinta minutos después, Inglaterra anotaba el único gol del partido, eliminando de paso, a un rival muy peligroso.
Ken Aston era el supervisor arbitral esa tarde y ayudó a convencer a Rattín de abandonar el campo de juego. Pero más tarde, cuando volvía a su casa en Londres, pensó que los árbitros necesitaban otros medios para comunicarse con los jugadores, un sistema más preciso, universal y justo, que dejase claras las intenciones del réferi hacia los futbolistas sin importar las barreras de comunicación lingüística. Aston, un árbitro retirado, encontró una solución inesperada. Manejaba por Kenssington High Street y la luz del semáforo se tornó roja. Entonces pensó: Amarilla es advertencia, roja te detiene. Es decir amarilla advierte, roja expulsa. Esa tarde nació la idea de las tarjetas roja y amarilla, que se estrenarían cuatro años más tarde, durante el siguiente mundial, el de México 1970.
Además, el mundial de 1970 también cambió la forma que se transmitían los mundiales de fútbol. Fue el primer torneo que televisó todos sus partidos a color, en directo, en modo satelital.
También fue el primer mundial en el que se autorizaron los cambios de jugadores (2 por equipo, ya que hasta el mundial anterior, solo el portero era reemplazable en caso de lesión). Otra novedad fue la presencia de un equipo africano (Marruecos) mediante un cupo directo para ese continente.
Fue el mundial que elevó estratosféricamente a Pelé, aunque si vamos a ser sinceros, Brasil ostentó el gigantesco privilegio de tener no uno, sino un quinteto de geniales creadores en la cancha. Además fue el mundial de un fútbol de ataque, ajeno a las mezquindades de la cita anterior; fue la copa de un inolvidable equipo peruano, fue el torneo que acogió la atajada espectacular de Gordon Banks a Pelé, y nos regaló la prórroga más espectacular jamás vista, entre Italia y Alemania.
Pero, por encima de todo, el mundial fue Brasil. Una selección que suscitó elogios desmesurados (“debería estar prohibido jugar un fútbol tan bello”, expresó un deslumbrado periodista británico) y atrajo las miradas del mundo entero.
Brasil fue un estallido de creatividades. Zagallo, que había sustituido a Saldanha como seleccionador pocas semanas antes del mundial, agrupó a Gerson, Rivelino, Jairzinho, Tostão y Pelé, cinco genios considerados por muchos como “incompatibles” por sus excelsos niveles de juego creativo. El mayor logro de Zagallo, no solo fue juntarlos en el campo, sino lograr la trascendencia de sus egos respectivos, para unirlos en una causa común, en la que las lujosas individualidades estaban al servicio del equipo. Fue una asombrosa suma de talentos, brillando en nombre de un esfuerzo colectivo.
“Ese equipo supuso una revolución para el fútbol, supuso el inicio del fútbol moderno. Hasta entonces había en los equipos mucha distancia entre líneas, y nosotros cambiamos eso, íbamos a recuperar el balón arriba, juntando líneas, fuimos un equipo más compacto y eso era muy novedoso”, recordaba Tostão, uno de los jugadores esenciales de ese equipo legendario.
Zagallo, que acababa de reemplazar al técnico Joao Saldanha (desfavorecido por menospreciar a Pelé y con la dificultad agregada de su ardorosa militancia comunista en medio de un país controlado por una dictadura de extrema derecha) reunió a los cinco estelares creativos (Pelé, Jairzinho, Tostao, Gerson y Rivelino) en un hotel de Río de Janeiro donde se confabularon y comprometieron a eliminar las metas individuales, buscando la victoria en la unidad. Esto supuso un cambio profundo respecto al esquema de Saldanha, refrendado por las palabras de Tostão: “El secreto del Brasil de 1970 fue el espíritu colectivo. Juntamos el talento individual con una magnífica estructura colectiva y una enorme preparación. Se juntó la base científica en forma de trabajo, con el talento natural y el espíritu de grupo. Fue una gran mezcla”.

Durante el mundial, Brasil venció a Checoslovaquia (4-1), a Inglaterra (1-0), a Rumanía (3-2), a Perú (4-2, en cuartos de final), a Uruguay (3-1, semifinales) y a Italia (4-1, en la final).
En la gran final se enfrentaron dos modelos perfectamente opuestos. La creatividad flexible de Brasil contra el modelo defensivo y contragolpeador de Italia.
El cierre no pudo ser más perfecto. Apenas faltaban 3 minutos para el final. Brasil se imponía 3-1. Entonces comenzó un hermoso trenzado futbolístico en el que participó casi todo el equipo: Tostão, Brito, Clodoaldo, Pelé, Gerson, otra vez Clodoaldo, Rivelino, Jairzinho y nuevamente Pelé, que sin mirar intuyó la llegada por el flanco derecho de Carlos Alberto, que culminó la jugada. Fue un poema colectivo inolvidable. La culminación y la síntesis de un glorioso talento colectivo, al servicio del mejor fútbol.