En busca de una ética del trabajo

Actualizado
  • 07/09/2014 02:00
Creado
  • 07/09/2014 02:00
los funcionarios democráticos electos están compitiendo en el debate para elevar el jornal de 9 dólares a 10 dólares en el 2016

Pasé los últimos días mirando en derredor y preguntándome: ¿Desde cuándo es el trabajador estadounidense tan quejoso? Mucha gente se siente contrariada por tener que trabajar para mantenerse y siente que tiene derecho a una situación más fácil. Algunos políticos los ayudan a quejarse.

Cuando la senadora Elizabeth Warren de Massachusetts, levanta la bandera de la desigualdad de ingresos y habla sobre la forma en que los ricos se están volviendo más ricos a expensas de la clase obrera, captamos un tufillo de ambiciones presidenciales. Warren parece estar calculando que más gente desprecia a los ricos de la que se identifica con ellos.

En California, los funcionarios democráticos electos están compitiendo en el debate para elevar el jornal mínimo, que ahora es de 9 dólares por hora en ese estado y saltará a 10 dólares en 2016.

El alcalde de Los Angeles, Eric Garcetti, propone un aumento del jornal mínimo de la ciudad a la asombrosa cifra de 13.25 dólares en el año 2017.

Mientras los políticos compiten para subir el jornal mínimo, ¿cómo sabremos el valor real de un trabajo, a diferencia de lo que los ambiciosos funcionarios electos nos dicen que debemos pagar a alguien por hacerlo? Ambos partidos políticos están ansiosos por explotar el descontento entre los trabajadores cuando eso sirve a sus propios intereses.

Cuando George W. Bush era presidente, los activistas demócratas se quejaron de que Bush no creara suficientes fuentes de trabajo y dijeron que, como resultado, los trabajadores estaban ‘descontentos con la economía’.

Bajo el presidente Obama, los republicanos de la Cámara utilizan un lenguaje parecido.

Supuestamente, existe un gran descontento en el país. Y nadie se ha parado a pensar que quizás no sea porque tenemos poco puestos de trabajo, sino porque se hace demasiada política.

La época en que una persona estaba contenta por tener trabajo y estaba agradecida a su empleador, parece pertenecer a un pasado lejano. Hay que admitir que en parte es culpa de las empresas que no han sido justas con sus empleados. Pero mucho tiene que ver con la forma en que reaccionamos a un entorno cambiante. El problema no radica sólo en nuestra ética laboral. Radica en nuestra actitud hacia el trabajo. Queremos una paga máxima con un esfuerzo mínimo, y mucho tiempo libre porque hemos llegado a pensar que los días de vacaciones ‘es decir, de tiempo fuera del trabajo‘ producen felicidad y aseguran la calidad de vida.

Los medios a menudo actúan como posibilitadores. Los periódicos y redes de televisión publican desgarradoras historias alrededor del ‘Día del Trabajo’, sobre el atribulado y magullado trabajador estadounidense. Si uno oye suficientes informes de ese tipo y le gusta su trabajo y su jefe, acaba pensando que es un bicho raro. La situación normal de los trabajadores estadounidenses, nos llevan a pensar, es que se sientan (según la descripción de investigadores de la Universidad de Rutgers, quienes recientemente publicaron un deprimente estudio sobre la fuerza laboral de Estados Unido) ‘inseguros, mal pagados, sumamente estresados y generalmente infelices en el trabajo’.

El estudio, que lleva el deprimente título: ‘Descontentos, preocupados y pesimistas: Los estadounidenses después de la Gran recesión’, examina las opiniones y actitudes de 1,153 personas en un período de dos semanas, en julio y agosto. El 71% dijo que creía que la reciente recesión causó cambios permanentes. Más de un tercio reportó que sus finanzas quedaron permanentemente perjudicadas por la recesión, y un 16% dijo que habían quedado económicamente destrozados y que esperaban que el daño fuera permanente. El 70% describió a los trabajadores estadounidenses típicos como ‘no seguros en sus puestos’ y el 68% dijo que los trabajadores estaban ‘sumamente estresados’.Sólo el 14% dijo que pensaba que los trabajadores estaban ‘contentos en el trabajo’.

Qué panorama tan deprimente. Comprendo el estrés; la mayoría de nosotros lo comprende. Sé lo que es perder un trabajo y tratar de volver a ponerse en pie. Me ha sucedido por lo menos tres veces desde que trabajé por primera vez, sirviendo mesas en un restaurante cuyo dueño era un amigo de la familia.

Pero observen el país en que vivimos. Los estadounidenses (aunque no se den cuenta de ello) siempre han tenido la última palabra en cuanto a lo que sucede con respecto a sus perspectivas de empleo.

¿Odia su trabajo? Busque otro. Hay carteles de ‘Se necesita empleado’ por todos lados. Hay que estar preparado para mudarse, si es necesario, en busca de la oportunidad adecuada. O comenzar un negocio propio.

Pero no se regodeen en los jugos contraproducentes de la envidia, el resentimiento y la desesperación. Ahí es cuando se sabe que el juego se ha acabado, y que uno perdió.

ECONOMISTA

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