Un presidente encerrado y un gobierno vacilante

Actualizado
  • 28/09/2015 02:00
Creado
  • 28/09/2015 02:00
Panamá es un país extremadamente frágil afuera y adentro

Panamá es un país extremadamente frágil afuera y adentro. En realidad la novedad es una sola: la economía empieza a normalizar sus signos vitales pero asombra e inquieta cómo los vaivenes políticos van dejando al Gobierno igual que un árbol deshojado y al sistema institucional expuesto con todas sus limitaciones.

Varias cosas que ocurrieron la última semana grabaron esa imagen. La virtual brecha de criterios para gobernar que existe entre altos mandos del oficialismo pone en evidencia los pocos nudos que Juan Carlos Varela había empalmado tras el triunfo en las pasadas elecciones. Igualmente, la inminente fractura de la alianza con diputados tránsfugas del PRD y CD priva al Ejecutivo de las pocas herramientas que dispone para gobernar. Y además hubo síntomas más graves que la propia carencia: no tanto la evaluación negativa de la gestión de los ministros de Estado, que siempre denotan buenas intenciones, como la revelación de una ‘mano que mece la cuna' y que infiltra en las mieles del poder político a ministros, gerentes y administradores de instituciones públicas.

Estuvo, además, el documento de la Cámara de Comercio, Industrias y Agricultura de Panamá, reclamando transparencia y más competencia en el sector energético que, en verdad, terminó reflejando en forma de salmo las deficiencias del marco regulador.

Varela parece decidido a encarar este trance crítico, pese a todo, aferrado a los estilos y las recetas de siempre. Un hábito que nunca abandona y mantiene desde el estallido de su primera crisis, cuando hubo la avalancha de denuncias por nepotismo en diversas entidades públicas. De cualquier modo, el presidente luce hoy como un hombre solitario y cavilante.

Hubo anécdotas, a propósito, que orillaron el ridículo: un ministro trató de defender el pago de $50 millones por la compra de Mi Bus, pero negó dar pista sobre el nombre de los accionistas minoritarios congraciados. Esa historia tiene también otra letra chica. El presidente no quiso —tampoco hubiera podido— explicar sobre las ventajas del nuevo operador, porque en principio las fallas son más del sistema que de la misma empresa. La cruda verdad es que los viajes al exterior le restan cercanía con el país y bien podría asegurarle un eslabón innecesario en la cadena imaginada por sujetar el poder en estos tiempos de crisis.

El encierro presidencial no es una percepción que sea patrimonio de observadores intencionados o de sectores políticos que no comulgan con él. La mayoría de los ministros no participa en la toma de decisiones centrales y los que lo hacen tienen o se autoimponen límites. Por un lado, ninguno quiere terminar bajando y subiendo escaleras en juzgados y fiscalías. Y por otro, hay descontento como cuando a Arango le serruchan más de la mitad del presupuesto solicitado y a Arosemena no le alcanza el dinero ni siquiera para tapar huecos.

Y eso no es todo. Varela pareciera haber olvidado además a la vieja camada que, con buenas y malas, le siguió lealmente las huellas de su carrera. Seguro faltan esas largas tertulias con José Miguel, que a pesar de ser hermano del jefe del gabinete, aún no atina a descifrarle el pensamiento y deducir las razones por la lentitud en nombrar reemplazo para dos magistrados de la Corte. Otro histórico de esa legión, el alcalde Blandón, declaró públicamente que está dispuesto a colaborar en la búsqueda de una fórmula socorrista que ayude al presidente a encontrar el buen rumbo. ‘Al Gabinete le falta más dinamismo, veo muchas veces al propio presidente afrontando crisis que deberían afrontar los ministros'.

Ocurre que el presidente parece estar jugando todo a una sola cara de la moneda. Minimiza la gravedad de los problemas y resta importancia a las críticas que hacen de sus ministros, que a pesar de marcar bajo en las encuestas acepta no poder prescindir de ninguno de ellos. Con lo cual difícilmente vemos en el corto plazo una solución salvadora. No lo será si no logra desentumecer la confianza popular: ese estado de ánimo, ahora por el suelo, que sólo podría revertirse en combinación con la inventiva del presidente y su determinación política del poder.

Hay muchos que comparten ese diagnóstico pero en su certeza una decisión prioritaria traería aparejado lo demás: el desmantelamiento de facto de la telaraña de allegados que hizo público el diario La Estrella y la consolidación de Varela como presidente en el Palacio de las Garzas. Varela sabe que, ahora menos que nunca, podrá obviar esa realidad y que lo único que puede aplacar el descontento imperante es diseñar una fórmula comunicacional que lo muestre a él como el que manda y toma las decisiones en el país.

El Gobierno no parece tener, hoy por hoy, ningún otro anclaje a la vista. El pacto de gobernabilidad cada vez se enreda más y las razones para justificar los viajes al exterior no terminan de aflorar. También resulta imprescindible reparar en otro par de referencias: menos injerencia en los otros dos órganos del Estado y más energía en el desarrollo de su agenda de Gobierno.

Además está una realidad, aunque quieran amañarla con la percepción: el país vive una ola de inseguridad, violencia y crimen. Una docena de banqueros panameños almorzaron en un restaurante de la ciudad y, al margen de las alarmas que enciende la actualidad, convergieron en una conclusión: con cada robo a un banco, nos parecemos más al salvaje oeste. Ya van siete en menos de un año y nadie dice nada. ¡Miren hasta dónde hemos llegado y todavía ni siquiera estamos a la mitad del camino de estos cinco años!

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