Carlos Enrique Cavelier:

Un sueño educativo para la prosperidad del futuro

Carlos Enrique Cavelier, líder de la compañía colombiana Alquería, compartió su visión sobre educación y empresas B, destacando un modelo que podría impulsar a Panamá

Carlos Enrique Cavelier, el hombre que se presenta como “Coordinador de Sueños” de la procesadora de lácteos Alquería, se reunió recientemente con un grupo de líderes empresariales en Panamá, durante un encuentro de la Family Business Network. Su propósito era compartir la experiencia de Alquería como una empresa B y su enfoque en el impacto social y ambiental. En una entrevista exclusiva con La Estrella de Panamá, Cavelier no solo profundizó en estos temas, sino que también compartió los lazos familiares que lo unen a Panamá y una ambiciosa meta en educación pública que, según él, podría servir de ejemplo para el país.

La visión de Cavelier ha estado fuertemente enfocada en el impacto social y ambiental durante los últimos 17 años. Ha liderado un programa que apoya a campesinos y excombatientes en zonas que antes estuvieron bajo control de la guerrilla, ayudándolos a mejorar su productividad lechera y a desarrollar fincas con un impacto positivo.

En 2010, creó y se convirtió en presidente de la junta de la Fundación Alquería Cavelier. El objetivo de esta fundación es mejorar la educación pública en Cundinamarca. El programa ha crecido de manera impresionante y hoy tiene presencia en 200 escuelas de 93 municipios, beneficiando a más de 150.000 niños. Un pilar fundamental de la fundación es su programa de becas, que ha apoyado a más de 500 estudiantes de escuelas públicas para que puedan cursar sus estudios en las mejores universidades de Bogotá.

El compromiso de Cavelier con el sector social se extiende a otros roles importantes. Fue presidente de la junta directiva de la Fundación Empresarios por la Educación y del Banco de Alimentos de Bogotá. Actualmente es miembro de la junta directiva de la Asociación Nacional de Bancos de Alimentos de Colombia. Desde 2007, es parte del Consejo Superior de la Universidad de Los Andes.

En 2021, bajo su liderazgo, Alquería se unió al Sistema B y se convirtió en la empresa más grande de Colombia con esta certificación, un hito que reafirma su visión de un negocio que va más allá del beneficio económico.

Un diálogo sobre negocios, humanismo y el futuro para soñar en grande

¿Qué lo trajo a Panamá y cuál es el mensaje principal que desea compartir con los empresarios locales?

He estado aquí para participar en el encuentro de la Family Business Network. Ha sido muy placentero compartir con la gente que asistió sobre nuestra experiencia y los proyectos de Alquería. El mensaje principal que hemos traído es sobre la filosofía detrás de las empresas B. El éxito de una compañía no solo se mide por las utilidades, sino también por el impacto positivo que tiene en la sociedad y en el medio ambiente. En Alquería, hemos abrazado el modelo del “triple balance”: financiero, social y ambiental.

En un mundo donde el foco suele estar en los números, ¿cómo logran implementar este enfoque en el día a día?

No es fácil, pero se trata de una convicción. Es una terminación que no es tan nueva, pero ha cobrado mucha fuerza en América Latina en los últimos diez o doce años. Ya somos más de 10.000 compañías a nivel mundial con esta certificación. Las empresas B tienen una característica fundamental: deben tener un triple balance. La certificación es rigurosa; empezamos el proceso en 2018 y lo finalizamos en 2021, con un puntaje de 86, cuando el mínimo era 80. Hoy, nuestra calificación ha subido a 114. Continuamos subiendo nuestro puntaje y nos preparamos para la próxima revisión en 2027. Aunque el balance financiero es importante, no lo es tanto como el balance social y ambiental, que son los que yo trabajo permanentemente desde la junta directiva.

Más allá de su labor empresarial, su historia familiar lo vincula directamente a Panamá. ¿Podría hablarnos de esos lazos?

Claro, es una historia que nos une mucho a este país. Mi abuelo Jorge Cavelier estuvo aquí cuando tenía ocho años, el día de la Revolución del 3 de noviembre de 1903. Su padre, mi bisabuelo, Caballero Temat, llegó a Panamá en 1880. Mi bisabuelo se casó con una cartagenera y se fue a vivir a Bogotá, pero siempre mantuvo el vínculo con Panamá. De hecho, mi tío Roberto Cavelier Jiménez nació aquí, en Panamá. Mi abuelo nos contaba impresionado una anécdota de ese 3 de noviembre: la historia de un “chino muerto”, la única víctima de la revolución. Fue una bala de la goleta colombiana que le cayó encima. Él, que era un niño de ocho años, se quedó muy impresionado por ver una persona muerta en la calle por la revolución. Años después, mi abuelo se hizo médico en Chicago y fue el primer urólogo de Colombia. Su historia es un claro ejemplo de cómo la educación puede transformar una vida.

Su familia ha liderado Alquería por décadas. ¿Quién fundó la empresa y con qué visión nació?

Alquería fue fundada por mi abuelo, Jorge Cavelier Jiménez, y mi padre, Enrique Cavelier Gaviria, en el año 1959. Ellos iniciaron la planta con una visión muy clara y humanista que siempre ha guiado a la compañía: “Una botella de leche, una botella de salud”.

Este principio ha sido fundamental para nosotros. Ha definido el enfoque de la empresa, no solo en la calidad de nuestros productos, sino también en el bienestar de las personas y la comunidad. Es una tradición familiar de trabajo y compromiso que ha perdurado por 66 años.

Su compromiso con la educación pública en Colombia es un pilar de su trabajo. ¿Cuál es su meta para 2027 y cómo cree que Panamá podría aprender de este modelo?

En la Fundación Alquería Cavelier, tenemos una ambiciosa meta de educación pública. Aspiramos a que todo el departamento de Cundinamarca llegue a los 315 puntos en las pruebas de educación para el año 2035. Esto nos colocaría en la punta de las regiones de América Latina en el índice de PISA. A corto plazo, para 2027, buscamos ser el departamento número uno o dos en Colombia. Actualmente estamos en el cuarto lugar, con 261 puntos.

Este modelo podría ser un ejemplo para Panamá, porque se enfoca en algo que podemos replicar en cualquier lugar: la transformación de los rectores de los colegios en líderes. Los entrenamos para que no sean solo administradores de problemas, sino que se conviertan en verdaderos líderes en sus comunidades educativas. Esto implica trabajar en su desarrollo socioemocional y en su rol como guía para sus profesores y alumnos. Un buen colegio casi siempre tiene un rector extraordinario.

Hablemos sobre los resultados de las pruebas de educación. Mencionó que Cundinamarca ha mejorado su posición en las pruebas SABER. ¿Cómo se comparan estas con las pruebas PISA y cuál es la meta que se han fijado?

Las pruebas SABER son el equivalente colombiano a las pruebas SAT de Estados Unidos, una evaluación que mide la calidad de la educación en el país. El resultado de estas pruebas nos sirve como una herramienta para medir el impacto de nuestro trabajo. Como usted lo mencionó, Cundinamarca ha tenido un avance significativo. Pasamos de 250 puntos en 2020 a 261 en 2024, subiendo de la quinta a la cuarta posición a nivel nacional.

La importancia de estas pruebas radica en que podemos comparar nuestros resultados con los de otros departamentos y, a partir de una escala de equivalencia, incluso con las pruebas PISA de la OCDE, que son el referente internacional. Mi meta es que Cundinamarca llegue a los 315 puntos en las pruebas SABER para 2035. Este puntaje nos colocaría en un nivel equivalente a una región de alto rendimiento en PISA, en la punta de las regiones de América Latina.

La referencia a las pruebas PISA es crucial porque nos permite soñar en grande. No es solo una competencia interna, es una aspiración a que la educación pública en Colombia pueda compararse con los estándares internacionales. Este sueño nos motiva a seguir trabajando con rectores, maestros y familias para que Cundinamarca sea un ejemplo de que la educación pública de calidad es posible.

¿Cómo logran esa transformación con los rectores? ¿Cuál es la metodología?

El programa se basa en un modelo que se llama “Rectores, Líderes, Asesores”, inspirado en una iniciativa de Nueva York. El proceso empieza con el rector; si él decide involucrarse, nosotros lo acompañamos. Su rol cambia de ser un administrador a ser un líder que inspira a sus profesores y tiene una mejor relación con la comunidad. Trabajamos para que los rectores dejen de cargar con todos los problemas y se enfoquen en su labor de liderazgo pedagógico.

Además de los rectores, nuestro modelo incluye a toda la comunidad educativa. Tenemos programas de apoyo para los profesores, la escuela y las familias. Realizamos comités de calidad, preparamos a los estudiantes para las pruebas de saber (el equivalente al SAT de Estados Unidos) y creamos escuelas de liderazgo. Todos estos elementos se engranan para que los puntajes de los estudiantes mejoren. Es un cambio cultural enorme.

¿Ha tenido acercamientos con autoridades panameñas para compartir esta experiencia?

No, aún no, pero nos encantaría hacerlo. Estamos abiertos y listos para venir a Panamá a contar nuestra historia, a hacer un foro. Podríamos venir con el ministro de educación de Colombia y con el gobernador de Cundinamarca para debatir sobre la situación educativa en Panamá y en Colombia. Este modelo es de “código abierto”; es para todos y queremos compartirlo con el mundo. Creemos que comparar notas sería muy interesante.

Finalmente, ¿podría darnos un ejemplo concreto de cómo su fundación impacta la vida de una persona y por qué este trabajo es tan importante para usted?

Un ejemplo que me llena de orgullo es la historia de una de nuestras becadas. Su abuelo fue un operario de la caldera en la planta de Alquería, casi analfabeto. Su padre también trabajó como operario de la planta. Hoy, ella es abogada, graduada de la Universidad del Rosario, una de las mejores del país, y trabaja en el Ministerio de Gobierno en el área de derechos humanos. Su historia es una muestra de que los cambios son posibles. En dos o tres generaciones, la educación puede transformar una familia, como ocurrió con la mía, donde mi abuelo, hijo de un carpintero, se hizo médico. Esta es la esencia de nuestro trabajo: crear una sociedad más igualitaria, porque la educación es el principal elemento para reducir la desigualdad. Queremos que el hijo de un campesino se convierta en un ingeniero, y el hijo de un carpintero en un médico, tal como lo dijo Nelson Mandela. No trabajamos simplemente para que los socios vivan bien; trabajamos para generar un impacto real y positivo en la sociedad.

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