Brasil: Lula derrota a Bolsonaro, pero el 'bolsonarismo' se queda

Actualizado
  • 07/11/2022 00:00
Creado
  • 07/11/2022 00:00
A pesar de que el histórico líder del Partido de los Trabajadores resultó ganador, el desafío de Lula para gobernar será mayúsculo ante el avance de la extrema derecha en las instituciones y un “bolsonarismo” cuyas raíces trascienden la figura de Bolsonaro
Lula Da Silva llega al poder con una coalición heterogénea entre grupos de izquierda y partidos de derechas.

Miles de simpatizantes del presidente brasileño Jair Bolsonaro han salido a las calles para rechazar el resultado de los comicios presidenciales del pasado domingo 30 de octubre. Congregados a las afueras de los cuarteles militares en diversas ciudades del país, piden a las fuerzas armadas un golpe de Estado ante la derrota de su líder frente al exmandatario Luiz Inácio “Lula” Da Silva. Un pedido que marca el tono de los últimos tiempos políticos en el gigante sudamericano.

Tras afirmar durante toda la campaña electoral que no reconocería el resultado si perdía la elección e impulsar sin pruebas afirmaciones de que el sistema electoral estaba “amañado”, Bolsonaro se vio obligado a autorizar a su titular la Casa Civil la transición de gobierno en medio de presiones de aliados y ministros, no sin antes comparecer ante la prensa con un escueto pronunciamiento tras un atípico silencio que mantuvo en vilo a Brasil por 45 horas. “Seguiré cumpliendo la Constitución”, dijo en un mensaje de apenas dos minutos a sus seguidores sin otorgar la victoria a Lula, al tiempo que llamaba a los camioneros alineados con el bolsonarismo a levantar los más de 150 puntos de bloqueo de carreteras en 15 de los 27 estados del país.

“Este sistema criminal corrupto que organizó las elecciones brasileñas a través del TSE (Tribunal Supremo Electoral) dio un golpe a través de las urnas. Dios, patria, familia, libertad y Brasil sobre todo, Dios sobre todo. No daremos un paso atrás”, dijo al diario El País, Marcos Paulo, una de los cientos de bolsonaristas que se congregaron este miércoles fuera de la sede regional del comando militar en Río de Janeiro.

Otros manifestantes reclamaban una “guerra civil” como salida para revertir el resultado en el que el 50.9% (60,3 millones) de brasileños votó por Lula frente al 49.1% (58,2 millones) a favor de Bolsonaro. La idea de una “guerra civil”, es un recurso ya esgrimido por el mandatario años antes cuando era diputado del Congreso y que implicaba, en sus propias palabras, la muerte de más de 30 mil personas para así “imponer el orden” y “hacer el trabajo que el régimen militar no hizo”.

¿Cómo se explica este giro vertiginoso a la extrema derecha de un importante sector de la sociedad brasileña? Para académicos como el sociólogo Juan Agulló, lo primero que habría que precisar es que el bolsonarismo no es accidente surgido de las elecciones de 2018 que llevaron a Bolsonaro al poder, es más bien una realidad política que tiene raíces en sectores económicos de poder en Brasil y que amalgaman entre las profundas contradicciones en uno de los países más desiguales del mundo.

El también docente e investigador de la Universidad Federal de la Integración Latinoamericana en Brasil, apunta que el bolsonarismo es un fenómeno que “antecede su propio liderazgo carismático” y que se coció inicialmente en el descontento de ciertas capas medias urbanas tras la ralentización del crecimiento económico desde 2014. Pero las principales fuentes políticas vendrían a ser los poderes económicos ligados a una tríada conocida en el país como “Bala, Buey y Biblia”, es decir el Ejército y las fuerzas de Seguridad, los grupos del agronegocios y las iglesias evangélicas.

Agulló explica que una parte de la población aún asocia el elemento castrense con el periodo de industrialización desarrollistas y de “cierto orden”, una nostalgia a la dictadura aminorando los asesinados y desaparecidos durante este periodo, y que en la administración de Bolsonaro se tradujo en el nombramiento de al menos 8 mil militares y exmilitares, algunos como ministros o directivos de compañías públicas estratégicas, además de un aumento considerable del presupuesto en defesa y salarios en las fuerzas armadas.

Luego están los empresarios del agronegocio, amplios donantes de campaña de Bolsonaro y soporte del mandatario en su política de deforestación de la Amazonía para el cultivo extensivo en áreas protegidas, lo que produjo la peor destrucción forestal en los últimos 15 años según datos del Instituto Nacional de Investigaciones Espaciales brasileño.

Por último se encuentran las iglesias evangélicas, estas “cerraría el circulo sociológico del bolsonarismo”, que con una poderosa influencia que en los últimos años ha ido desplazando al catolicismo, la fe tradicionalmente practicada en Brasil. El sociólogo apunta a que parte de la fortaleza de este sector nace del auge de la “Teología de la Prosperidad”, corriente neopentecostal que vincula la fe con la tenencia material –la fe podrá como camino hacia el dinero-, esto en contraposición con la “Teología de la Liberación”, una propuesta de los años 60's desde el catolicismo que propugna por una iglesia más social, contra las injusticia y a favor de los pobres. Esta comunidad evangélica tiene un peso en los barrios populares brasileños, lo que abre un canal directo a las posturas bolsonaristas y al propio Bolsonaro, evangélico militante.

Por tanto, subraya Agulló, estaríamos ante un fenómeno social con raíces que vienen desde sectores de poder en Brasil pero al mismo tiempo generan afinidad política con ciertos sectores populares a pesar de impulsar políticas contrarias a los intereses de estos últimos.

“Se debe comprender el bolsonarismo como la convergencia de un conjunto de elementos preexistentes que ya estaban bastante diseminados por diferentes sectores de la sociedad brasileña –militarismo, antiintelectualismo, emprendimiento, conservadurismo social, el discurso anticorrupción, libertad de mercado y anticomunismo– y que encuentran identidad y dirección política por primera vez en la campaña presidencial (de Bolsonaro) del 2018”, señala Rodrigo Nunes, filósofo brasileño y profesor de la Universidad de Río de Janeiro.

Lejos de ser un suceso electoral fruto de la coyuntura, el bolsonarismo expresa un malestar profundo en una sociedad desigual, precarizada y donde el individualismo marca las relaciones sociales. De allí que para ambos académicos, la figura de Bolsonaro es más un “catalizador” de estos elementos y en consecuencia Nunes afirma que “se puede imaginar un bolsonarismo sin él o más allá de él”.

Lo anterior plantea un desafío sin precedentes para el nuevo gobierno, en un Brasil que dista mucho del año 2002, cuando el líder del Partido de los Trabajadores (PT) ganó su primera presidencia con una amplia mayoría en casi todos los estados. El actual tablero político deja un margen de gobernabilidad reducido, esta vez obtuvo 13 de las 27 unidades federales, aunque con un rendimiento mejor que el 2018 al recupera estados claves como Minas Gerais y Amazonas.

Tampoco le acompaña a Lula el “boom” de los precios de las materias primas con los que se impulsó programas de inclusión social y reducción del hambre durante los gobiernos petistas.

“(Entonces) la economía estaba en crecimiento acelerado, no porque se hubieran tocado los cuellos de botella estructurales, como el mercado financiero, la injusticia del sistema fiscal, la baja rendición de cuentas del sistema político, la propiedad de la tierra, los oligopolios en áreas como el transporte urbano (…) aunque hubiese existido inclusión y reconocimiento bajo el PT, no se transformaron las relaciones de precariedad, individualismo y competición producidas por un largo periodo de neoliberalización de la economía”, destaca Nunes.

Lula y sus aliados –una coalición heterogénea con grupos de izquierda y partidos de derechas- lo que le hará más difícil revertir las políticas económicas neoliberales durante la era Bolsonaro, tendrá igual un contrapeso grande con un Congreso dominado por la derecha y con un Partido Liberal - la formación de Bolsonaro-, como bancada mayoritaria en la Cámara baja y el Senado.

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