Cuatro de los cinco jueces de la sala hallaron culpable al líder ultraderechista y a siete de sus aliados, entre ellos exministros de su Gobierno (2019-2022)...

- 14/09/2025 00:00
La contundente victoria del peronismo en la provincia de Buenos Aires constituye mucho más que un simple triunfo electoral: es un mensaje político de magnitud continental. Allí donde se concentra el 40 % del padrón argentino, el presidente Javier Milei recibió una derrota por más de trece puntos porcentuales. El resultado no solo anticipa turbulencias para las elecciones legislativas de octubre, sino que desnuda la fragilidad de un proyecto que, con un discurso radical de libertad absoluta de mercado, ha mostrado límites cuando la vida cotidiana de los ciudadanos exige certezas, sensibilidad social y capacidad de gestión.
El dato es elocuente: el electorado bonaerense —tradicional termómetro del humor social— ha vuelto a depositar su confianza en el peronismo, representado por Axel Kicillof y una coalición que, con todas sus contradicciones, logró consolidarse como opción frente al experimento libertario. Milei, que supo capitalizar el enojo ciudadano para alcanzar la presidencia, ahora enfrenta la prueba más dura: gobernar con legitimidad menguada y sin mayorías sólidas.
Una señal que trasciende a Argentina
No se trata únicamente de un capítulo en la historia política argentina. El retroceso de un proyecto libertario de corte extremo, frente a la persistencia de un movimiento populista con arraigo histórico, se inscribe en una dinámica hemisférica. América Latina parece enviar una y otra vez la misma señal: las sociedades pueden coquetear con liderazgos disruptivos, pero terminan reclamando contención social, institucionalidad y respuestas concretas a problemas estructurales como la galopante corrupción gubernamental.
En Brasil, el pulso entre Lula y el bolsonarismo todavía marca la agenda, con la polarización como norma y la calle como escenario de legitimidad. En México, Claudia Sheinbaum apuesta a sostener el proyecto de la “cuarta transformación” enfrentando de manera frontal escándalos de corrupción. En Chile, la deriva del proceso constituyente dejó al descubierto el cansancio ciudadano ante soluciones maximalistas. En Bolivia después de dos décadas la izquierda fue barrida temporalmente del mapa político. Y en Centroamérica, los dilemas entre seguridad, autoritarismo y democracia vuelven a estar en el centro del debate.
El dilema de los extremos
Lo que sucede en Buenos Aires ilustra un dilema mayor: los proyectos extremos —ya sean de derecha libertaria o de izquierda refundacional— tienden a perder adhesión cuando deben enfrentarse a la gestión concreta. El ciudadano latinoamericano, hastiado de crisis recurrentes, busca certezas en un continente con democracias frágiles y economías desiguales. El peronismo, con todas sus deudas, logró posicionarse como refugio de estabilidad frente a un Milei que prometió dinamitar el sistema sin ofrecer una red de seguridad social clara.
La derrota de Milei en su bastión electoral más decisivo es, en definitiva, una advertencia que trasciende las fronteras argentinas. América Latina se encuentra en una encrucijada: los discursos radicales movilizan, pero no necesariamente gobiernan. La región sigue debatiéndose entre la necesidad de reformas estructurales y la urgencia de preservar cohesión social.
En ese espejo, lo ocurrido en Buenos Aires debe ser leído como un recordatorio: los pueblos latinoamericanos pueden tolerar el experimento político por un tiempo, pero terminan inclinándose hacia opciones que, aun con contradicciones, transmiten la sensación de protección y continuidad. El hemisferio entero debería tomar nota. El voto castigo es real.