El Rath Yatra, un festival con un dios y una herida

INDIA.. El frescor matinal dio paso al húmedo y desesperante calor de los días pre-monzónicos mientras cruzábamos el puente Sardar sobre...

INDIA.. El frescor matinal dio paso al húmedo y desesperante calor de los días pre-monzónicos mientras cruzábamos el puente Sardar sobre el río Sabarmati. Ahmedabad estaba de fiesta. El Rath Yatra, festival hindú dedicado al dios Jagannath, había comenzado hacía sólo unos minutos. A poca distancia del templo, epicentro del festival, vimos pasar una larga caravana de vehículos oficiales. La multitud se detuvo en una mezcla de fascinación y admiración. En el vehículo de honor iba Narendra Modi, jefe de gobierno del estado, héroe local, figura ascendente en Nueva Delhi y villano de ésta historia.

Modi acababa de cumplir con las tradiciones, limpiando y sacando del templo la carroza que transportaría al dios, y echado a andar el festival. Las tres carrozas principales, dedicadas a Jagannath, su hermano Balaram y su hermana Subadhra, encabezaban una caravana de más de 100 camiones, una veintena de elefantes y varias decenas de distintas sectas religiosas y grupos artísticos. Cientos de miles de personas seguíamos el recorrido, en medio de una lluvia de flores, confetis y otros objetos que volaban en todas las direcciones.

BOMBAS EN EL FESTIVAL

La euforia del Rath Yatra escondía el lado más perturbador del festival. El despliegue de seguridad era el más grande hasta ahora, y contaba con más de 20,000 policías uniformados y varios vehículos policiales dispersos y equipados con sistemas GPS.

La obsesiva seguridad no parecía molestar ni extrañar a nadie. La noche anterior, la ciudad entera había digerido la noticia de que cinco bombas caseras habían sido encontradas en el recorrido. Mientras caminaba hacia el festival, me preguntaba cuánta gente sería consciente de lo que había sucedido. Cuántos celebraban asistidos por una feliz ignorancia y cuántos, como yo, habían decidido desafiar al gusanillo de la ansiedad.

Poco después, el misterio de las bombas quedó resuelto. Habían sido plantadas en el carro de un tal Mohammed Qureshi por tres hermanos que buscaban venganza por una disputa que que databa de 1998. Luego de plantarlas, los hermanos hicieron una llamada anónima a la policía y la noticia se corrió por toda la ciudad. Un par de días de investigaciones bastaron: la policía realizó una serie de arrestos y reveló la verdad. Caso cerrado.

MASACRES FRATERNALES

La patética realidad del episodio de las bombas significa que la amenaza fue irreal, nunca existió. Pero eso no es lo importante: a lo largo y ancho de la India, el miedo de un ataque terrorista musulmán en un festival hindú es muy real. En Ahmedabad y Gujarat, es casi paranoico. Curiosamente, es también un miedo extraordinariamente internalizado, de ahí la naturalidad de las celebraciones. Después de todo, la violencia entre hindúes y musulmanes en los últimos 60 años ha sido más frecuente y devastadora en ésta ciudad y en éste estado que en ningún otro lugar. Cada 10 años más o menos, Gujarat ve a sus hijos matarse entre ellos por religión. Sucedió en 1969, 1985, 1992 y 2002.

La violencia de hace 10 años ha dejado marcas imborrables en Ahmedabad. El 27 de febrero de 2002, un tren con peregrinos hindúes fue atacado en la cercana estación de Godhra por una supuesta turba musulmana. 58 peregrinos, incluyendo 25 mujeres y 15 niños, murieron calcinados dentro del tren. Al día siguiente, los cadáveres fueron traídos a la ciudad y expuestos al público. Ese mismo día comenzó lo que terminaría siendo una de las orgías de violencia más salvajes de la historia india.

Las masacres se sucedieron sin parar, con un nivel de brutalidad y sadismo espeluznante. ‘Agarraron a mi hermana y la golpearon. Se la llevaron, la mutilaron, la rociaron con gasolina y diesel y la echaron viva a las llamas. Mi nieto tenía sólo tres meses, y también lo arrojaron al fuego. ¿Qué sabe un bebé de mezquitas o templos, de hindúes o musulmanes? Ni siquiera al bebé pudieron perdonar’, recordó, entre lágrimas, Fátima Bibi en una entrevista.

La barbarie también destruyó la ciudad. Más de 60,000 musulmanes y 10,000 hindúes huyeron de sus casas. Se estima que unos 20,000 hogares y negocios musulmanes, y 523 sitios de culto fueron quemados. En el sitio donde alguna vez estuvo la dargah (mausoleo sufí) de Wali Gujarati —borrada de la faz de la tierra—, en las ruinas llenas de ardillas de la mezquita Gumte, muchos de los hombres participaron de la devastación de éstos lugares; sintieron satisfacción de destruir lo que para otro es sagrado. Muchos lo harían nuevamente.

El 1 de marzo el ejército fue desplegado por el gobierno central. La violencia empezó a decrecer, aunque se mantuvo intermitentemente hasta mediados de año. Según cifras oficiales, 1,267 personas fueron asesinados, tres cuartas partes de ellas musulmanas (cifras extraoficiales marcan más de 2,000 personas).

MUERTE Y BOOM ELECTORAL

Diez años después, poquísimas personas dudan de que el gobierno gujaratí jugó un rol activo en las matanzas. Durante una de las primeras masacres, por ejemplo, el exparlamentario musulmán Ehsan Jafri intentó usar su estatus para proteger a sus vecinos. Testigos declararon que Jafri llamó repetidamente a Narendra Modi, y a unas 200 personas más entre oficiales y policías, para pedir ayuda. Nadie respondió.

Farzana, una mujer musulmana, contó cómo la policía le disparó a su marido cuando salió de madrugada, con su bebé de dos meses en brazos, a buscar un doctor para la criatura. Un tiro limpio a la cabeza. ‘Su cerebro quedó regado por todos lados, y nuestro bebé quedó allí en la calle’, dijo. Los más cínicos argumentan que había toque de queda, pero eso no ayuda a responder cómo las turbas hindúes localizaron con tanta precisión a las personas y propiedades musulmanas, y cómo, a pesar de que muchos musulmanes decidieron dar ojo por ojo, la cifra de muertos y destrucción es escandalosamente desproporcional. Conspiración o no, el partido de Modi barrió las elecciones de diciembre de 2002, ganando 126 de los 182 escaños en disputa. Tuvo más votos en las áreas más violentas.

Durante varios años, el rol jugado por el gobierno fue un tema controversial, pero basado solamente en sospechas. La mayoría de los casos se habían cerrado y Modi y compañía parecían intocables. Pero desde 2004, la Corte Suprema ordenó la reapertura de más de 2,000 casos, lo que motivó a miles a presentar cargos.

Ese mismo año, un alto cargo del gobierno entregó a un abogado local un disco con grabaciones de todas las conversaciones telefónicas, tomadas durante las peores horas de la crisis. El abogado en cuestión, Mukul Sinha, sigue escarbando las grabaciones en busca de evidencia, a pesar de los intentos del gobierno de Modi de torpedear la investigación, acusando al oficial que le entregó las cintas, Rahul Sharma, de violar la Ley de Secretos Oficiales.

La justicia, poco a poco, fue avanzando. El 29 de este mes se espera el veredicto de 61 personas acusadas de la muerte de otras 94. Hubo más de 300 testigos y las grabaciones telefónicas del Sinha jugaron un papel crucial. Independientemente del veredicto, y de la corrupción endémica de la burocracia india, los dedos que señalan a la cima del estado, a ese Narendra Modi inaugurador de festivales sagrados, son cada vez más. En un reciente artículo, el periodista Gardiner Harris del New York Times no tuvo ningún reparo en afirmar que ‘en EEUU echamos a los alcaldes cuando la nieve se atora en las calles. Modi dejó que sus calles se atragantaran con sangre y barrió en las elecciones’.

UN RAYO DE ESPERANZA

La reapertura de casos y la aparición de evidencias han arrojado grandes dosis de esperanza entre los que trabajan por la paz entre hindúes y musulmanes. ‘Por primera vez, el sistema judicial indio realmente está trabajando para llevar a la justicia a los involucrados en las matanzas. En el pasado, los culpables jamás eran castigados. Hemos llegado a un punto de inflexión’, dijo M.J. Akbar, uno de los musulmanes más respetados del país, al New York Times.

La responsabilidad de impedir la creciente y peligrosa separación entre las dos comunidades más importantes del país recae sobre todos los indios.

El margen de maniobra es muy poco y los riesgos son altísimos. Los Nehru, Gandhi, Patel y tantos otros tuvieron éxito creando la India, pero hasta ahora sus sucesores han fracasado intentando crear indios. De ellos depende que lo que Nehru explicó como ‘el sueño de unidad que ocupó la mente india desde el amanecer de la civilización’ no termine ahogado en odio fraternal.

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