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02 de Oct de 2023

Nacional

Puerto Príncipe: la ciudad del “Armagedón”

PUERTO PRÍNCIPE. Las avenidas comenzaron a flamear como cintas de tela al viento. El terromoto fue primero un rumor, luego un rugido y f...

PUERTO PRÍNCIPE. Las avenidas comenzaron a flamear como cintas de tela al viento. El terromoto fue primero un rumor, luego un rugido y finalmente, explosiones en cadena provocadas por el derrumbe de las casas. Como una ola de terror que se apagó de repente para dejar una inmensa nube de polvo flotando sobre Puerto Príncipe y una cantidad de muertos que nunca se sabrá con certeza.

Luego de cuatro días, las réplicas no se detienen. Van más de 50. Hoy, antes del mediodía, este periodista acompañó a rescatistas franceses y panameños que se internaron en el castigado barrio de Dumas para buscar sobrevivientes bajo los escombros del Liceo Pierre Fignole. A la hora del terromoto había allí cerca de 500 alumnos. Todavía se pueden ver cuerpos aplastados y restos humanos retorcidos entre las piedras.

Los haitianos parecen haber desarrollado un talento especial para detectar cuerpos entre las ruinas. "Mira ese" dice un rescatista panameño, señalando el gesto de terror petrificado en un rostro salpicado por las moscas. Aunque al principio el olor a muerte marea un poco, con los minutos desaparece.

Algunos vecinos se acercaron para avisar que allí cerca había una niña que pedía agua, enterrada en lo que fue su casa. El camino es un mar de gente que camina sin rumbo pidiendo "water".

El calor tumbante del caribe juega en contra. Pero mejor así. Las lluvias serían mucho peor, amplificando la posibilidad de epidemias. Lo cierto es que luego de atravesar una calle que estaba rajada del lado izquierdo y era mejor no pisar, dos rescatistas franceses llegaron hasta allí. La gente por la calle ha montado pequeñas tiendas por todas partes. Las construcciones ensortijadas, tipo San Miguelito, condujeron al centro del complejo. Todos comenzaron a gritarle a la niña. Una señora lloraba y decía su nombre. Los franceses subieron a las estructuras y tiraron algunas piedritas buscando medir la profundidad. No hubo respuesta de la niña. Pero una réplica hizo temblar todo y la gente comenzó a correr desesperada, recuperando en un segundo el pavor que acabó con sus vidas. Era una trampa de muerte. Por suerte no fue más que un susto y no pasó nada.

Más tarde, en el predio de la ONU, en Petitonvile, donde quedaron enterradas 250 personas, los rescatistas también buscaban sin suerte algún signo de vida. Perros rastreadores olfateaban como locos pero no ladraron nunca un milagro. De repente se comenzaron a escuchar disparos que sucedían a pocas cuadras. Alguna gente llegó corriendo avisando que se estaban enfrentando saqueadores con los cuidadores de las tiendas y las ruinas que se armaron para salvar algo del colapso.

Allí nadie ha podido entrar. Los edificios de dos o tres pisos se derrumbaron sobre la calle haciendo imposible el tránsito de carros. Hacia la tarde de ayer una columna de humo se levantaba sobre la zona sin que nadie pudiese explicar a ciencia cierta qué pasaba. Los ingenieros internacionales dicen que muchos de los derrumbes se deben al peso de los techos de concreto apoyado sobre pilares débiles. La explicación es cultural. El techo de concreto en Haití es un símbolo de estatus. En una zona de huracanes y tormentas tropicales, los techos de chapas se asocian a la precariedad y a la pobreza. El estatus sin embargo no se pudo sostener. En los próximos años los derrumbes no se detendrán.

Aunque ya no son tantos los muertos en las calles, el problema es complejo. Se han abierto otras zonas, los vecinos deciden limpiar y arrojan los cuerpos donde les parece. Han habido enfrentamientos por la resistencia de las familias que están cerca del lugar elegido. Guerra de piedras que no faltan. Por si fuera poco, el mal humor por la sed y el hambre crece. Mientras algunos aplauden a los rescatistas otros les piden que se vayan y los insultan. La distribución de la ayuda extranjera aún es ineficiente, como un helicóptero tirando agua sobre kilómetros encendidos, mitiga un poco, pero no basta.

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