Queridas noches

Actualizado
  • 04/12/2011 01:00
Creado
  • 04/12/2011 01:00
‘Hola, papi. ¿Cómo estás?, ¿cómo te llamas?’, con esta protocolar línea de introducción, las ‘mujeres de la noche’, como a la mayoría le...

‘Hola, papi. ¿Cómo estás?, ¿cómo te llamas?’, con esta protocolar línea de introducción, las ‘mujeres de la noche’, como a la mayoría les gusta que se les llame, levantan el telón de lo que será una obra con un guión de falsa seducción, y en la que ambos protagonistas negociarán el precio de la entrada con el pasar de los actos.

Cuando uno entra a un club nocturno, sea cual sea, generalmente el escenario es el mismo. A lo lejos, en la privacidad que provee un rincón oscuro, mujeres sentadas sobre el regazo de algunos realizan una coreografía de sensual movimiento de pelvis y otras esperan al acecho por posibles clientes. Ellos, conscientes de que son un signo de dólar andante para las miradas anfitrionas, desfilan con la cabeza en alto.

Pero no todos tienen la misma postura. Y las que lo saben bien son justamente las que están de oferta. De falda corta, medias hasta el muslo y apretados tops, lo suficientemente abiertos para enseñar la mercancía y dejar lugar a la imaginación del posible comprador, analizan a quién vale la pena atacar. Las reglas del juego están más que claras, pero no todos juegan sin billetera. En este caso, la cartera sí mata galán. Por eso algunos se las ingenian para disfrutar de cualquier manera.

PARA ALGUNOS

Hay una gran diferencia entre los consumidores. Por eso los clubes a disposición varían en calidad y precios. En los más exclusivos, como el Club Elite, ubicado en Calle 50, colmados de impactantes bellezas, frecuentan los extranjeros, esos que generalmente pagan lo que se oferta y gozan del poder de establecer las reglas que otorgan los billetes verdes.

Por el otro, los panameños, que en estos escenarios en particular se quedan hasta que el valor sale en la conversación y los condena.

ASÍ LOS VEN ELLAS

‘Generalmente los panameños vienen a ver el show, tomar algo y se van. Buscan un breve coqueteo, pero casi nunca se van con nadie. Para ellos es caro’, revela Angélica, una de las tantas colombianas del lugar. En estos clubes de cierta exclusividad, el 90% de las chicas son del país vecino. ‘De 60 mujeres, casi siempre 50 o más son de Colombia’, resalta.

Un factor importante en este tipo de lugares, y que separa a extranjeros de locales, es que no hay habitaciones para el placer inmediato, sino que el interesado debe pagar una cantidad específica de tragos –generalmente diez— de aproximadamente $15 a su seductora de turno para poder llevársela del lugar, y luego recién lograr el cometido por el que se llegó hasta acá. Pero claro, eso demanda otro gasto.

‘Los panameños llegan en grupo. Cuando uno se paga un baile en la silla, los demás se aprovechan de la situación y se pasan de los límites. Hay algunos son bastantes groseros’, resalta Angélica, quien a sus 26 años llegó desde Medellín y ejerce esta profesión desde hace un par de meses. ‘Nosotras nos venimos de Colombia para que nuestra familia no sepa lo que hacemos y no se avergüence. Además del dinero, claro’, confiesa.

Para muchos de por aquí, pagar por una prostituta no es un gasto, sino una inversión a corto plazo.

ASÍ JUEGAN ELLOS

‘Hola, mami, ¿todo eso es tuyo?’, piropea un panameño a una exuberante pelirroja. ‘A todos los de aquí les gustan más las colombianas porque son cariñosas y atentas’, explica un joven que confiesa tener novia, pero que rápidamente apunta que ‘mirar no está mal’. Su comentario desata las risas de sus amigos. ‘¡No te hagas el santo!’, exclama uno. Con una leve sonrisa, admite que quemó a su pareja más de una vez. ‘Ella siempre está de malhumor, y… ¡uno es hombre, fren! Tu sabes qué es lo que es’, dice.

Continúa la noche. Decenas de mujeres de quirúrgicos cuerpos se contonean sensualmente en distintos puntos del lugar. Una alta morena se sienta a mi lado, y, sin perder un minuto, suelta el saludo de protocolo: ‘Kelly, mucho gusto, guapo’. ‘¿Panameña?’, pregunté al escuchar su voz. ‘Sí, una de las pocas, pero la mejor de todas’, contesta con atractiva confianza. Para ella y su amiga panameña Jessica, la competencia es dura, pero logran ganar lo suficiente para enviar dinero a sus hijos que viven en Colón.

La cuestión en los clubes se ha puesto dura, muchas reconocen que ‘está así en todos lados’ y que hay ‘cada vez más prostitutas’ en la calle. Para una gran demanda, existe una alta oferta.

‘La verdad es que los clientes en general vienen a buscar lo que no encuentran en sus casas. Y eso es lo que les damos. Varias de nosotras preferimos los extranjeros, porque vienen con billeres. Entre los panameños hay de todo, a alunos mejor evitarlos, otros se portan bien’, indica Jennifer, una bogotana de 23 años, de rasgos delicados y peligrosas curvas. ‘Los que vienen con plata son los que están en alguna despedida de soltero y son buenos clientes’, demuestra su experiencia.

De repente, un grupo de cuatro señores vestidos de traje y corbata, cuyas canas revelan unos 50 años de edad, entra en escena. Casi automáticamente, la gran mayoría de las chicas los miran sin perderles el rastro. A medida que caminan por los pasillos, sus atuendos las van imantando, formando una fila de mujeres que los escoltan cual flautista de Hamelín, con la diferencia de que el instrumento es una cartera muda sin canto pero con gracia. Y potencial ganancia.

‘Me tengo que ir, llegaron los que tienen billete’, se despide Jennifer mientras se levanta el busto y abraza a dos compañeras que vinieron a buscarla.

PARA TODOS

Así como están los lugares exclusivos, también existen los de módicos precios como La Mayor en Casco Viejo o Miami en El Dorado. Aquí, ver un extranjero no es cosa de todos los días. Los panameños son amos y señores del club, que recibe un promedio de 2 mil personas por quincena. El administrador de turno, que prefirió permanecer en el anonimato, mantuvo en intriga la facturación, pero reveló que sus mejores clientes son los obreros: ‘A ellos les pagan semanalmente, y ni bien reciben el salario vienen a gastar aquí’, explica.

A pesar de que ‘la calidad no es la misma’, la cantidad de mujeres sí permanece igual. ‘La verdad no me importa mucho cómo se vea. Por 21 palos uno puede llevarse a una al cuarto por 15 minutos y pasarla bien. No hay negociaciones, el precio es el mismo para todas’, explica Andrés, quien coincide en que las ‘colos’ son mejores que las panameñas por ‘su acento’ y ‘su buena atención’.

‘Uno sabe que está mal, pero está priti cambiar un poco. Mientras uno lleve el pan a la chantin’ cada quincena y pague las facturas, no pasa nada’ —comenta— y agrega: ‘El que diga que no quema a su mujer, te está grubiando. Acá las manes van pal’ cuero y no piden explicaciones’.

Para otros, la causa y efecto puede sintetizarse fácilmente: ‘Fren, aquí en Panamá son todas unas drama queen. Para terminar en la cama con alguna hay que llevarlas a cenar, al cine, a esto y aquello… al final sale más barato venir directamente a estos lugares y ya’, explica eufórico Julio mientras levanta el vaso y brinda con sus cinco amigos.

Ellos llevan tres horas en el club y sólo uno pagó $42 para subir a la habitación con una chica por media hora.

Fuera de los clubes nocturnos, a la salida de alguna discoteca o en calles frecuentadas, también existe un amplio abanico de opciones. Eso sí, la variedad que se oferta es directamente proporcional al peligro de contraer una enfermedad venérea.

Las trabajadoras independientes, a diferencia de las que laboran en un club, no están obligadas semanalmente a un chequeo médico. Este importante aspecto queda a conciencia de cada una —y cada uno—.

‘Las de las calles son peligrosas. O puede que te roben o te pegas alguna enfermedad. No hombe’, no’, sentencia Andrés.

Las mismas chicas que laboran en sus respectivos clubes, entienden que, aunque deben facturar para el dueño del lugar, están en un ambiente controlado y ‘100% sanas’.

‘Nunca quise se independiente, eso es muy peligroso’, revela Jennifer.

El juego existe desde hace mucho tiempo, y cada vez hay más piezas y jugadores para practicarlo. No hay límite de participantes, y una cartera grande otorga la cantidad de vidas que uno quiera. Por la noche no hay culpables ni cómplices; ojos que no ven, corazones que no sienten.

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