Un flaco por la presidencia

Actualizado
  • 07/04/2013 03:00
Creado
  • 07/04/2013 03:00
CARACAS. El centro de Caucagua es una fiesta. Decenas de personas toman la vía principal del pueblo y alzan banderas. Jóvenes, hombres, ...

CARACAS. El centro de Caucagua es una fiesta. Decenas de personas toman la vía principal del pueblo y alzan banderas. Jóvenes, hombres, mujeres, aplauden, bailan y sudan bajo el sol implacable del mediodía. De repente, la música es interrumpida por un improvisado animador que sobre una camioneta grita al micrófono: ‘¡Ya está llegando Henrique Capriles!’.

Mariela Mendoza espera con emoción. ‘Yo soy pobrecita’, se presenta. Caucagua está en el corazón de Barlovento, en la región norte-costera de Venezuela. Asiento de importantes haciendas de cacao en la época colonial, acogió a cientos de esclavos traídos desde África por los españoles. De allí viene Mariela y el frenético repicar de los tambores que anuncian el arribo del candidato presidencial de la oposición venezolana.

Embutida en jeans, Mariela -negra robusta, 40 años y mirada pícara-, confiesa que ya se cansó de votar por el chavismo. Tras muchas decepciones, abandonó la revolución bolivariana y se subió al llamado ‘autobús del progreso’. ‘Ese flaco puede tener todos los millones, pero es un hombre sencillo’, describe a su nuevo amor político.

El chavismo descalifica a su adversario tachándolo de ‘burgués’ y ‘oligarca’. Sonia Castillo, docente de 38 años, escucha esos términos y frunce el ceño. ‘Al contrario, él es proactivo, maneja buenas ideas y como gobernador ha cumplido. Capriles viene de cuna de oro, no tiene necesidad de robar, él lo que quiere es generar bienestar’, suelta mientras sacude su tronco de ébano al ritmo de los cueros afrocaribeños.

DE PELÍCULA

Henrique Capriles nació el 11 de julio de 1972 en Caracas, en una familia de origen judío y destacada actividad empresarial. Pero la historia no es color de rosa: sus bisabuelos perdieron la vida en el campo de concentración de Treblinka, en Polonia, y sus abuelos maternos, Andrés Radonski y Lili Bochenek, pasaron 22 meses escondidos de la garra del régimen nazi en un sótano hasta que lograron escapar del gueto de Varsovia.

Afincados en Venezuela desde 1946, Andrés y Lili continuaron con el negocio familiar. Abrieron una sala de cine y, sin saberlo, sentaron las bases del Circuito Nacional de Exhibidores, una de las empresas más importantes del ramo.

Gracias a la pasión del viejo Radonski, su nieto pudo conocer en 1984 a Mario Moreno ‘Cantinflas’. ‘Él me decía sobrino y yo, tío’, rememora. Entretanto, su padre, Henrique Capriles García, representaba a una importante transnacional de alimentos en el país.

Segundo de tres hermanos, el gusanillo de la política le picó a los 11 años. A los 22, se graduó de abogado en la Universidad Católica Andrés Bello y luego realizó cursos en Columbia (Nueva York), la Academia Internacional de Impuestos en Ámsterdam y el Centro Interamericano de Administradores Tributarios de Italia.

Su vida cambiaría el 6 de diciembre de 1998. Ese día resultó electo el diputado más joven de la historia venezolana con 26 años, apoyado por el partido socialcristiano Copei, que junto a Acción Democrática había controlado el modelo bipartidista instaurado en 1958.

Los azares y la crisis del sistema, le terminaron colocando en la presidencia de la Cámara de Diputados. El primer gran paso en su marcha por el poder.

A CORRER

El sol aprieta y el asfalto hierve. Todos se apretujan en el punto de partida de la caminata, que es una postal típica de cualquier pueblo venezolano con su panadería, venta de comida ambulante y un comercio chino. ‘¡Se ve, se siente, Capriles presidente!’, braman. A los pocos minutos, el candidato llega a Caucagua.

Con una camisa azul y una gorra con el tricolor de la bandera nacional, Capriles levanta su mano derecha, apunta al cielo azul y sonríe. La avalancha se desprende por las angostas calles y, en medio del tumulto, el líder avanza con rapidez.

La gente se le tira encima. Algunos quieren llevarse de recuerdo una foto con él y sacan el teléfono para captar el instante. Otros lo jalan tan duro que pudieran quedarse con un brazo como testimonio de su visita. Mujeres, altas, bajas, gordas y flaquitas, se guindan de su cuello y le estampan un beso.

Al final del trayecto, Capriles se encarama sobre un camión para dirigirse a la audiencia. Cierra el puño izquierdo, golpea el viento y habla de progreso a los habitantes de Caucagua, donde los servicios públicos no funcionan, hay botes de aguas negras, el monte crece y algunas casas ni tienen friso.

A unos 300 metros, un grupo de chavistas, camisas rojas y gestos amenazantes, intentan sabotear el acto. Entonan: ‘¡Y no me da la gana, de ser una colonia norteamericana!’. El candidato no se amilana y sigue. Su intervención es corta: seguridad, empleo y educación. ‘¡Dios bendiga a Caucagua, amén!’, se despide y, de inmediato, aborda la camioneta coaster blanca hacia su próximo destino.

A DIOS ROGANDO…

‘¡Qué calor!’, dice con asombro Capriles sentado al fondo del vehículo. Se quita la empapada camisa azul y antes de ponerse una verde idéntica, con un paño blanco seca el sudor que lo baña. Sobre su pecho cuelgan dos escapularios, uno con la imagen de Cristo y otro de la Virgen María. Pese a su origen judío, es de formación católica y devoto mariano: ‘Soy creyente, por eso siempre nombro a Dios en mis discursos, no para politizarlo, sino como una manera de retribuir esa fe’, explica.

El año pasado, el ritmo de la campaña electoral que culminaría con la tercera reelección de Hugo Chávez, fue trepidante. En un día Capriles recorría seis localidades de un estado.

Ahora es igual. Esta semana abrió una campaña inédita con un acto multitudinario en Maturín, en el este del país: es la primera en 14 años sin Chávez y es la más corta de la historia venezolana. Y dijo: ‘Nosotros no tenemos recursos, pero nosotros tenemos la esperanza de un pueblo que quiere salir adelante. Nosotros no tenemos Consejo Nacional Electoral (CNE), no tenemos Tribunal Supremo, no tenemos Fiscalía ni Contraloría, nosotros no tenemos la chequera de (la estatal petrolera) PDVSA, pero nosotros tenemos la fuerza de este pueblo’.

En 10 días Capriles intentará convencer al pueblo de que la lucha es por el país, no contra Chávez, de que hay que salvar a Venezuela y les pedirá una y otra vez que ‘derroten el miedo’: ‘Miedo tenemos que tenerle a un país que no avanza, que va hacia atrás, a un gobierno que persigue a las ideas. Nadie le puede tener miedo al progreso, a tener una mejor vida’.

Capriles se mide con un candidato diferente, pero enfrenta la misma estructura. El chavismo es hoy el Estado venezolano, incluida las dos piezas clave del engranaje del poder en este rincón de Sudamérica: Petroleros de Venezuela y la Fuerza Armada, cuyos altos mandos se han declarado ‘socialistas, antiimperialistas y chavistas’.

PASO A PASO

A Capriles lo apodan ‘El flaco’. ‘Hay gente que me ve más delgado, pero estoy comiendo bastante’, afirma. En el trayecto hasta la localidad que viene en el extenso itinerario electoral, toma un Red Bull, dos Coca-Cola Light y una ensalada de frutas.

Fue diputado, alcalde y gobernador. La experiencia como parlamentario fue efímera. Duró menos de un año, tiempo que le bastó al jefe de la revolución bolivariana para convocar una Asamblea Nacional Constituyente y disolver al antiguo Congreso bicameral. Desmarcándose de Copei, que lo postuló a la Cámara de Diputados, figuró entre los fundadores de Primero Justicia y en los comicios de 2000 ganó por primera vez la Alcaldía de Baruta (Miranda), cargo que revalidó en 2004.

En 2008 la oposición buscaba un abanderado para enfrentarse por la Gobernación de Miranda al teniente Diosdado Cabello, delfín de Chávez y hombre del régimen.

Una inhabilitación para el candidato de los sectores tradicionales, le abrió el camino a Capriles quien, contra todo pronóstico, derrotó a Cabello con el 53,11%. ‘Este es un proceso que se va dando’, repite siempre el candidato que nunca perdió una elección.

EL AMOR

Una tarde durante la campaña en que midió fuerzas contra Chávez, Capriles llegó a San José, un municipio en los márgenes del río Guaribe. En medio de la masa, una pancarta rezaba ‘Flaquito, quiero ser tu suegra para cuidarte a mis nietos. Cocino sabroso, tengo 3 casas y 500 gallinas’. Desde la tarima, Capriles leyó la propuesta y preguntó: ‘¿Mi señora, dónde está su hija?’.

El candidato está soltero. Mantuvo un largo y famoso noviazgo con la animadora Erika de la Vega, y se le relacionó con la modelo que ahora es pareja del cantante Marc Anthony, pero hasta la fecha ha esquivado el altar.

‘Mi vida está dedicada a esto’, dice. ‘No he ni siquiera ocupado tiempo en mi vida personal, esposa, los hijos, porque tomé una decisión. Ya llegará el momento de abrir un hueco porque creo en la familia’, acota.

Su preocupación es conquistar corazones que se conviertan en votos. Plantea un ‘Gobierno para todos’. Recuerda su actuación en Miranda frente a la vaguada que golpeó Barlovento a finales de 2010. ‘Superamos esa contingencia unidos como pueblo’, dice. Y remata: ‘¡Necesitamos llegar a la Presidencia para construir el camino del progreso!’.

Fuegos artificiales explotaron aquel día en el aire. Ahora Capriles va y viene, viaja y habla, camina y corre. Sabe que no va a ganar pero está convencido que ese día llegará.

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