Un asesinato, dos golpes de Estado y un millón de mentiras

Actualizado
  • 19/07/2015 02:01
Creado
  • 19/07/2015 02:01
El 12 de enero de 1955, 10 días después del magnicidio contra el presidente José Remón, Rubén Miró se confesó culpable

El 4 de enero de 1955, apenas dos días después del asesinato del presidente José Antonio Remón Cantera (1908-1955), Rubén Miró se dirigió a la casa de Rodolfo Saint Malo, en la avenida Federico Boyd, esquina con Calle 47.

El propio Saint Malo, viejo socio y amigo de José Ramón Guizado, primer vicepresidente de Remón y al momento presidente de la República, abrió la puerta de entrada y lo condujo hasta el despacho, en la parte baja de su residencia.

Miró nunca antes había estado allí, pero notó que el espacio era circular, elegante y perfectamente amoblado.

‘Parece que todo salió bien', comentó Saint Malo, refiriéndose a los eventos del anterior domingo, 2 de enero.

Después de celebrar por unos momentos, pasaron a elaborar el listado de los integrantes del próximo Gabinete.

Temístocles Díaz debía ser asignado al Ministerio de Comercio y Agricultura; Inocencio Galindo, a Obras Públicas; Ricardo Arias Espinosa, a Hacienda; Octavio Fábrega, a Relaciones Exteriores y José Sosa, al Banco Nacional.

A Henrique de Obarrio lo enviarían como encargado de alguna embajada.

A él, Miró, le correspondía el Ministerio de Gobierno. Era su recompensa por un trabajo bien ejecutado. Así había sido acordado con Guizado, declararía Miró al magistrado José María Vásquez Díaz y a otros investigadores reunidos en el interrogario del 14 de enero de 1955, testimonio que recogió La Estrella de Panamá en marzo de 1955.

Pero no. Así no fueron los hechos. Esa fue una mentira. Fueron declaraciones bajo presión, diría Miró un mes más tarde, cuando Guizado estaba siendo enjuiciado, precisamente como resultado de sus acusaciones.

La verdad era otra y estaba más cerca de las declaraciones que había dado el 12 de enero, frente al mismo magistrado.

Como atestimoniaría aquel día, la idea de asesinar a Remón se le había ocurrido de un momento a otro, el mismo 2 de enero y la había ejecutado él solo.

Ese fatídico día había comenzado para él de la forma más tranquila, visitando el cementerio con su esposa e hijos para dejar flores en la tumba de sus suegros.

En varias ocasiones se había acercado al hipódromo ‘Juan Franco' ese día, donde había hecho apuestas por un valor de $300. En un momento había podido observar, a lo lejos, la figura regordeta del presidente José Antonio Remón.

A las 7 de la noche, mientras salía de la casa de su padre, la imagen del mandatario, a quien había apoyado durante la campaña electoral de 1952, y quien no le había correspondido asignándole una posición de Gobierno, le daba vueltas todavía en la cabeza. Cuando pasaba frente a la Catedral, en San Felipe, tomó la determinación de ir al hipódromo nuevamente y matar al presidente. Así nada más. Porque sí.

Primero pasó por su oficina para recoger la ametralladora que había adquirido el año anterior, por $150. Después de colocarla en la parte delantera de su vehículo, se dirigió hacia el "Juan Franco".

En el camino, se acordó de los guardaespaldas de Remón, Bolo Ragel y Bottling Negron, buenos muchachos.

Poco después, llegaba al hipódromo por la entrada de los cuatro fulares.

Estacionó el carro y, cargando la ametralladora, cruzó a pie la cancha hasta llegar a la cerca de papos, frente al bien iluminado palco presidencial de la casa club, donde todavía Remón conversaba con un grupo de amigos y amigas.

Entonces, faltando 25 minutos para las 8 de la noche, disparó dos ráfagas de ametralladora en 30 segundos, relató a sus interrogadores.

—¿Se considera usted culpable de la muerte del presidente?, le preguntó el fiscal. El contestó: ‘No es mi responsabilidad decir si yo soy culpable o no. Eso le compete a usted '.

INOCENTE

Tampoco la versión del 12 de enero era verdad, porque él ‘era inocente', diría posteriormente, frente al jurado de conciencia, reunido para el juicio al que se le llamó junto a otros seis sindicados, entre octubre de ese mismo año y diciembre de 1957.

Aquella noche no había ido al hipódromo solo, sino acompañado por Alfonso Hyams.

Al disparar, lo hizo al aire, no contra el presidente. El no había herido a nadie.

Si en el expediente aparecía como culpable era por la malevolencia del magistrado José María Vásquez Diaz, a quien tildó de ‘director de todo este sainete político', ‘practicado de la manera más sucia'.

Si había declarado contra Guizado, había sido porque el coronel Bolívar Vallarino lo había amenazado con apresar a su hijo y a su esposa.

‘Vallarino, Dicky Arias y Alejandro Remón son los autores del asesinato político de José Ramón Guizado', proclamaría varias veces durante el proceso que le siguió la Asamblea Nacional de Diputados a Guizado, en marzo de 1955, tratando de ayudarlo.

‘Llévenme a la audiencia como testigo y diré toda la verdad. Guizado es inocente. Puedo dar pruebas de gran valor', insistiría Miró desde la Cárcel Modelo, en una carta dirigida, como último recurso, a su tío político, el expresidente Harmodio Arias.

QUIÉN ERA RUBÉN MIRÓ

Rubén Oscar Miró Guardia era un abogado exitoso, aunque con fama de ‘marrullero'. Tenía, a la fecha, alrededor de 46 años, y procedía de una ‘buena familia' .

Su padre había sido magistrado de la Corte Suprema y embajador.

Su madre era hermana de Rosario Guardia, esposa del expresidente Harmodio Arias.

Era, por tanto, primo hermano de los hijos del exmandatario, quienes gozaban de una excelente posición económica y social, con importantes conexiones en los círculos más exquisitos.

Entre los hijos de Harmodio, su predilecto era Roberto (Tito) Arias, con quien mantendría una buena amistad a través de los años.

La educación de Miró también había sido esmerada: había pasado por la Academia Militar de Chorrillos, en Perú, y estudió un doctorado en derecho en la Universidad de Washington, entre 1930 y 1935.

Uno de los profesores de esta época, Richard Gallagher, lo describiría como ‘un estudiante sobresaliente... con una memoria fotográfica, capaz de leer un expediente y después dictarlo de memoria'.

Pese a su indiscutible inteligencia, Miró mantenía, de acuerdo con algunas fuentes, una vida errática, centrada en la diversión y el juego.

En su libro ‘El extraño asesinato del presidente Remón', Guizado menciona que mantenía deudas de juego por $15,000. Y los expedientes del caso Remón incluían referencias a relaciones con dos mujeres, aparte de su esposa. Una de ellas, Teresa Castro de Suárez, (quien negó ser su amante y dijo que Miró le había ‘arruinado la vida'), fue también sindicada en el crimen.

EL CERCO

Los sospechas contra Remón habían empezado desde las fases más tempranas de la investigación del caso Remón, cuando varios testigos dijeron estar al tanto de sus planes de atentar contra la vida del presidente.

El sacerdote Carlos Pérez Herrera, el arquitecto Pérez Venero, Norberto Navarro y los hermanos Alejandro y Alberto Cuéllar, el cadete Luis Tejada y el oficial de seguros Eduardo Grau sostuvieron que Miró se les había acercado para solicitarles su apoyo en la búsqueda de una ametralladora para ‘matar cuanto antes al presidente Remón'. Decía tener el apoyo del mayor Timoteo Meléndez, de la Guardia Nacional.

JUICIO

Durante su juicio, entre octubre de 1955 y diciembre de 1957, Miró tendría la oportunidad de, por fin, decir la verdad. O tal vez una nueva mentira. O tal vez esta vez una parte de la verdad.

‘Al jefe de la banda de los que tiraron en Juan Franco lo dejaron ir: está muy lejos y se llama Irvin Lipstein', declararía Miró.

EL FINAL DE RUBÉN MIRÓ

En diciembre de 1957, Miró fue absuelto, junto con los otros seis sindicados, por un jurado de conciencia. Sin embargo, a diferencia de José Ramón Guizado, no ha sido absuelto por la historia. Hoy se le considera la cara visible de una trama concebida de forma magistral por quienes lograron dar dos golpes de Estado (uno, el magnicidio de Remón y el segundo, la conspiración que sacar al sucesor legítimo de la Presidencia) y permanecer impunes.

Su tendencia a la conspiración y a los planes grandiosos y macabros quedó en evidencia, una vez más, al participar en 1959, junto con su primo Tito Arias, en un fallido intento de invasión a Panamá, respaldada por Fidel Castro.

En enero de 1970, su cuerpo fue encontrado en El Naranjal, de Chepo, con un tiro en la cabeza y tres descargas de ametralladora en el cuerpo.

El suyo fue un final trágico y misterioso, similar al del mismo presidente José Antonio Remón.

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‘‘Llévenme a la audiencia como testigo y diré toda la verdad. José Ramón Guizado y Rodolfo Saint Malo son inocentes. Llévenme a la audiencia, que puedo dar pruebas de gran valor',

RUBÉN OSCAR MIRÓ

SINDICADO POR EL ASESINATO DEL PRESIDENTE REMÓN

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