52 años de trabajo en el Palacio de Las Garzas

Actualizado
  • 19/06/2016 02:00
Creado
  • 19/06/2016 02:00
Ha trabajado en el Ministerio de la Presidencia más tiempo que nadie

Del Salón de los Tamarindos al Salón Amarillo. De allí a la fuente de las garzas... Diana de Coronado guía al equipo de La Estrella de Panamá a través de pasillos y galerías, en un recorrido por los sitios más emblemáticos del palacio presidencial.

A su paso, la saludan ministros, saloneros, guardias y visitantes. Las puertas se van abriendo sin restricciones.

Esta elegante mansión de principios del siglo XX, que guarda tantas historias, ha sido su segunda casa durante más de 50 años. Sus interioridades las conoce mejor que nadie, pues es la más veterana funcionaria de la Presidencia y probablemente uno de las más fogueados funcionarios públicos que haya tenido el país.

Diana de Coronado ha trabajado cerca de 17 presidentes como secretaria ejecutiva, coordinadora de reuniones de gabinete, y más recientemente, como responsable de Asuntos Gubernamentales.

En un país donde pareciera que los funcionarios solo permanecen en sus puestos mientras estén inscritos en el partido que gobierna o se comporten como ‘yes man', esta mujer menuda y rubia ha hecho una exitosa carrera basada en su profesionalismo, dedicación, tacto, y horas inconfesables de trabajo.

‘Cuando entré a trabajar aquí, hace 52 años, éramos un paisito de nada, y hoy, mira, estamos volando', dice, en reconocimiento de ‘las mentes brillantes' que ha conocido y que han ‘echado este país hacia adelante'.

‘La gente critica mucho, pero no sabe todo el trabajo que se hace desde aquí ‘, agrega, con esa mezcla de naturalidad, fortaleza y dignidad que llaman al respeto y cariño inmediatos.

Ella, que ha conocido las luces y sombras de los hombres más poderosos del país, prefiere hablar de su lado humano y agradecer el cariño que la mayoría de ellos le brindaron.

INICIOS

A los 16 años, y huérfana de padre y de madre, su tío, el entonces presidente Marco Robles, le ofreció un puesto en su equipo de secretarias.

‘Empecé sin saber nada. Imagínate que un día me fui a enviar un telegrama que me pidió el presidente, y cuando llegué, se me había olvidado de qué se trataba', recuerda, riéndose.

‘Tienes que poner atención', la regañó Robles, quien, como algunos otros de sus jefes, le dio consejos que la llevaron por el camino de la superación profesional, y la motivaron a acumular varias maestrías, diplomados y un título de derecho.

GOLPE DE 1968

La época de gobiernos ‘oligarcas' duraría poco. Su tío Marco fue sucedido en 1968 por el doctor Arnulfo Arias, quien, a tan solo pocos días de haber tomado posesión, fue derrocado en un golpe militar.

Durante los primeros días que siguieron a ese 11 de octubre de 1968, no fue a trabajar. Presionada, incluso, por su familia, ligada durante varias generaciones al Partido Liberal, decidió no volver más a la Presidencia.

Sin embargo, no pudo resistirse al llamado que le hizo unos pocos días después un joven teniente, de nombre Roberto Díaz Herrera, quien había sido parte de la guarda presidencial y ahora era primo hermano de uno de los líderes de facto, Omar Torrijos Herrera.

‘Tienes que venir a trabajar', le dijo Díaz Herrera. ‘Te voy a mandar un patrulla para que te traiga'.

Ella sopesó las advertencias familiares y sus propias convicciones, pero le gustaba su trabajo y su independencia y decidió volver.

‘Con la llegada de los militares se notó un cambio', dice, en referencia a una ‘relación cordial' que se estableció con el personal.

Era una época en que la Presidencia estaba llena de grandes intelectuales, hombres como Rómulo Escobar, Aristides Royo, Adolfo Ahumada, Nicolás Ardito Barletta, y se sentaban las bases de una nueva época. El gabinete era mayormente de izquierda, pero se balanceaba con profesionales como el doctor Ardito Barletta, que dirigía la agenda económica.

El Ministerio de la Presidencia estaba a cargo de Juan Materno Vásquez. ‘A mí me tocó trabajar con él, uno de los hombres más brillantes que ha tenido este país, de esos que no se ven. Era un hombre de gran poder, y del que estoy muy agradecida, porque yo no era nadie y él se tomó el trabajo de enseñarme. Me decía ‘léete esto y lo comentamos mañana' y me asignaba responsabilidades'.

De esta época, tiene también recuerdos del general Torrijos, a quien asistía durante las reuniones de gabinete. ‘Cada vez que alguien decía una palabra que él no conocía, se daba la vuelta disimuladamente y me decía, bajito, ‘anota esa palabra' '.

‘Yo las anotaba y buscaba el significado en el diccionario y lo compartía con él', dice, riendo nuevamente.

Del general, cuenta que aunque era un hombre de esos a los que se les suele llamar ‘traviesos', tenía una moral, comenta Coronado, recordando una ocasión que se hizo una reunión de trabajo en Contadora y se coló un grupo de funcionarias que claramente no había ido a trabajar.

‘El general se puso furioso y la agarró conmigo. Me dijo ‘ojalá que yo no te vea a ti en algo incorrecto y que le estés pelando el colmillo a la gente'. Yo me puse furiosa. Sentí que era una grosería', rememora.

Pero esta época, de la que guarda gratos recuerdos, tampoco duraría para siempre. Más adelante, todo cambiaría con el general Manuel Antonio Noriega.

‘En esa época, se empezó a sentir más agresividad, aunque, voy a ser sincera, Noriega tenía otra personalidad... con él no tuve trato, porque era una persona muy callada'.

A Diana se le salen las lágrimas cuando empieza a relatar los acontecimientos que rodearon la muerte del doctor Hugo Spadafora.

‘Él era un hombre cariñoso, al que yo quería mucho. Iba a menudo a la Presidencia, primero como viceministro de Salud y después, ya como guerrillero. Siempre que iba nos traía rosquitas, pancitos y quesitos del interior. Era un hombre muy campechano y muy bueno'.

‘Cuando lo mataron, yo me enfermé. No podía dormir; no funcionaba. Yo era la encargada de organizar las reuniones de gabinete, pero cada vez que venía la sesión, me enfermaba. Estaba en rebeldía, y algunos lo notaron y aprovecharon para poner a los ministros contra mí'.

‘Un día Nander Pitty, entonces ministro de la Presidencia, me preguntó que qué era lo que me pasaba, que estaba cansado de esa tontería, que si no me cuadraba, no estaba con ellos... yo me fui para mi casa, dispuesta a no volver más', dice. Se fue de vacaciones, pero solo por unos días, porque el ministro, que era, en palabras de Diana, ‘un hombre inteligentísimo, pero con un carácter de los mil demonios', la llamó y le dijo ‘Diana, regresa. Nosotros somos los que nos vamos de aquí... Tú eres una persona responsable, seria', le dijo, y le ofreció que trabajara como su asistente. ‘Fue un gesto muy noble de su parte, que a muchos sorprendió. Incluso, me llegó a asignar, como un aliciente, el escritorio de Victoriano Lorenzo', recuerda.

LA INVASIÓN

‘La invasión fue muy triste, muy dolorosa... Cuando las cosas se regularizaron, yo no me atreví a volver, pero me llamó el entonces vicepresidente ‘Billy' Ford, a quien conocía personalmente. Me llamó a mi casa y me pidió que fuera a trabajar, que me iba a esperar en la entrada, para subir conmigo'.

‘Unos días después me hizo ir a su despacho el presidente Endara, curioso, porque le habían advertido que me despidiera, porque yo era ‘militarista'. Cuando supo que había sido asistente de Nander Pitty, se rió y me dijo: ‘si trabajaste con Nander, debes ser muy buena' ‘.

‘Con el presidente Endara desarrollé una relación muy bonita, la más estrecha que he tenido con un presidente. Él era un hombre intachable y a veces me usaba como excusa para evitar que la gente le pidiera favores'.

HAY QUE TERMINAR

Próxima a jubilarse, Diana tiende en estos días a reflexionar sobre su vida.

‘Trabajé durante años, de día y hasta altas horas de la noche, sin reconocimiento, sin viáticos de ningún tipo. Perdí tiempo valioso para estar con mi familia, con mi esposo y mis dos hijos. Nunca tuve privilegios de ningún tipo, aunque sí tengo que reconocer que me han tratado con mucho cariño', dice.

‘No sé cuándo me voy, aunque si sé que este es mi último periodo. Con el presidente Varela termino', agrega, mientras sus ojos húmedos delatan la nostalgia que ya la empieza a embargar.

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‘‘Yo he tenido un comportamiento de honradez toda mi vida... a mí nadie me puede decir nada... Trabajé muchísimo y el único beneficio que tuve fue mi salario'..

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EL PRESIDENTE MÁS...

Pedimos a Diana que responda lo primero que le viene a la mente

El más inteligente...

Ernesto Pérez Balladares y Aristides Royo

El de mayor ‘don de gentes'...

Martín Torrijos y Guillermo Endara, un fuera de serie.

Primera dama favorita...

Mariela Díaz de Delvalle me encantó... Era una época difícil y se esforzó por ayudar.

El gobierno más organizado...

Los de Pérez Balladares y Martín Torrijos.

El más malhumorado...

Demetrio Lakas tenía dos lados... uno era explosivo, hasta con el general Torrijos, a quien le oí gritar ‘estás loco, cómo vas a hacer esto'... pero también ayudaba mucho a la gente. Cuando me iba a casar, fui y le dije, ‘presidente, me voy a casar', y él me advirtió que sería mi padrino. Y así fue. Él me llevó al altar'.

El más filosófico...

Ricardo de La Espriella tomaba las cosas con calma.

Hizo un cambio...

Nicolás Ardito Barletta... el país le debe mucho.

Ricardo Martinelli...

Cuando mi esposo murió, yo estaba destrozada y él me llamó y me dijo, ‘te paras de esa cama y te vienes a trabajar. Aquí te vamos a cuidar...'. Días después, en una reunión, le dijo a la primera dama: ‘Abrázala, que su esposo se acaba de morir'. Ese era él.¡Un personaje! Complejo, como todo ser humano.

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