Santiago se enfrenta con el crimen

Actualizado
  • 04/02/2018 01:00
Creado
  • 04/02/2018 01:00
La Escuela Normal de Santiago había sido abierta en medio de grandes expectativas, pero dos años después de su inauguración, se habían producido una serie de sucesos macabros

El brutal homicidio del chileno Armando Arzúa, profesor de canto de la Escuela Normal Juan Demóstenes Arosemena, el 28 de octubre de 1940, cayó sobre Santiago de Veraguas como un terremoto de 8 grados en la escala Richter.

La policía estaba en ascuas. Los santiagueños, escasamente familiarizados con actos de violencia producto de la pasión desbordada de un borracho o un marido celoso, fueron presa del miedo.

Si el pueblo estaba consternado, la comunidad escolar lo estaba más. Los estudiantes se sentían nerviosos. Las muchachas dormían con la luz encendida. Los profesores se mostraban a la defensiva al ser tratados como sospechosos en los interrogatorios de la comisión especial investigadora nombrada por el presidente Arnulfo Arias.

Con mucho esfuerzo, el director del plantel, Francisco Céspedes, intentaba animar a su gente y los instaba a retomar la rutina.

Los ánimos parecieron mejorar después de los funerales, realizados el domingo 2 de noviembre. Tras un largo sermón en que el cura denunció la violencia y la decadencia moral imperantes, el coro de estudiantes, dirigido por el profesor Gonzalo Brenes, se lució con un tributo al difunto en el que hizo gala de lo mejor de su repertorio.

PÚBLICO INSACIABLE

El crimen había convertido a Santiago en el centro de atención del país entero y los corresponsales de periódicos y estaciones de radio recorrían las calles del pueblo recogiendo una opinión aquí, un comentario acá, para satisfacer la curiosidad del público, que devoraba la más pequeña noticia sobre Urzúa como si se tratara de una novela de Agatha Christie por entregas.

Los reportes de prensa aducían que este homicidio no era el primero que se daba en torno a la escuela. Según la información suministrada, la población de Santiago estaba desilusionada con la instalación de la Escuela Normal en su territorio. El plantel había sido abierto con muchas expectativas, pero dos años después de su inauguración, eran muchos los santiagueños que creían que la inserción de más de mil forasteros en la pequeña población de apenas 4,000 habitantes lo único que había producido hasta el momento era una dosis de sucesos macabros.

La tranquila comunidad interiorana, acostumbrada a la rutina del campo y cuyos grandes eventos se limitaban a las peleas de gallos, bailes y los juegos de billar ahora parecía ser el centro internacional del crimen.

VÍCTIMAS

La primera víctima había sido el inspector ‘Baby' Sibauste, a quien un sujeto misterioso lanzó una avalancha de ladrillos cuando se encontraba una noche en su habitación. Nunca se pudo identificar al autor de la fechoría, por lo que el inspector prefirió renunciar a su cargo.

El extraño ataque a Sibauste fue el preámbulo para la espantosa muerte del estudiante colonense Cecilio Archibold, un alumno de 20 años de edad que cursaba el cuarto año en la Normal.

El hecho ocurrió en octubre de 1938, apenas cuatro meses después de inaugurada la escuela y exactamente un año antes del homicidio de Urzúa.

EL CASO ARCHIBOLD

Los estudiantes habían pasado una noche animada, escuchando un programa de radio en la residencia de varones ubicada en la antigua iglesia San Juan de Dios, y apagaron las luces a las diez y media.

A las 3 de la madrugada, en medio del silencio de la noche, solo interrumpido por el sonido del viento o de los animales nocturnos, se escuchó una fuerte explosión.

Los muchachos se levantaron despavoridos y salieron del edificio. Al volver, se encontraron con el cuerpo de su compañero Archibold aún en la cama. Su cabeza estaba destrozada y su cuerpo, rodeado de pedazos de pasta de dinamita.

Archibold era uno de los alumnos más destacados y no tenía enemigos, por lo que el personal administrativo y la policía vieron difícil sustentar la tesis de un crimen. Ante la falta de otra opción, decidieron que se trataba de un suicidio: el joven había prendido la mecha, había colocado el taco de dinamita bajo su almohada y se había acostado a esperar la muerte.

Pocos días después, uno de sus compañeros reportó haber encontrado una carta anónima que anunciaba que Archibold sería solo la primera víctima y que pronto algunos profesores correrían la misma suerte. Según la nota, había alguien en la escuela que recibía paga por realizar esos trabajos.

El suicidio del joven estudiante de la Normal apareció en las primeras planas de los diarios de la capital, pero por lo demás, su muerte fue prontamente olvidada.

HABLA LA MADRE

Cuando estalló el caso de Urzúa, la madre del muchacho, Isabel Archibold, residente de Silver City, barrio obrero de la Zona del Canal, en medio de una crisis nerviosa, frustración y resentimiento, empezó a dar declaraciones y a pedir a las autoridades que abrieran el caso de su hijo nuevamente.

Con llanto en los ojos, en una entrevista con el corresponsal de La Estrella de Panamá, Isabel Archibold aseguró que su hijo Cecilio no tenía razones para suicidarse y dijo que pediría una cita con el doctor Arnulfo Arias para exigirle una prolija investigación en relación con los dos casos.

Si el Estado no hacía nada, ella misma contrataría un investigador privado porque claramente se trataba de un grupo enquistado en la escuela y deseoso de hacer daño.

Pero había algo más. Archibold aseguró que desde el mismo momento de la muerte de su hijo había estado recibiendo llamadas amenazantes que le exigían cesar en sus intentos de buscar justicia.

Se trataba de una voz telefónica que se hacía pasar por funcionario público y le decía que el gobierno había invertido una fortuna en la escuela y que si continuaba con sus intentos de crear un escándalo sería deportada.

CAMPAÑA MALICIOSA

Las sensacionales declaraciones de la señora Archibold eran solo el inicio de lo que el director Céspedes consideró una campaña maliciosa lanzada por los muchos enemigos de la Normal.

En las semanas siguientes, mientras se esperaba a que se revelaran datos que arrojaran luz sobre la autoría del crimen, un torrente de nuevas informaciones de parte de los diarios más sensacionalistas del país sumió en lo más profundo a la moral del grupo de educadores y estudiantes.

Se hablaba de una escuela plagada por la inmoralidad, cuyos estudiantes varones dormían en el mismo cuarto y se bañaban sin trajes de baño, y cuyas jóvenes caían embarazadas por montones para después ser ayudadas a abortar por los maestros.

Denunciaban que la escuela representaba un gasto de $11,000 al mes en salarios pero estaba en un ambiente de pobreza física, social y cultural y que muy distinto hubiera sido si se hubiera elegido como sede a Penonomé, Las Tablas, Boquete, Campana o Santa Clara.

El presidente Juan Demóstenes Arosemena se había equivocado al elegir Santiago para un proyecto tan ambicioso, aseguraban.

En un reporte especial, Páginas de Educación, Céspedes negó enfáticamente todas estas acusaciones. A principios de diciembre el director fue destituido.

Próxima entrega: La Normal, el sueño de un presidente

Lo Nuevo
comments powered by Disqus