Hacia una revolución en paz

Actualizado
  • 02/11/2019 13:57
Creado
  • 02/11/2019 13:57
Los problemas que nos conmueven son complejos y las soluciones lo son aún más porque todo está más enredado que un brillo de lavar. La justicia y sus dificultades, la pobreza y sus raíces estructuradas, la educación y sus morosidades, la sociedad y sus vicios, la juventud y sus tentaciones, el Estado y sus imperfecciones

Los problemas de nuestros tiempos tienen en ascuas a la humanidad. No sólo por la naturaleza dramática de los mismos, sino porque las soluciones, por no encauzarse adecuadamente, se postergan y toda postergación lleva una cuota adicional a la crisis social.

Es terrible, por ejemplo, la odisea de los pueblos africanos en la búsqueda del pan europeo. Diariamente decenas de seres privados de seguridad llegan a las playas españolas reclamando trabajo y calidad de vida. Es la estampida provocada por el hambre. Esas legiones de desamparados son devueltas a sus comunidades porque responden a una inmigración ilegal. A pesar de las repatriaciones, el espíritu solidario de la España democrática ha dado cobija a millares de extranjeros, sobre todo latinoamericanos, que han llegado a sus costas. 

Esa solidaridad produce un beneficio mutuo porque el desarrollo vertiginoso de España –de la España longeva– no cuenta con mano de obra propia y se ve precisada a acoger en su seno a los millares de foráneos que desempeñan toda clase de labores. Asimismo, esa solidaridad tan propia de los países desarrollados (Estados Unidos, Canadá y Europa), produce otros beneficios representados en los millares de dólares que las fuerzas laborales latinoamericanas remiten anualmente a sus familias. Es la economía invisible que explica la sobrevivencia de algunos pueblos pobres.

Si existe un dramatismo africano, también despunta con igual intensidad el mexicano. La corriente migratoria ilegal no tiene freno y la frontera entre ese país y Estado Unidos es avenida clandestina, pero expedita para compartir el “sueño americano”. Tan alarmante es el caudal de mexicanos en busca de trabajo que Estados Unidos ha utilizado el recurso chino, antiquísimo, o el alemán e israelí, más reciente, de amurallarse.

Aunque parezca inaudito se construirá en las líneas fronterizas una muralla de casi 600 kilómetros de extensión para frenar la angustiosa inmigración ilegal. El Presidente Fox calificó ese obstáculo como el muro de la vergüenza y en realidad lo es, porque implica un desaire al pueblo mexicano y porque se desdeñó una política de diálogo al respecto. Ahora la frontera quedará militarizada como semillero de conflictos y el odioso muro de Berlín, tan impugnado por los demócratas del mundo, ha renacido en la frontera mexicana. Los hechos futuros advertirán la inutilidad de la obra y en algún momento el muro Bush caerá, como el de Berlín.

Estas experiencias, la española y la mexicana, deben asimilarse. En el caso específico de Panamá, algo debe hacerse para generar nuevos puestos de trabajo. El crecimiento de la violencia social. Tan del agrado de algunos noticieros, encuentra en el desempleo su principal caldo de cultivo. Esto significa que en México y en África el desempleo provoca la invasión a otros Estados y en nuestro pueblo, el desempleo provoca las incursiones en la vida criminal. Por tanto, se impone una política agresiva de carácter social, no únicamente como una misión gubernamental, sino enteramente nacional con la participación efectiva de todos los sectores de la comunidad. En los archivos de muchas entidades se encuentran todos los estudios para dar un giro solidario y humano en la vida del panameño.

Es del caso observar con afán correctivo que en los noticieros que aparecen en la televisión de otros países, un pequeño porcentaje de hechos delictivos son divulgados. Pero en los concernientes a los acontecimientos locales, el televidente se siente bochornosamente abrumado por la criminalidad galopante. Son indicadores de un desajuste social integral que podría hacer crisis en una explosión delictiva sin precedentes. Ante los problemas nacionales que guardan relación con la convivencia social, debe imperar un programa prioritario de soluciones: el desempleo, la educación, la salud, y la seguridad.

En reciente entrevista que hicieron a los candidatos presidenciales de Colombia que se disputarán mañana el triunfo, todos coincidieron en la necesidad de llevar a mano estos problemas para convertirlos en agenda presidencial. La seguridad democrática ha sido tema obligado en la jornada presidencial colombiana. También lo fue entre nosotros. Pero la rutina burocrática siempre asfixia las promesas electorales. También ha ocurrido en Colombia. Lo trágico es que el problema de la delincuencia tiene crucificada la tranquilidad social.

En artículos anteriores hablaba de la necesidad de iniciar varias revoluciones, una de ellas la penitenciaria. Son las medidas en el campo de la represión y de la resocialización, todo con el respeto a los derechos humanos. Pero en el campo de la previsión, la fórmula más idónea de carácter inmediato esta en la creación de empleos.

Los problemas que nos conmueven son complejos y las soluciones son aún más complejas porque todo está más enredado que un brillo de lavar. La justicia y sus dificultades, la pobreza y sus raíces estructuradas, la educación y sus morosidades, la sociedad y sus vicios, la juventud y sus tentaciones, el Estado y sus imperfecciones. La suma de todo pone duro el panorama y para lograr el cauce ideal se reclama toda una revolución de los espíritus y de toda la sociedad. Me refiero a la revolución del cambio creador y regenerador, la última alternativa en paz, la que todavía puede ser adoptada en un gran consenso nacional, sin los traumas que genera la violencia. ¿Acaso el Papa Juan Pablo II no la sugirió en Colombia, cuando simbólicamente se despojó de su anillo y lo regalo al pueblo en señal de renunciamiento y de solidaridad?

En verdad, los problemas de nuestros tiempos tienen en ascuas a la humanidad.

La versión original de este artículo fue publicada el 27 de mayo de 2006.

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