Las plumas que rinden honor a la información

Actualizado
  • 01/02/2020 06:00
Creado
  • 01/02/2020 06:00
Los riesgos del periodista en tiempos de paz no escapan al acecho y ejecución del puñal de la muerte. Son centenares los periodistas asesinados sin que medien convulsiones bélicas

El periodismo es una profesión nobilísima. Quien la ejerce vive una relación introspectiva porque estima, tal vez sin razón, que no encuentra en su camino retribución espiritual alguna. El eco de su voz apenas lo presiente. Piensa que el efecto de su palabra es similar al guijarro que esparce ondas al caer en medio del río. Ondas que se pierden como cree el periodista que se pierde su mensaje.

Otros profesionales reciben del mundo exterior algún signo de aprobación o de rechazo a su gestión. El periodista solo enfrenta algún escrutinio de su labor a la hora de su íntimo soliloquio. Hablar con su propio corazón, en la soledad de su mesa de trabajo, es su alternativa cotidiana. Y lo hace para encontrar rutas de superación, siempre modificadas por el autorreproche.

El periodismo además de nobilísimo es un sacerdocio. Lo que el periodista aprendió en el hogar y en el aula, da nacimiento a los principios. La prensa es su púlpito. Lo que divulga pasa por el tamiz de las propias convicciones; el relato lleva el sello de su talento, de la instrucción recibida, y todo en su conjunto determina su condición moral. El sacerdote promueve su fe, el periodista divulga su verdad. El sacerdote que muere luchando por su fe recibe el sudario de los mártires. El periodista que muere por su verdad es el héroe que al fin recibirá los laureles que la sociedad le ocultó en vida.

El ejercicio del periodista en los tiempos de guerra y en los tiempos de paz es un riesgo. La naturaleza del oficio lo lleva a los mismos campos de batalla. El ojo del huracán no se encuentra en el entorno geográfico del comunicador social, se encuentra en las células incorruptibles —“células” del alma— que definen el cumplimiento del deber. Allí, enfrentado al terror, su conciencia se estremece y la incertidumbre lo atormenta.

Ayer, solo hombres corrían los riesgos al borde de las trincheras; hoy son las Ángelas Rodicio, las Almudenas Ariza, las españolas corresponsales de guerra, las que exponen su vida observando la marcha mortal de los tanques denominados “los asesinos ciegos”. Estas mujeres en su acción laboral identifican los vocablos coraje y periodismo, valor y periodismo, intrepidez y periodismo, sacrificio supremo y periodismo. Así como John Reed entregó a la historia su relato sobre la revolución bolchevique “en los 10 días que conmovieron al mundo”, estas españolas podrán escribir sobre los 21 días que aterrorizaron a la humanidad.

Los riesgos del periodista en tiempos de paz no escapan al acecho y ejecución del puñal de la muerte. Son centenares los periodistas asesinados sin que medien convulsiones bélicas. Mueren por dar soltura a sus ideas, por sus denuncias, por sus cuestionamientos, por ejercer su oficio de orientación y crítica. En los tiempos de guerra los misiles rompen los hoteles y asesinan a periodistas, como ocurrió en el Hotel Palestina de Bagdad. En los tiempos de paz los misiles tienen el nombre de demandas por calumnia e injuria, algunas con las pretensiones de pulverizar la justicia.

En el periodismo hay también un tácito voto de pobreza. Es el voto de los maestros de la Reforma Universitaria de Córdoba (1918). Es tácito el voto de pobreza porque el periodista sabe que en su profesión recta y cabalmente ejercida no hay filones para la gula, ni su conciencia es artículo de mercadeo. En la guerra contra Irak ya han muerto 13 periodistas. ¿A qué fueron? ¿A hipotecar su inteligencia al tirano o al invasor? ¡Nunca! Fueron a divulgar al mundo la macabra tragedia. ¿A qué fueron, por ejemplo, los españoles Julio Anguita Parrado y José Couso? Enamorados de su profesión llegaron a Bagdad a enriquecer sus vidas con experiencias irrepetibles.

Habían jurado un voto de pobreza, entendiéndolo como la inmunidad moral contra todas las tentaciones. Es que el periodismo reclama una condición que no se demanda a otras profesiones. Se exige primordialmente valor moral. Ese valor moral está engarzado con la dignidad, es decir, con la propia estima. Esta verdad explica la conducta y la preocupación de Julio Anguita Parrado, joven de 32 años. A los pocos días de llegar a Bagdad, le preguntaron si le causaba temor su misión de corresponsal de guerra. El temor que tengo, dijo, “es no estar a la altura, no dar la talla”. ¿Cuál sería el epitafio sobre la tumba de este hombre? Podría ser: “Murió por estar a la altura de sus deberes”. Así lo entendió su padre, don Julio Anguita, exdirigente máximo de Izquierda Unida, al expresar muy estoicamente que su hijo murió “cumpliendo con su deber”.

El cumplimiento del deber es lo que hace del periodista un personaje incorruptible, porque el periodista corrupto no puede cumplir con su deber. La corrupción hace trizas el deber. El periodista que negocia una permuta, de alabanzas por prebendas o de silencio por coimas, es un desclasado moral de su profesión.

En los tiempos de guerra como en los tiempos de paz el primer deber del periodista es proclamar la verdad, sin temor al puñal de la intolerancia, al misil de una demanda o al “asesino ciego” de una sentencia injusta.

El periodista Julio Anguita Parrado o el camarógrafo José Couso, seguramente desconocían los efectos de sus reportajes. A lo mejor pensaban que eran como los guijarros y las ondas de los ríos. La verdad es otra. Sus compañeros de profesión y la sociedad española ponderaron la grandeza de su temeridad y de su vocación. Es la grandeza de los corresponsales de guerra que laboran o que han muerto en Irak, porque los que observamos en la televisión la brutalidad de la guerra debemos aceptar que estar en medio de ese infierno por amor a un oficio reclama valor, vocación, temeridad, y hasta el pálpito de un trágico final.

El drama de los periodistas muertos es una lección de honor. El sacrificio de ellos enaltece la profesión. Los periodistas por tener una mayor responsabilidad social, deben tener una mayor limpieza moral. El periodismo mundial tiene en la sangre de estos héroes una nueva tinta, de uso obligado, para desarrollar sus tareas. No se trata de una figura de la retórica, es el señalamiento de un compromiso superior en los tiempos de guerra y en los tiempos de paz.

Carlos Iván Zuñiga Guardia

(Artículo publicado originalmente el 12 de abril de 2003).

FICHA
Un vencedor en el campo de los ideales de libertad:
Nombre completo: Carlos Iván Zúñiga Guardia
Nacimiento: 1 de enero de 1926 Penonomé, Coclé
Fallecimiento: 14 de noviembre de 2008, Ciudad de Panamá
Ocupación: Abogado, periodista, docente y político
Creencias religiosas: Católico
Viuda: Sydia Candanedo de Zúñiga
Resumen de su carrera: En 1947 inició su vida política como un líder estudiantil que rechazó el Acuerdo de bases Filós-Hines. Ocupó los cargos de ministro, diputado, presidente del Partido Acción Popular en 1981 y dirigente de la Cruzada Civilista Nacional. Fue reconocido por sus múltiples defensas penales y por su excelente oratoria. De 1991 a 1994 fue rector de la Universidad de Panamá. Ha recibido la Orden de Manuel Amador Guerrero, la Justo Arosemena y la Orden del Sol de Perú.
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