Coronavirus, reencuentro con la vida

Actualizado
  • 20/03/2020 06:00
Creado
  • 20/03/2020 06:00
El distanciamiento social, en lugar de alejar, debe acercar a los panameños. El temor compartido debe forzar la cooperación y la creatividad ante una situación en la que todos son vulnerables

Como la vida es la antítesis de la muerte y la luz se sobrepone a las tinieblas, así también la irrupción del Covid-19, el nuevo y veloz coronavirus que está extendiéndose al galope por el planeta, ha conseguido lo que ninguna otra reciente conmoción global pudo lograr. Esta pandemia tiene la virtud de haber puesto al descubierto la fragilidad de los seres humanos. Un virus del que nadie está a salvo, que no tiene pasaporte y que no puede ser contenido por las fronteras territoriales, ha abatido en el polvo la vanidad, la soberbia y desnudado la pequeñez humana.

Los países se forjan en las crisis. El reto que enfrentan sus líderes es lograr que en estos días aciagos, los panameños saquen lo mejor de cada uno.

Es un virus que ataca a todos por igual. A líderes políticos, poderosos empresarios y artistas famosos, lo mismo que al resto de los ignorados habitantes del planeta. Un virus que no respeta estereotipos sociales ni cuentas bancarias, es el gran intruso y nivelador del siglo XXI.

Sin embargo, después de haber contagiado a 220,000 personas en 160 países y cobrado casi 8,500 vidas, este asesino silencioso ha sido identificado, aislado, secuenciado y se encuentra en etapa de diagnosticarlo.

Desde que se registraron los primeros casos en China, a mediados de noviembre pasado, el planeta ha cambiado radicalmente porque el virus ha trastornado completamente el flujo normal de la vida. Es como si una nube desconocida se posara sobre el planeta entero. Todo se ha detenido abruptamente.

No es posible hacer planes a futuro. Hay que vivir en el presente inmediato. No pueden tomarse vacaciones, ni viajar al exterior ni por el país, menos ir a espectáculos artísticos, deportivos o culturales. Las clases están interrumpidas. Adiós al consumismo y el derroche en los centros comerciales, los encuentros con amigos en las playas, áreas sociales de los condominios o patios de las casas. Hasta los cultos religiosos y las bodas se han suspendido.

Como la mayoría de los contagios se producen durante la etapa de incubación, es urgente el distanciamiento social para romper esa cadena secuencial y detectar los portadores del coronavirus.

El distanciamiento social, en lugar de alejar, debe acercar a los panameños. El temor compartido debe forzar la cooperación y la creatividad ante una situación en la que todos son vulnerables. Hay que promover la solidaridad y no permitir que la desigualdad de ingresos provoque una protección sanitaria asimétrica.

Estos son momentos propicios para el reencuentro consigo mismo, con la familia y la comunidad. El aislamiento social no debe mirarse como un exilio, sino como una oportunidad para explorar nuevas formas de conexión, de retomar las tareas olvidadas y de volcarse a actividades como la lectura, experimentar con nuevas recetas de cocina, reparar desperfectos y ordenar la estantería de la casa. También es tiempo para la reflexión y para recuperar los valores espirituales de la existencia y revisar los hábitos adquiridos, algunos artificiosos como la prolongación ortopédica que representa el celular, y aprovechar el tiempo en forma más positiva. Es saludable desconectarse de la avalancha informativa, en cierto modo contraproducente, porque genera mayor estrés y fatiga emocional.

Son momentos para replantearse la manera en que se realizan los gastos, las urgencias, las prioridades, y actuar en forma más solidaria, responsable, respetuosa y disciplinada. Ante las emergencias hay que rescatar los rasgos de nobleza intrínsecos en la naturaleza humana, pese a las tendencias indeseables, heredadas o cultivadas.

En la novela La Peste, escrita en 1947 por el argelino-francés y premio Nobel de Literatura, Albert Camus, inspirada en la epidemia de cólera que azoló Orán 100 años antes, sobresale Joseph Grand, un ciudadano común al que su esposa abandonó por considerarlo un fracasado. En medio de la epidemia, Grand se crece. Recluta un grupo de voluntarios que trabajan infatigablemente en favor de los enfermos dando ejemplo de lo que Camus califica como “el coraje tranquilo”. “No es una cuestión de heroísmo, sino de decencia corriente. Alguna gente se burlará ante esta idea, pero la honestidad común es la única manera de luchar contra la plaga”, reflexionó.

Los países se forjan en las crisis. El reto que enfrentan sus líderes es lograr que en estos días aciagos, los panameños saquen lo mejor de cada uno en aras de algo intangible como el bien común. Panamá ha demostrado en el pasado su capacidad para sobreponerse a las adversidades y, con toda certeza, en esta ocasión también superará los efectos que el coronavirus pueda causar en los aspectos sanitarios y económicos. Lo hará en un reencuentro con la vida, con la fortaleza de una nación unida que ha demostrado que es capaz de dar lo mejor de sí misma en las circunstancias más adversas.

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