La crisis de la democracia representativa en Panamá

  • 14/12/2022 00:00
Las sociedades se van transformando de forma dinámica y constante, pero el debate social frente a la reforma del sistema democrático y su adaptación a las nuevas exigencias ciudadanas, lamentablemente es casi inexistente en nuestro país
Panamá acogió su actual modelo democrático liberal en 1990 y desde entonces, de acuerdo a los indicadores binarios de democracia minimalista, se nos reconoce como una democracia estable.

La persistencia de cambios es uno de los posibles calificativos con que podemos describir a la sociedad del nuevo milenio. Una sociedad donde permanentemente se desarrollan cambios en torno a las formas de entretenimiento, industria, transporte, comunicaciones, salud, educación, alimentación, formas de trabajo, etc. Sin embargo, a pesar de que convivimos en un mundo cambiante, existen algunos aspectos esenciales de nuestra convivencia donde hemos caído en una especie de rezago colectivo.

Nos referimos concretamente a la forma como se organiza la sociedad, y en específico, el poder dentro de ella o lo que llamamos: Democracia.

El famoso politólogo y jurista italiano Roberto Bobbio asegura que, “para un régimen democrático, estar en transformación es el estado natural”.

Las sociedades se van transformando de forma dinámica y constante, pero el debate social frente a la reforma del sistema democrático y su adaptación a las nuevas exigencias ciudadanas, lamentablemente es casi inexistente en nuestro país.

Panamá acogió su actual modelo democrático liberal en 1990 y desde entonces, de acuerdo con los indicadores binarios de democracia minimalista, se nos reconoce como una democracia estable. A pesar de ello, transcurridos más de treinta años no hemos sido capaces de ponernos de acuerdo en cuáles son los ajustes que nuestra democracia necesita.

Por el contrario, lo que estamos experimentando es la pérdida sistemática de confianza ciudadana, no solo en los gobiernos, también en la misma esencia de los valores que sustentan el modelo democrático.

La democracia panameña, como la mayoría de las del mundo occidental, atraviesa por una coyuntura de crisis profunda.

Entre los griegos, 'crisis' era el fin problemático de un período, la agonía que pone fin a algo que luego resurge cualitativamente mejor.

Es posible encontrar la noción de crisis en la democracia expresada como ausencia de arreglos institucionales o persistencia de conflictos entre sus estructuras, sin embargo, también se puede abordar dicha crisis como una situación de carencia de valores, los cuales han sido distorsionados, desplazados o descartados.

Un artículo de la revista The Conversation revela los resultados de un muestreo en 12 países de cuatro continentes, 22.500 personas. El resultado de ese muestreo evidencia algo muy particular que debe ser motivo central de análisis en la ciencia política actual: “El descontento ciudadano con la gestión de la crisis sanitaria y económica se traduce no solo en una crítica a los gobiernos, también en una insatisfacción con el propio funcionamiento de la democracia en su país”.

Según una teoría política comúnmente aceptada, una persona descontenta con la gestión del gobierno debería simplemente votar por un candidato o partido diferente en las siguientes elecciones, sin cuestionar las reglas del juego, pero los resultados muestran que a partir de la pandemia, muchos no solo culpan al presidente o al primer ministro, sino también a la democracia en sí misma.

En 1996 el 75% de los panameños apoyaba el sistema democrático; en 2020 el apoyo a la democracia ha caído a un 35% según las estadísticas sobre el apoyo a la democracia del Latinobarómetro.

A medida que desciende la edad, aumenta el rechazo a la democracia; esto es peligroso, ya que las nuevas generaciones están desconociendo a la democracia como mejor sistema de gobierno y han dejado de confiar en la narrativa democrática.

Con excepción de Honduras, los niveles de indiferencia hacia la democracia en Panamá son superiores a todos nuestros pares latinoamericanos con un 39%. Esta indiferencia hacia la democracia aumenta vertiginosamente en los ciudadanos que tienen entre 18 y 35 años. Esto refleja que la debilidad de los mecanismos institucionales y la escasa cultura de participación política en la sociedad panameña es un problema que tiende a acrecentarse hacia el futuro.

Tres de cada cuatro panameños no confían en sus gobiernos. Igual cifra de desconfianza existe para el poder judicial.

La Asamblea de Diputados tan solo goza de la confianza de uno de cada seis panameños.

Los partidos políticos son los peores evaluados, ya que solamente uno de cada diez panameños confía en ellos. Esto no es de extrañar, ya que lo que está en crisis es la llamada democracia representativa, es el tipo de democracia que existe en Panamá donde el poder no es ejercido por el pueblo, sino por una clase política sin valores que se encuentra completamente desconectada de la realidad y se mantiene beligerante por medio del clientelismo y la corrupción, a quienes le otorgamos un cheque en blanco cada cinco años, sin contar con mecanismos de control, fiscalización o participación.

Como hemos visto, estamos atravesando por una crisis de desconfianza en la democracia representativa y una grieta enorme de ruptura relacional entre gobernantes y ciudadanos que es insostenible a mediano y largo plazo.

La confianza en las instituciones es importante tanto para su legitimidad, como para el funcionamiento de la democracia, la participación ciudadana y el desarrollo económico.

La democracia es el único sistema de gobierno que se mantiene vigente debido a sus principios. Los principios democráticos deben encarnarse en las instituciones, no son abstractos.

Esta crisis de desconfianza ciudadana en la democracia representativa ha tomado un impulso especial justo en medio y luego de una pandemia que ha paralizado y cambiado a un mundo que, entrado en su segundo milenio, ha sido testigo del surgimiento de nuevas generaciones de ciudadanos con expectativas sociales e históricas muy distintas a las de generaciones anteriores, para quienes es evidente que la democracia que nos vendieron como la panacea para todos los problemas sociales y que garantizaría igualdad de oportunidades, desarrollo, justicia y confianza, ha fracasado rotundamente, y de seguir este rumbo durante los próximos años, esta tensión existente entre el Estado burocrático (que defenderá sus privilegios con el uso del monopolio de la fuerza) y la ciudadanía, que ahora más que antes debido al avance de la tecnología es testigo del desvío del propósito original del Estado (es decir, la búsqueda del bien común) podría desembocar en períodos de violencia y cambio social no antes vistos. Esto es así porque la crisis de la democracia representativa es una crisis del Estado panameño.

Uno de los agravantes de esta crisis podría derivar en que como individuos no hemos reconocido aún nuestra propia responsabilidad de impulsar un debate nacional democrático e incluyente que tenga como objetivo restaurar la confianza perdida.

Si los panameños no ponemos atención a la actual crisis de gobernanza en nuestra democracia y no reconocemos nuestra responsabilidad histórica de iniciar un amplio debate nacional con el fin de restaurar la confianza ciudadana en el sistema democrático, sus instituciones y valores, la crisis de la democracia panameña será semejante a “la historia de un hombre que cae de un edificio de 50 pisos. Para tranquilizarse mientras cae al vacío, no para de decirse: hasta ahora todo va bien, hasta ahora todo va bien... hasta ahora todo va bien. Pero lo importante no es la caída, es el aterrizaje”. (La haine).

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