Una consagración histórica

Actualizado
  • 27/01/2019 01:00
Creado
  • 27/01/2019 01:00
Tras un corto y emotivo recorrido por el Casco Antiguo, el papa Francisco presidió la consagración del altar de la Catedral Metropolitana, un acto solemne que forma parte de la Jornada Mundial de la Juventud

No hubo cansancio aquí: hubo fe. En las calles estrechas del Casco Antiguo, jóvenes y adultos —con encantadora euforia— agitaban banderas y esperaban al párroco universal de la Iglesia católica. Allí estaba la misma juventud que había arribado al país hace unos días. Esa que pide que una palabra le llegue al corazón y que un pastor los guíe en el camino de Jesús en un mundo tan golpeado. Era el tercer día del papa Francisco en Panamá, un día especial, un día que selló un hito en nuestra historia, un día en el que el santo padre consagró el altar de la Catedral Basílica Santa María la Antigua.

7:55 de la mañana. El calor de verano aún no se había manifestado. Detrás de las barras de seguridad, que bordeaban las aceras, esperaban al papa representantes de las parroquias y vicarías del país. Al otro costado, un grupo cantaba con energía: ‘Somos peregrinos que venimos hoy aquí… con alegría, fe y vocación!', como proclama el himno de la Jornada Mundial de la Juventud. Hubo una permanente algarabía en el ambiente, ya icónico, de este encuentro.

Cincuenta minutos más tarde, después de su paso por el Hogar Asilo Infantil y con un poco de retraso en su agenda, el papamóvil irrumpió en los caminos empedrados del sitio, Patrimonio Histórico de la Humanidad. Transitaba despacio, con su protagonista luciendo la habitual sotana y solideo blanco. Francisco nunca se cansó. Por unos minutos, creyentes y no creyentes se contagiaron de su carisma. Sintieron a un papa vigoroso, a un líder inspirador que fomenta la credibilidad de una Iglesia moderna.

Siempre se mostró cercano a la gente, sencillo, como si quisiera librarse de los protocolos. Y lo hizo una vez más: tras su pequeño pero vibrante recorrido, el papa descendió de su vehículo y caminó por los alrededores de la Catedral Metropolitana, tendiendo su mano a quienes le sonreían y le gritaban: ‘Francisco, amigo, la paz está contigo'.

No me parece un acontecimiento menor que esta catedral vuelva a abrir sus puertas después de mucho tiempo de renovación… Una catedral española, india y afroamericana se vuelve, así, catedral panameña, de los de ayer pero también de los de hoy, que lo han hecho posible'

PAPA FRANCISCO

Después del arribo, ingresó a la que fue la primera catedral en tierra firme del continente americano, y ahora un templo con nuevo semblante. Una emoción intensa cobró cuerpo cuando la campana mayor, dedicada al Obispo de Roma, y las otras siete restantes sonaron al unísono y dieron la bienvenida al santo padre. Así se inició la solemne celebración. Mientras, afuera, la Plaza Catedral adoptaba a cientos de feligreses expectantes quienes esperaban observar y vivir la misa a través de dos pantallas gigantes, instaladas en las esquinas del lugar.

El Coro Polifónico entonaba: ‘¡Qué alegría cuando me dijeron…!' y el majestuoso órgano decorado con pintura marmoleada y hojas de oro, amenizaba el canto. El aforo estaba repleto. Al fondo, la mesa del altar que en su centro luce un pelícano blanco tallado en mármol, símbolo clásico del cristianismo. Detrás de ella, los tres retablos: las antiguas reliquias de San Getulio y San Aurelio y el nuevo dedicado a la patrona del Istmo, Santa María la Antigua. Desde las bancas de madera apiladas y sillas color beige , todos buscaban refugio en la mirada del pontífice… su presencia y el entorno hicieron que a unos cuantos se les saltaran las lágrimas.

Estaban allí unas 700 personas, entre ellas el presidente, Juan Carlos Varela; la primera dama, Lorena Castillo; miembros del gabinete del gobierno, monseñor José Domingo Ulloa, cardenales, sacerdotes, líderes de casas religiosas, representantes de movimientos laicales y empresarios que contribuyeron en la restauración de la catedral.

Francisco se desplazó pausadamente, saludando siempre sobre el pasillo central de la basílica. Antes de iniciar la eucaristía, se apostó frente a la Madre del Cielo y le entregó una rosa de plata. Fue inevitable sentir ternura ante el acto. ‘Iniciemos una oración hacia la esperanza', exclamó el papa y roció de agua bendita la mesa del Señor y comenzó la misa.

Tras el evangelio según San Juan, Francisco comenzó la homilía. Habló de pie, no se sentó en el trono, como hacían sus predecesores. Pidió humildad y ‘estar atentos' a la fatiga que agita al mundo y a la Iglesia que preside. Esa que el sumo pontífice llama: ‘el cansancio de la esperanza'. ‘Las causas y motivos que pueden provocar la fatiga del camino son múltiples, desde largas horas de trabajo, hasta tóxicas relaciones amorosas y afectivas que llevan al agotamiento y agrietan el corazón', insistió.

Reconoció que este agotamiento de los fieles se debe ‘al constatar a una Iglesia herida por su pecado y que tantas veces no ha sabido escuchar tantos gritos en los que se escondía el grito del Maestro: ‘Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”. Pero, al igual que hiciera en sus reflexiones pasadas, remarcó el poder de la esperanza que sanará las almas. Fue este el gran momento de la meditación.

Las armónicas voces del coro antecedían a la ceremonia de consagración. Tras una reverencia ante el altar, el sumo pontífice ungió toda la mesa del Señor con el Santo Crisma, principal acto de la consagración. Después, al momento de la bendición especial con la mitra puesta, reflejando honor y jerarquía, selló la gracia. La ovación, a través del gesto, fue unánime.

Para el primer papa latinoamericano, la visita a la iglesia mayor del país tiene una importante relevancia. ‘No me parece un acontecimiento menor que esta catedral vuelva a abrir sus puertas después de mucho tiempo de renovación… Una catedral española, india y afroamericana se vuelve, así, catedral panameña, de los de ayer pero también de los de hoy, que lo han hecho posible', manifestó.

Aunque la Catedral Metropolitana ya fue consagrada, la dedicación a su altar ha sido histórica. ‘Ya no pertenece solo al pasado, sino que es una belleza del presente', sonrió.

11:03 de la mañana. Al dar la bendición de salida, el papa, pacientemente, saludó y estrechó la mano a todo aquel que se le acercaba. Salió del templo y agradeció, con un gesto, a su juventud, su feligresía y cada niño del lugar.

Aquí no hubo calor, tampoco cansancio, hubo, como dice Francisco, ‘una fiesta de alegría y esperanza para la Iglesia'.

QUE NUNCA FALTE LA HISTORIA

En los cinco continentes, pocos santuarios católicos tienen la gracia de ser consagrados por un pontífice: La Catedral de Nuestra Señora Santa María la Antigua es una de ellas. Le acompañan La Sagrada Familia, en Barcelona; y la Catedral de Almudena, en Madrid.

Es la segunda vez que un santo padre visita nuestro templo metropolitano, donde nacieron las demás diócesis de América Latina. Y es que el edificio religioso más importante de la ciudad capital acogió a Juan Pablo II el 5 de marzo de 1983, cuando se reunió con feligreses, autoridades del clero, ancianos y enfermos.

La restauración de la iglesia fue anunciada por monseñor José Domingo Ulloa, arzobispo de Panamá, en 2014. Tras cinco años, el templo que ha sido testigo de hechos que marcaron nuestra historia, hoy luce un altar consagrado por el papa Francisco y con un nuevo acontecimiento que albergar.

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