La caída de Martinelli

Actualizado
  • 12/02/2010 01:00
Creado
  • 12/02/2010 01:00
La encuesta afirma que cae la popularidad de Martinelli y su gobierno. Algunos aducen que esto es normal, pero no creo que los president...

La encuesta afirma que cae la popularidad de Martinelli y su gobierno. Algunos aducen que esto es normal, pero no creo que los presidentes tengan que  disminuir  automáticamente su popularidad, producto del desgaste del poder.

Fijémonos en el  presidente Lula de Brasil con un 81% sostenido, Michelle Bachelet de Chile con un 78%, y en El Salvador, Mauricio Funes, con 84% de aceptación, que en base a su labor efectiva se han mantenido. Creo más bien, que la caída es un feedback o señal de advertencia que emite la ciudadanía, producto de una disconformidad creciente con el rumbo que el gobierno le imprime al país, dado que no solo  disminuye la popularidad, sino que crece  el grupo que considera mala o muy mala la gestión. Esto lo confirma el hecho que el  55.4% de los entrevistados considera que el gobierno se maneja con poca o ninguna  transparencia. Luego de que el mandatario criticara a los medios de comunicación, el 54% de los encuestados cree que la libertad de prensa está en peligro con este gobierno. El 67% de los entrevistados no coincide con el presidente al calificar a los noticieros como de “pacotilla”. Tampoco la designación del procurador encargado, Giuseppe Bonissi, cuenta con el visto bueno de los encuestados. Es llamativo, el descontento sobre la falta de transparencia, cuando este fue uno de los grandes temas de la campaña enfocada en la corrupción. Implica que ganar las elecciones no puede significar que se encienda una luz verde para acumular poder. Es evidente que existe demasiado poder económico y político juntos y concentrados en el gobierno, y que esto no es bueno para la democracia.

Parte del cambio que le dio el voto a Martinelli, fue producto de la insatisfacción de cómo funcionaba la institucionalidad política del Estado, por lo que la población no desea más acumulación de poder ni corrupción, sino por el contrario la democratización del poder. La gente empieza a percibir que en los gobernantes existe una distancia entre lo que se promete y lo que se hace. El discurso es muy grandilocuente cuando se está abajo, pero cuando se llega arriba se acomodan, porque en realidad no existió la coherencia necesaria y suficiente entre los actos y las palabras. Hay que aprender la lección, que solo en la medida que la población sea más sujeto que objeto, las decisiones públicas podrán ser más incluyentes y acertadas, y se podrá superar la propensión de acumular poder en líderes “infalibles” o élites “iluminadas”, en lugar de acumular y expandir más y mejor democracia. La participación ciudadana en políticas públicas debe dirigirse a influir positivamente en la formación de la política estatal en función del bien común. Cuanto más coherencia haya entre lo que se dice y lo que se piensa, entre el liderazgo y la base, y mientras más se establezcan mejores  mecanismos de control, de rendición de cuentas, de auditoría social de las entidades responsable y de la propia gente sobre los dirigentes, existirá menos peligro de que la elite que suba, pierda los hilos que la atan a su base,  y se aleje de su  compromiso con el país.

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