Hacia un nuevo estilo político

Actualizado
  • 04/08/2018 02:00
Creado
  • 04/08/2018 02:00
En una columna publicada originalmente en el 2002, Carlos Iván Zúñiga Guardia ‘El Patriota' aborda la fractura entre el gobierno y la ciudadanía 

La gobernabilidad es el gran aprieto de nuestros tiempos. Son tantos los problemas acumulados que cuesta un Potosí resolverlos. Los gobernantes llegan al poder luego de concitar las esperanzas colectivas y a los pocos meses de ejercer el mando, las encuestas advierten el reproche social. El caso de Toledo en el Perú resulta dramático. Al tomar posesión bordeaba el 70% de popularidad. Hoy raspa el 20%. De la cima a la sima. Del aplauso a la censura.

Estos pueblos serán ingobernables, como se ha dicho, en tanto la acumulación de la riqueza se encuentre en pocas manos. Mientras haya una rueda loca en el mercado de los productos del agro, habrá ingobernabilidad para ese sector porque la fuerza productora permanecerá sin seguridad y descapitalizada.

Mientras la empresa privada local se dedique más al menester de la política menuda y menos a competir con el capital foráneo, habrá ingobernabilidad a largo plazo porque cada empresa será un coto privado, un mercado cautivo cuyos dividendos en vez de permanecer en el país o de reinvertirlos, se van a las bolsas lejanas de sus accionistas. En esa forma la economía no se expande y no ayuda a la solución de los problemas de una población económicamente activa en crecimiento.

FICHA

Un vencedor en el campo de los ideales de libertad:

Nombre completo: Carlos Iván Zúñiga Guardia.

Nacimiento: 1 de enero de 1926 Penonomé, Coclé.

Fallecimiento: 14 de noviembre de 2008, Ciudad de Panamá.

Ocupación: Abogado, periodista, docente y político

Creencias religiosas: Católico

Viuda: Sydia Candanendo de Zúñiga

Resumen de su carrera: En 1947 inició su vida política como un líder estudiantil que rechazó el Acuerdo de bases Filós-Hines. Ocupó los cargos de ministro, diputado, presidente del Partido Acción Popular en 1981 y dirigente de la Cruzada Civilista Nacional. Fue reconocido por sus múltiples defensas penales y por su excelente oratoria. De 1991 a 1994 fue rector de la Universidad de Panamá. Ha recibido la Orden de Manuel Amador Guerrero, la Justo Arosemena y la Orden del Sol de Perú.

Asimismo, habrá ingobernabilidad si las fuerzas políticas desean medrar por separado con los problemas crónicos, cada cual en su afán electorero, en vez de unir fuerzas y esfuerzos en la concepción de un plan nacional de desarrollo. Son verdades sabidas y hablar de ellas es como quien trilla en lo trillado o como quien estima que la originalidad consiste en ver quien hace el círculo más redondo.

Lo grave de la ingobernabilidad es que la clase política en su conjunto se desgasta y pierde imagen ante la sociedad. Adquieren imagen otras fuerzas, otras personas (persona significa máscara), con la máscara de la apoliticidad, pero son igualmente políticas porque también representan intereses. En esa línea se va perfilando una nueva frustración.

La ingobernabilidad encuentra alivio y salida con la participación ciudadana. La participación ordenada y equitativa evita la confrontación partidaria estéril. El estilo del diálogo constructivo y participativo, debe adquirir categoría institucional. Lo que hoy responde a la voluntad y práctica de los asociados, debe elevarse a norma constitucional. De lo representativo actual como normal debe avanzarse a lo participativo, igualmente como norma fundamental. Por esa y por otras cosas más ha surgido el clamor de una Constituyente.

El experimento que significó en su hora el título constitucional sobre la Autoridad del Canal, auspiciado por un entendimiento nacional, se acaba de repetir con la ley de reactivación económica. Esa ley incorporó un nuevo factor impresionante positivo: el Ejecutivo aceptó la fiscalización social de la inversión. Se superó el absolutismo tradicional que hacía del Órgano Ejecutivo un ente blindado, incapaz de delegar sus funciones. Es la lección ejemplar que debe asimilar la Autoridad del Canal para no actuar como un Estado dentro de otro Estado hasta el punto de olvidar que el Estado panameño tiene un solo lenguaje oficial, el español.

La ingobernabilidad ha impuesto un nuevo estilo de gobierno y de oposición. Los actos infantiles como el ejecutado en México al negarse en el Senado un permiso al presidente Fox para salir del país, no responden a las necesidades actuales de los pueblos.

Ahora se imponen agendas de Estado para enfrentar los problemas que estancan el desarrollo de las naciones. Si queremos evitar a la larga o a la corta una explosión social que dé bofetadas a unos y a otros o que cause pavor como ocurrió en Francia con el despunte transitorio del ultraderechista Le Pen, se debe erigir a categoría de solución urgente la transformación constitucional y todo lo concerniente a los cambios estructurales sensatos y posibles. La vigencia medioeval de los privilegios es asignatura pendiente para todos y entender lo que significan de anacrónicos en una democracia. ¿Con qué derecho?

Gobernabilidad es el instrumento adecuado o la política para hacer frente a las crisis. Es afinar el diálogo; es trabajar con una verdad que no dé pábulo a las esperanzas irrealizadas; es, como apuntaba el Digesto, dictar leyes concebidas por varones prudentes. Pero ese diálogo debe estar institucionalizado.

Desde luego, muchos pasos previos deben darse. El primero, sanear las instituciones. En una democracia el diálogo tiene su domicilio natural en la Asamblea Nacional, no en las entidades privadas. El descrédito de las instituciones se supera con pruebas de regeneración. La Asamblea Nacional para constituirse en el sitio aceptable del diálogo debe exigir la culminación de las investigaciones del Cemis y dar cumplimiento a las recomendaciones de la Comisión Presidencial Anticorrupción. La Asamblea Nacional para que sea el primer órgano del Estado, por razón de sus funciones, debe depurarse.

En la medida en que la sensatez sea el centro de gravedad del interés colectivo, la gobernabilidad dará la batalla y hará frente con éxito a los viejos y nuevos retos. Si se profundiza la táctica de desprestigiar a la clase política, si la clase política no entiende que todos sus actos están sometidos al escrutinio social y sigue actuando sin pasión de Patria, la ingobernabilidad sazonará a un futuro Le Pen criollo, tan totalitario como inédito, con el peligro de precipitar al abismo la precaria institucionalidad democrática que tanto le costó lograr a la sociedad panameña.

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