José Quintero, un panameño entre los grandes

Actualizado
  • 19/02/2023 00:00
Creado
  • 19/02/2023 00:00
Recordamos al célebre director teatral panameño con ocasión del 24 aniversario de su muerte, en febrero de 1999
José Quintero

Este mes de febrero se cumple el vigésimo cuarto aniversario de la muerte de José Quintero, uno de los panameños más destacados en el ambiente artístico internacional, especialmente en el competitivo teatro neoyorkino.

A él se le atribuye rescatar del olvido al dramaturgo estadounidense Eugene O´Neill y de revitalizar con su grupo Circle in the Square el movimiento teatral off Brodway.

La prensa estadounidense lo describió como un hombre alto, delgado y apuesto, ligeramente encorvado de espaldas, en cuyo rostro sobresalían especialmente sus expresivos ojos negros, de gran viveza e intensidad.

Su capacidad para entender el significado de los textos dramáticos, las complejidades de los personajes y ayudar a los actores a traducirlo en gestos y palabras lo hicieron uno de los directores teatrales más aclamados del siglo XX.

Eugene O´Neil
La oveja negra

José Benjamín Quintero nació en 1924 en la ciudad de Panamá. Era el último de los cuatro hijos de Carlos Quintero Rivera, un político que llegaría a ser gobernador y ministro, y de Consuelo Palmerola. De niño fue monaguillo, pero más tarde consideró esta etapa de su vida como “muy triste”, especialmente a causa del carácter dominante y altanero de su padre.

Llegó a Estados Unidos en la década de 1940 con sus dos hermanos y una hermana para realizar estudios universitarios. Su padre había decidido que a él le correspondía ser el médico de la familia, y él estaba dispuesto a complacerlo.

Lo intentó durante un año, pero, en realidad, “no era bueno para la ciencia”, reveló años después. Descubrió su pasión por el teatro al inscribirse en una clase de oratoria en la que la mayoría de sus compañeros eran artistas. Picado, decidió cambiar los estudios de premédica por materias como historia del teatro y literatura y se graduó de Los Ángeles College con una licenciatura en liberal arts, en 1945.

Desilusionado con el rumbo que tomaba la vida de su hijo, su padre lo forzó a regresar a Panamá con la promesa de que tenía un trabajo para él. El joven de 21 años una vez más se conformó con los designios del padre y aceptó el puesto de dependiente de una aerolínea, más tarde el de profesor de inglés, maestro cervecero y finalmente el de vendedor. En todos ellos fracasó.

“Me consideraban la oveja negra de la familia. Estaban preocupados por mi”, explicaría más tarde Quintero.

Era tan tensa la relación y tan angustiosa la situación para el joven José, que su hermana Carmencita Quintero de Arosemena convenció a su papá para que le permitiera volver a Estados Unidos. Este aceptó a regañadientes, pero advirtiéndole que estaba muerto para él.

Circle in the Square

Con mucho trabajo, José se instaló en Nueva York y se insertó en el mundo del teatro, organizando, junto con unos amigos, un grupo que en principio se llamó Loft Players.

En un año lograron alquilar un local de vida nocturna en el Greenwich Village, donde instalaron un teatro al que llamaron Circle in the Square. Con un salario de entre $4 y $10 a la semana, y sobreviviendo a punta de emparedados de mantequilla de maní, José y sus compañeros vivían en un apartamento en la parte superior del teatro, tratando de ocultar al casero que eran más de cinco en cada habitación.

El primer éxito del grupo llegaría en 1952 con el drama 'Verano y humo', de Tennesse Williams.

La puesta en escena de Quintero fue aclamada por la exigente crítica de teatro que la reconoció como superior a su estreno en Broadway. El mismo Williams fue a verla y confesó que era exactamente como él habría querido que se presentara.

La obra llevó a la fama a su protagonista, la actriz Geraldine Page, por lo que en adelante José Quintero fue conocido como “hacedor de estrellas”.

Al año siguiente, Quintero presentó 'El arpa de hierba', una fantasía cómica escrita por Truman Capote, que tampoco había tenido éxito durante su estreno en Broadway y que lo consagró como un director capaz de crear una experiencia significativa para los espectadores sin grandes inversiones.

Eugene O´Neill y la consagración

En 1956, a los 32 años, Quintero tomó el mayor riesgo de su incipiente carrera al decidir presentar 'El hombre de hielo', de Eugene O´Neill. Muchos no la creyeron una buena decisión. A casi tres años de su muerte, O´Neill era considerado un autor obsoleto. Sus obras eran tenidas como demasiado lentas, pesimistas y largas, incompatibles con el paso tomaba el mundo tras la II Guerra Mundial. Además, El hombre de hielo era demasiado compleja, de casi cinco horas de duración. Su rol protagónico requería de unas habilidades histriónicas imposibles.

Pero Quintero estaba enamorado de la obra. Se sentía identificado con sus personajes, un grupo de fracasados que acudían a diario a un bar de mala muerte a evadir la realidad con el próximo trago: un melancólico dueño del bar, un par de anarquistas, tres prostitutas, un estudiante de Harvard, un policía retirado caído en desgracia y un vendedor que los invita a redimirse enfrentando la verdad de sus vidas.

La obra fue estrenada el 21 de abril de 1956 y la respuesta de la prensa fue unánime: José Quintero había conseguido actuaciones vívidas y electrificantes. Se presentó durante más de seis meses sin un asiento vacío.

Largo viaje de un día hacia la noche

En medio de la temporada, Quintero recibió una llamada de Carlotta Monterey, viuda de Eugene O´Neill. Quería verlo al día siguiente.

Ya en la cita, en el departamento que mantenía Monterey en el Ritz-Carlton, esta le preguntó si tenía compromiso para el año siguiente.

“Estoy buscando un buen guión”, respondió él.

“¿Aceptarías dirigir 'Largo viaje de un día hacia la noche'?, le propuso ella.

Quintero creyó que se desmayaba. Se trataba de la obra póstuma de O´Neill, publicada apenas unos meses antes, un drama de carácter autobiográfico que el autor había mantenido en un bóveda de banco con instrucciones para que no fuera representada sino hasta veinticinco años después de su muerte. Su viuda, heredera de los derechos, había dado permiso para llevarla a las tablas en Suecia –el país al que O´Neill agradecía haberle conferido el premio Nobel– en 1955, pero todavía no había sido estrenada en Estados Unidos.

Quintero había leído el drama y le parecía una obra maestra, lo mejor que hubiera escrito el dramaturgo y tal vez la mejor obra de un autor estadounidense. No entendía cómo Monterey lo elegía a él, un panameño de incipiente éxito, para su estreno en Estados Unidos.

En realidad, Monterey lo apreciaba muchísimo –se habían conocido cuando él le pidió los derechos para presentar 'El hombre de hielo'– y había visto complacida los resultados. Tal vez lo que más los unía era que ella creía ver en Quintero algo del mismo O´Neill.

El director aceptó el reto, pero lleno de pánico, tomó su abrigo, y se fue rápidamente a la calle a vomitar.

La obra se estrenó en noviembre de 1956 e inmediatamente fue acogida como “un trabajo magnífico”, la obra más hermosa de O´Neill y “uno de los grandes dramas de cualquier época”.

El director se catapultaba como un genio del teatro. Los estudios de Hollywood se peleaban por contratarlo para dirigir cine (firmó un contrato con Columbia Pictures y dirigió una película en 1961, con Warren Beatty y Vivian Leigh).

Reencuentro con la familia

Entusiasmado con su éxito, ese mismo año viajó a Panamá para reencontrarse por primera vez en siete años con los padres y el país que lo habían rechazado. El relato de esta experiencia quedó plasmado en el libro Si no bailas, te golpean (1974), de carácter autobiográfico.

En Panamá encontró una familia venida a menos. A sus hermanos los vio gordos y calvos. La carrera de su padre estaba en el piso, a pesar de haber vendido todas las joyas heredadas por su madre para sufragar sus campañas políticas. Vivía con una mujer más joven, pero pretendía seguir ejerciendo como jefe del hogar que había abandonado. Resignada, su madre (“una santa”) había envejecido prematuramente.

El choque con su mundo resulta estremecedor, y revela lo difícil que habría sido para una persona sensible como él, sobrevivir en esta sociedad mediocre y atrasada, atascada en valores machistas y crueles tradiciones católicas, de los que las mujeres y los débiles eran las mayores víctimas.

Final de una carrera

Quintero tuvo unas cuantas experiencias dirigiendo programas televisivos y una película, pero lo suyo era el teatro, en especial de los dramaturgos sureños. Obtuvo sus mayores éxitos con las obras de O´Neill del que también dirigió 'Una luna para el bastardo' (1958, 1965, 1973 y 1975); 'Deseo bajo los elmos' (1963), 'Extraño interludio' (1963), 'Marco Millones' (1964): 'Hughie' (1964 y 1976) y 'Más mansiones majestuosas' (1967), entre otras.

En 1973 ganó un premio Tony como mejor director por el drama 'Una luna para el bastardo', una especie de secuela de 'Largo viaje hacia la noche'.

Quintero disfrutó de la carrera elegida, a la que amaba, pero en su libro autobiográfico reconoció que había un lado de esta que era “feo, inmisericorde, plagado de bandidos, de mercaderes adoradores del oro, ignorantes de la belleza y carentes de talento”.

Logró triunfar en ese ambiente y desplegar su talento, pero siempre sintiéndose incómodo con el éxito. Creía no haber sido educado para esa experiencia, dado que de niño había sido considerado un fracaso, un mal estudiante, una desilusión para sus padres.

Durante años batalló contra el alcoholismo, una enfermedad que logró vencer con el apoyo de su compañero, Nicholas Tsacrios, en la década de 1970.

En 1994 fue diagnosticado de cáncer en la laringe y le extirparon las cuerdas vocales. Empezó a hablar con un aparato de batería que se ponía al cuello para que amplificara los sonidos.

No podía ya dedicarse al teatro y se retiró. Sabiendo que le quedaban pocos años, se abocó a transferir sus conocimientos a la nueva generación, dando clases en varios centros en Estados Unidos, entre ellos en el Burt Reynolds Institute of Theater Training y en Universidad Estatal de Florida en Sarasota.

Cuando murió, el 26 de febrero de 1999, a los 74 años, The New York Times le dedicó una página entera, un reconocimiento que, de acuerdo con la periodista panameña Betty Brannan, que lo conoció, nunca había tenido un compatriota.

Quintero pasó a la historia como la mancuerna perfecta para el dramaturgo Eugene O´Neill. Del segundo se ha dicho que sus dramas sórdidos, personajes complejos y autodestructivos y hasta su posición como uno de los gigantes del teatro estadounidense habrían caído al olvido sin la intervención del primero, el panameño José Quintero.

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