• 19/09/2008 02:00

Una gavilla siniestra

Se dice que todo hombre es político por naturaleza, pero en el buen sentido de la palabra, eso quiere decir que en sociedad todos nos ve...

Se dice que todo hombre es político por naturaleza, pero en el buen sentido de la palabra, eso quiere decir que en sociedad todos nos vemos impactados por los eventos de la vida pública y por ello, en forma directa o indirecta, nos vemos obligados a participar en ella.

Hoy, no obstante, hay individuos que, como miembros de una gavilla siniestra, se han agrupado para autoproclamarse la “clase política”. Son aquellos que una y otra vez quieren asumir cargos públicos de cualquier naturaleza, con la esperanza de jubilarse como políticos de carrera. ¡Qué aberración tan grande, querer hacer de la política una forma de vida y de sustento! Me merecen un alto desprecio aquellos que desean prolongar más allá de lo necesario su paso inútil por la Asamblea o desempeñando cargos públicos de otra naturaleza. Algunos se han institucionalizado y no saben hacer otra cosa que calentar un escaño y hacer sumisamente lo que su partido les dicta. Responsables serán como progenitores de la ignominia, en vez de “padres de la patria”; y como asociación de pandilleros políticos que carecen de pensamiento propio, y se deben más a sus partidos que a la necesitada masa que los eligió.

No confiamos ya en esa autoproclamada clase política. Somos testigos de una pérdida progresiva de su individualidad en medio de la presión de los pequeños grupos a los que rinden culto en forma esclavizada; hemos visto cómo supuestos “enemigos políticos” se reúnen a espaldas del pueblo para hacer negociaciones que sólo benefician a unos cuantos. El electorado necesita políticos no tradicionales. Personas que no quieren hacer del Estado su empresa privada o su empleador, ni pretenden jubilarse a costa de nuestros impuestos.

Queremos que nos lideren hombres que no tienen esa ansia de echar raíces en los pasillos públicos; queremos personas dispuestas a servir por el tiempo que les toque y que luego retornen a la empresa privada, a ganar dignamente el sustento. Porque el trabajo a nadie denigra, sino que lo dignifica y lo hace un ejemplo para todos. Pero la “clase política” piensa a la inversa. Una vez electa comienza a ser víctima de una extraña e incurable enfermedad, cuyos síntomas incluyen la vagancia institucionalizada, la conspiración en contra de los electores, el olvido total de las necesidades del país, el cobro de salarios sin trabajo, el uso de carros lujosos que no son de ellos, guardaespaldas que nosotros pagamos, sirenas y combustible para que con ruidos y pompas se abran paso expedito entre los tranques infinitos que todos los ciudadanos comunes debemos sufrir. Esa es nuestra clase política y nuestra mayor enfermedad como nación. Esos son los políticos de carrera, los políticos tradicionales que, como perros que ya no sufren de hambre, se olvidan y muerden la mano de quien les da de comer.

Lamentablemente, nuestra clase política sólo tiene memoria cada cinco años, y sólo durante el periodo electoral. Esperan las elecciones ávidamente, ansiosos por cosechar lo que no han sembrado y nunca sembrarán. Es hora de dar oportunidad a aquellos que quieren servir a este país. Un hombre así, ocupando la más alta magistratura, podría traer al país lo que le ha faltado por décadas, un nuevo rumbo, libre de pactos políticos ignominiosos y de dictaduras partidistas como las que actualmente sufrimos.

Lo Nuevo
comments powered by Disqus