• 02/11/2008 01:00

En relación a la democracia

Una de las grandes preocupaciones de observadores y científicos sociales es el debilitamiento de los vínculos entre las personas en las ...

Una de las grandes preocupaciones de observadores y científicos sociales es el debilitamiento de los vínculos entre las personas en las sociedades occidentales.

Este fenómeno parece haber tenido sus inicios en los países desarrollados cuando amplios sectores de la población abandonaron los campos para establecerse en las ciudades después de la revolución industrial.

Los modelos tradicionales de familia amplia se resquebrajaron, y se inició la convivencia en pequeñas familias nucleares, debilitadas además por un contexto masificado y anónimo en las ciudades. El proceso ha continuado su curso, y pronto se extendió también a los países menos desarrollados.

En nuestro tiempo, es cada vez más breve la duración de las relaciones de pareja y familia; es escaso el aprendizaje en los niños sobre cómo sostener amistades duraderas; hay sociedades enteras en cuyo refugio crece gran número de individuos aislados y solos, que interactúan muy poco entre sí; paralelamente parece disminuir el interés por el debate y la participación a través de partidos políticos, iglesias, sindicatos y otros organismos tradicionales.

Todo ello limita el desarrollo pleno de muchas personas, incluso en ambientes de alto poder económico, que se reducen a un individualismo anquilosado.

No es extraño que proliferen junto a esto —como respuesta patológica a la necesidad de vínculos estables y seguros— los grupos sectarios o los que se abren paso a través de la violencia y el terrorismo.

Por ello, son esperanzadoras realidades las nuevas formas de asociación orientadas a objetivos concretos, tales como la defensa del ambiente, la cooperación internacional y el desarrollo, la promoción cultural, etc.

Estos cuerpos sociales —si son libres, cohesionados y tolerantes— pueden ser la mejor respuesta y preventivo ante los grupos sectarios; son sujetos activos de la opinión y la participación ciudadana, y contribuyen a un mejor diálogo social en decisiones que atañen a todos.

Los cuerpos sociales intermedios, que aglutinan tanto a personas como a familias, actúan como pequeños —ecosistemas— que facilitan el surgimiento de relaciones humanas personales, lo que muchos sociólogos llaman “comunitarias”.

En ese contexto las propias familias se ven fortalecidas y asistidas en aspectos a los que sus reducidas dimensiones les han dificultado responder; asimismo se favorecen las condiciones para que los niños y jóvenes desde pequeños vivan en un ambiente más amplio: la libertad solidaria, el respeto a cada persona humana, la participación, la tolerancia, el esfuerzo común y el trabajo en equipo.

La consolidación de las democracias debe comenzar por el refuerzo de sus cimientos: un tejido social constituido por personas y familias libremente asociadas y corresponsables en el desarrollo de su propia historia personal y colectiva fundamento que consiste en el derecho de todo ser humano de vivir su vida conforme a su conciencia en materia política, con el fin de acercarse más, a la verdad.

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