• 03/12/2008 01:00

Benedicto XVI en la ONU

De visita en la ciudad de Nueva York en el mes de abril pasado, Benedicto XVI tuvo oportunidad de ocupar el podio para dirigirse a los m...

De visita en la ciudad de Nueva York en el mes de abril pasado, Benedicto XVI tuvo oportunidad de ocupar el podio para dirigirse a los miembros de la Asamblea General de las Naciones Unidas y puntualizar la posición de la Iglesia Católica sobre el tema de los derechos humanos.

Ese discurso se dio dentro de las actividades conmemorativas este año del sexagésimo aniversario de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, aprobada por el 10 de diciembre de 1948. El Santo Padre centró su discurso en el fundamento, origen y contenido del concepto.

Aseveró Benedicto XVI que los derechos humanos encuentran su plena justificación, no en las disposiciones legislativas, sino en la dignidad de la persona, porque se basan en la ley natural que anida en todo ser humano, sin atender a diferencias culturales que pudiesen existir. Son derechos universales e indivisibles que nacen en la conciencia del ser humano por un sentido innato de justicia que existe en cada cual, con independencia de la voluntad del legislador. Por ejemplo, un principio básico y válido para todos los pueblos en todos los tiempos, es el enunciado en el popular adagio de que “no le hagas a otros lo que no querrías que te hicieran a ti”. Este dicho ilustra un principio que no puede variar, no importa el lugar, la sociedad, la perspectiva o el tiempo, como tampoco importa lo que haga o deje de hacer el Estado al respecto.

En cambio, si la vigencia de los derechos humanos no tuviese ese origen universal y su dimensión ética y sentido innato de justicia fueran desechados para hacerlos depender exclusivamente de la voluntad legislativa, su contenido quedaría a merced de disposiciones antojadizas, sujetas a presiones del ambiente cultural, político, social o religioso del momento. Si se entendiese que los derechos humanos tienen su fundamento exclusivamente en la voluntad del legislador, podrían tropezar con un interés utilitario del gobierno y ser removidos por constituir un obstáculo legalista contra pretensiones coyunturales del Estado. Esta concepción le daría a los derechos humanos una existencia muy frágil, expuesta a los vaivenes de quienes ostentan el poder, pudiendo resultar en un esfuerzo desordenado que le negaría su legítimo carácter universal.

De ahí la importancia de la Declaración Universal concertada bajo los auspicios de las Naciones Unidas, que reconoce la dignidad intrínseca y los derechos inalienables de la persona humana.

Gracias a su larga experiencia entre pueblos de diferentes razas y culturas, Benedicto XVI ofrece la colaboración de la Iglesia para extender la protección de los derechos humanos desde una perspectiva fundamentada en la naturaleza trascendente del ser humano y de su búsqueda de Dios en este mundo.

Cuando esa perspectiva de la persona fue ignorada en el siglo pasado, se violó flagrantemente la libertad y la dignidad del ser humano.

Hoy, el diálogo, señala el Sumo Pontífice, es el medio ideal para construir un consenso entre los diferentes sectores de la sociedad en orden a resistir la violencia, el terrorismo y la guerra y en su lugar crear condiciones propicias para la paz, el desarrollo, la cooperación y la garantía de los derechos de futuras generaciones.

-La autora es diputada de la República por el Nuevo Circuito 8-7.mireyalasso@yahoo.com

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