• 26/12/2008 01:00

La noche de los buitres?

Una severa gastroenteritis me impidió cumplir con mi trabajo aquellos días 18 y 19 de diciembre de 1989. Debía haber ido con el general ...

Una severa gastroenteritis me impidió cumplir con mi trabajo aquellos días 18 y 19 de diciembre de 1989. Debía haber ido con el general Noriega a aquel Colón de mis amores, entonces y ahora sólo sombras y recuerdos. Sindicalistas portuarios, docentes y alumnos del colegio Guardia Vega, varios comerciantes, y almuerzos en casa de Pablo Thalassinos, colmaban esos días la agenda de quien mentía Bush diciendo que le había declarado la guerra a los Estados Unidos.

Cargueros militares rugían arriba abasteciendo las despensas bélicas de la muerte, y abajo ladraba rabioso el vaquero—charro Cisneros, su jefe Thurman lánguido y escaso de voz ya; el funesto “Let’s do it!” de Bush, pronto a ser vomitado.

“Mayor, el jefe va a mandar a su casa al Dr. Bal para que lo chequee”. Dice que con ese cuento usted lo que quiere es “chifiar” a sus chombitos de Colón...”, me hablaba Marcela, confirmando al rato el especialista la fuerte dolencia. El convivio de mis amigos de infancia de las “4 Potencias” con el general, organizado por el Ñato Hormechea, por Calilla, primogénito de Carlos Rowe, y otros, tendría que esperar, presintiendo yo que hasta nunca.

“Mayor, salimos otra vez para Colón mañana temprano.. El jefe lo espera en su casa a las seis” Nada. La enfermedad pudo más que la voluntad y el deber. Pero, ¡ojo!, jamás lloriqueé ni me escondí debajo de la cama “cuando las bombas caían”, como publicó un pasquín en marzo, 1990, instado por Aris de Icaza, mi falso acusador.

Temprano esa noche del 19, MAN, desde el CEREMIS: “López, ¿no te has muerto todavía? La gente preguntó por ti en Colón.. ¡Cúrate pronto o doy la orden para que te hospitalicen mañana mismo!”. Voz tranquila, tono chistoso, percibí, “que no cunda el pánico”, entendí. Y escéptico, recordé las cándidas palabras del coronel Justine nueve días antes en las escalinatas ya sin Remón, salvándose así de un segundo magnicidio: “Son sólo operaciones psicológicas para intimidarnos...”.

Pasados los fuegos artificiales navideños de la muerte, supe que aquella noche Rafito Cedeño repetía una y otra vez llamadas al norte. Algo olía mal. Los fulanos gringos contactados le decían que sólo eran maniobras para asustarnos. El jefe le ordena que siga llamando “a los demás amigos” de la DEA, de la CIA, del FBI, insistiendo que el ambiente hedía a gallinazo. Minutos después caían a tutiplén desde el infierno los buitres de Bush. Magistral el engaño planeado para despistar a Noriega. Pero era demasiado tarde para hacer nada, aunque nada se hubiera podido hacer, más que poner pies en polvorosa, ¡o cometer suicidio! Y, ¡por fin! los aclamados buitres gringos reinstalaban la democracia, pero con centuplicadas terribles secuelas: ¡Delincuencia, violencia, corrupción, droga, armas, inseguridad, muerte!

-El autor es militar retirado.elopezgrimaldo13@hotmail.com

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