• 15/04/2009 02:00

‘Yo no soy abogado’

Seguro que este estribillo de “yo no soy abogado, pero...” se ha escuchado públicamente en diferentes momentos y de parte de personas qu...

Seguro que este estribillo de “yo no soy abogado, pero...” se ha escuchado públicamente en diferentes momentos y de parte de personas que se excusan por delante, por lo que van a decir.

Qué bonito y qué buen pretexto que se antepone generalmente a la dañina andanada, del inhumano golpe bajo y escudado en la ignorancia profesional, sobre el arte de discutir que a la postre, el artículo 1 del Código Civil nos restriega en pleno rostro la advertencia, sobre que la ley una vez promulgada obliga por igual a nacionales y extranjeros, residentes o transeúntes, en el territorio de la República y la ignorancia de ella, no se puede tomar como excusa.

Claro está que nos queda el sentido común, que igualmente critican como el sentido más vulnerado, pero es el que usamos para describir las creencias y que para la gran mayoría lo deberían usar con prudencia. Este es un principio para actuar como un probo y para ello no tienen que ser abogado.

El sentido común es la particularidad de razonar adecuadamente, en función de la cultura social y los valores en el medio. Todos tenemos dentro un aparato imaginario; una especie de péndulo, que nos avisa si algo lo hacemos o no lo hacemos bien. Una persona sensata no expone públicamente criterios que puedan hacer daño a terceros, con ese cuento de que no son jurisperitos.

Sí, el derecho es lógico, por tanto es equilibrio y todos tenemos un cernidor que permite calibrar a cualquier sustancia. El derecho es la razón de la justicia que a su vez, ofrece a cada quien lo que le corresponde, de modo que no hagas a otro lo que no quieres que te hagan.

Las palabras tienen poder y pueden ser expresadas para engañar o cargar esperanza, para avisar de la tristeza o el mensaje de alegría, es la continuación de lo que se piensa y hay tantas otras modalidades que no acabaríamos de enumerarlas.

Con todas estas elucubraciones, volvemos al tema del veneno vertido a través de las palabras, de los discursos, de las acusaciones. Todos subsistimos con los reflejos de nuestras conductas. Somos lo que hacemos y cómo nos comportamos exteriormente, revelamos lo que sentimos en nuestro interior. Liberamos nuestras pasiones frente a los estímulos del medio. Algunos de forma sutil y otros violentamente.

Muy pocos pueden guardar o tragar los sentimientos.

Lo que pasa es que la masa olvida muy rápido, o no le pone atención a las palabrerías endulzadas con elegante retórica. Los sofistas son diametralmente contrarios al filósofo que siempre dice la verdad. Una mentira repetida vende una distorsionada proyección y es aquí donde nos equivocamos.

Los medios se excluyen de la responsabilidad, que achacan exclusivamente al participante. Pasan más o menos la advertencia: “La empresa no se hace responsable por la opiniones vertidas o las imágenes presentadas en el siguiente programa”.

Claro que la injuria y calumnia se pueden aplicar, pero cuesta en dinero y tiempo, a pesar de lo anunciado en el artículo 17 de nuestra Constitución sobre la institución de las autoridades de la República y la obligación de proteger la vida, honra y bienes a los nacionales y a los extranjeros bajo esta jurisdicción; asegurar los derechos y deberes individuales y sociales, y cumplir y hacer cumplir la Constitución y la Ley.

-El autor es abogado y docente universitario.cherrera@cwpanama.net

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