• 29/09/2009 02:00

Contante y sonante

Cada día más, la práctica de no aceptar los billetes de $50 y $100, pone de manifiesto el desconocimiento de los comerciantes y autorida...

Cada día más, la práctica de no aceptar los billetes de $50 y $100, pone de manifiesto el desconocimiento de los comerciantes y autoridades sobre el tema de la atención al consumidor y su importancia en la economía nacional. Esta problemática, aunque de raíces muy profundas dentro de la misma cultura de consumo del país, trastoca cualquier intento serio por parte del Gobierno Nacional de colocar a nuestro territorio al servicio del turismo mundial. Cuando en otros países, el entregar un billete de $100 significaría un porte de capacidad adquisitiva, aquí lo miran a uno como falsificador y convierten el mero proceso de pagar una cuenta en algo frustrante y denigrante.

Simplemente, el uso de billetes de alta denominación no puede restringirse por ninguna razón. En un viaje reciente, en el que estuve obligado a utilizar un billete de $100 para la compra de imprevistos, el dueño del almacén, al no tener cambio suficiente, fue él mismo al banco a cambiarlo. Esa es la actitud correcta hacia una cultura de servicio. Por supuesto, todo tiene sus límites y es posible encontrar situaciones en las que, por el tamaño del negocio, no se encuentre el cambio suficiente para corresponder con una compra específica. Pero eso es muy diferente a lo que ocurre actualmente en la mayoría de los comercios, que rotulan en sus puertas y con letras bien marcadas, la no aceptación de billetes de $50 y $100.

Eso es una contradicción a las normas básicas de consumo y servicio. El pago contante y sonante de dinero en efectivo ha sido una práctica milenaria y un mecanismo de cambio. Dentro de un modelo económico como el nuestro, los consumidores deciden qué tanto pueden gastar en relación con la cantidad de dinero que tienen y qué esperan recibir. A nadie le interesa el efectivo por sí mismo: no se lo puede uno comer ni beber, ni utilizar directamente para otro fin distinto que no sea el de consumir o gastar por un bien o servicio.

Estos motivos proporcionan un esquema para analizar las razones del porqué las autoridades debieran promover que las empresas acepten billetes de alta denominación. Y la excusa obvia es que existen muchos billetes falsos en circulación. Entonces, como típico país tercermundista, se ha decidido matar a todos los perros para acabar con la rabia. Lo lógico sería que, a través de un programa de capacitación y fiscalización, los trabajadores dedicados a cobrar dinero cursen talleres en identificación de billetes falsos. Allí es donde tienen que ejercer un papel más preponderante la Superintendencia de Bancos, los gremios empresariales y las autoridades defensoras de los consumidores.

Casi todos los economistas subrayan la importancia para la economía del corriente circulante del dinero, de los motivos transparentes del consumidor y de las buenas prácticas de las empresas. Se entiende que el consumo es un determinante fundamental del desarrollo y que también no basta solo con gastar para explicar todos los cambios y fenómenos que ocurren dentro del mercado.

Hace años existía una modalidad nefasta al otro lado del espectro monetario. El cambio de pastillas por centavo llegó a representa que cada cuatro años se perdieran más de 30 millones de centavos, es decir, $30 mil que no retornaban al sistema, porque la gente los guardaba, los ahorraba o simplemente ¡los botaba! En virtud de que la causa de este problema se encontraba inmersa en la actitud de los mismos consumidores, la antigua CLICAC inició campañas de educación y orientación a los ciudadanos en relación con el manejo de fracciones monetarias de baja denominación. En ese entonces, se sugirió a los consumidores que sacaran los centavos de las alcancías y los llevaran cuando iban de compra, porque esa era la mejor defensa que tenían para evitar que los comerciantes les dieran pastillas por centavos.

Pero esta práctica ya no tiene sentido y nada cuesta menos de un centavo. Los comerciantes estarían locos de remate y perderían sus ganancias de centavo en centavo. Algo muy similar ocurre ahorra con los billetes de alta denominación. Hace años, tener un billete de $100 en el bolsillo, era garantía suficiente para vivir y sobrevivir todo un fin de semana, asistir a una velada deportiva, pensar en un paseo al interior, llenar tres veces el tanque de combustible o hacer una visita completa a un supermercado. Hoy no, tal como señalan las encuestas y otras decenas de índices económicos; esa cantidad de dinero no alcanza ni siquiera para cubrir gastos básicos de primera necesidad. O sea, en estos momentos que alguien presente un billete de $100 en una caja registradora, no debiera ser motivo de espanto ni mucho menos de rechazo por una sirvienta o dueño de un local comercial.

Y hay quienes presentan otro argumento, aduciendo que si los billetes de alta denominación no se aceptan en todos los comercios, entonces debieran retirarse de circulación. Pero eso traería efectos adversos, porque hay quienes si los aceptan y les conviene para sus transacciones. Es decir, lo que falta es más disciplina en el mercado, porque ha quedado a la discreción de cada comerciante el recibir o no estos billetes de $50 y $100. Sería algo parecido a que los conductores tuvieran la libertad, de acuerdo a sus propios criterios y conveniencias, de circular por el carril derecho o por el carril izquierdo.

En consecuencia, debemos comenzar a jugar un papel más activo e impedir que la costumbre de rotular puertas y no aceptar billetes de alta denominación se convierta en un problema mayor que afecta las actividades comerciales y pone freno a la economía nacional. Por tanto, los buenos consumidores vigilantes deben correr la voz, elevar las denuncias a las autoridades y evitar comprar en estos establecimientos. Esa es la única forma en que los comerciantes van a entender: si no aceptan a Grant y Franklin ni piensen que les vamos a dar a Washington.

*Empresario.lifeblends@cableonda.net

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