• 16/10/2009 02:00

El más brutal de los crímenes

Rara vez algo me ha horrorizado y apenado tanto como lo que vi hace poco en el este del Congo. Allí encontré a una joven, una niña casi,...

Rara vez algo me ha horrorizado y apenado tanto como lo que vi hace poco en el este del Congo. Allí encontré a una joven, una niña casi, de apenas 18 años, que me contó esta historia.

Un día, a finales del año pasado, cuando trabajaba en el campo con otras mujeres cerca de la aldea de Nyamilima, en Kivu del Norte, aparecieron unos hombres armados. Eran soldados de uniforme, que empezaron a disparar. La muchacha intentó escapar, pero fue atrapada por cuatro hombres y cayó víctima del más brutal de los crímenes. Un grupo de mujeres la encontró medio muerta y la llevó a una clínica del lugar. Yo la vi en un hospital de Goma, capital provincial de la parte oriental del Congo. De resultas de la violencia sufrida tenía una fístula: una rotura de las paredes de la vagina, la vejiga y el recto que causa incontinencia en quienes la padecen y las hace más propensas a las infecciones y las enfermedades. Es una lesión traumática muy poco frecuente en el mundo desarrollado, excepto en partos muy difíciles, pero algo casi habitual en el Congo, donde la violación se ha convertido en un arma de guerra.

Los doctores que la atendían en el hospital, HEAL África, ven casos de este tipo todos los días. El sábado de mi visita estaban previstas 10 intervenciones quirúrgicas para curar fístulas. El año pasado, la clínica dio tratamiento médico a unas 4800 víctimas de la violencia sexual, casi la mitad de ellas niñas. Las cifras son aún mayores en el Hospital PANZI de Kivu del Sur, según afirma su director, Denis Mukwege, con quien me entrevisté recientemente en Nueva York.

La joven con quien hablé fue de las más afortunadas, si es que puede utilizarse ese término para describir circunstancias tan duras. Los cirujanos pueden cerrar sus heridas, pero ¿acaso pueden curar su alma? No solo padece lesiones físicas, sino que debe sobrellevar la maldición del estigma. Su aldea y su familia la han condenado al ostracismo por un falso sentido de la vergüenza. Deberá afrontar un futuro muy difícil totalmente sola. No supe qué decir al escuchar estas terribles tragedias. Pero si bien me fue difícil expresar todo lo que sentía, no tuve ningún problema para exteriorizar mi cólera. Planteé la cuestión en términos perentorios al presidente Joseph Kabila cuando nos entrevistamos a la mañana siguiente. Le dije que el arma principal para combatir la violencia sexual es la voluntad política de los líderes.

Después de mi visita a HEAL África, hablé también con claridad al comandante de las fuerzas congoleñas en la parte oriental del país y le expliqué lo que había oído. Lo mismo les dije al gobernador, al gobernador adjunto, al jefe de policía y al jefe del parlamento provincial, así como a otras autoridades locales. Volví a hablar del asunto al día siguiente en Kigali con el presidente de Rwanda, Paul Kagame, cuyo ejército acaba de terminar una operación militar conjunta con el Congo contra las milicias rebeldes que actúan en la Región. En pocas palabras, traté la cuestión con todas las personas con las que me entrevisté, y lo seguiré haciendo.

La violencia sexual contra las mujeres es un delito de lesa humanidad, y un atentado contra todo lo que representa la ONU y sus consecuencias van más allá de lo visible e inmediato. Las muertes, lesiones, gastos médicos y empleos perdidos no son más que la punta del iceberg. El impacto en las mujeres y las niñas, sus familiares, comunidades y sociedades en lo que respecta a vidas y medios de subsistencia destruidos es incalculable. Suele decirse que las mujeres son tejedoras y los hombres, con demasiada frecuencia, guerreros. Las mujeres dan a luz y crían a los niños. En gran parte del mundo plantan los cultivos que nos alimentan y tejen el entramado de nuestras sociedades. La violencia contra las mujeres es, pues, un ataque contra todos, contra la base misma de la civilización.

*Secretario general de las Naciones Unidas.

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