• 22/12/2009 01:00

La verdadera alegría de la Navidad

Si usted es de esas personas que no creen en Dios o se sienten incómodas cuando le mencionan a la Virgen María o a los Santos milagrosos...

Si usted es de esas personas que no creen en Dios o se sienten incómodas cuando le mencionan a la Virgen María o a los Santos milagrosos, entonces le recomiendo no seguir leyendo mi opinión, porque puede resultar altamente peligrosa para su corazón enfermo y malhumorado. Humildemente, hemos querido preparar este texto resultante de una reflexión sobre el verdadero sentido y significado de las fiestas de fin de año, y bajo ninguna circunstancia queremos mortificar, crear polémicas ni criticar a ninguno de los lectores o articulistas “dominicales” creyentes en otras costumbres.

Lo cierto es que hemos visto cómo las liturgias de la misas en este tiempo de Adviento nos traen la recomendación de estar siempre alegres. Y la razón fundamental de esta alegría profunda es que Dios está cerca. Les dice el Ángel a los pastores, no teman, les traigo una buena noticia, una gran alegría que es para todo el pueblo, pues ha nacido El Salvador.

La verdadera alegría es tener a Dios cerca. Después de los días de oscuridad que siguieron a La Pasión, Jesús resucitado se aparecerá a sus discípulos en diversas ocasiones. Y el Evangelio irá señalando una y otra vez que los Apóstoles se alegraron viendo al Señor. Ellos no olvidarán jamás aquellos encuentros en los que sus almas experimentaron un gozo indescriptible.

Alegraos , nos dice San Pablo. Y tenemos motivos suficientes. Dentro de pocos días llegará la Navidad, nuestra fiesta, la de los cristianos, y la de la Humanidad, que sin saberlo está buscando a Dios. Llegará la Navidad y Dios nos espera alegres, como los pastores, como los Magos, como José y María.

Nosotros podemos estar alegres si verdaderamente abrimos nuestros corazones. Cuando para encontrar la felicidad se ensayan otros caminos fuera de lo espiritual, al final solo se halla infelicidad y tristeza. La experiencia de todos los que, de una forma o de otra, volvieron la cara hacia otro lado donde no estaba Dios, ha sido siempre la misma: han comprobado que fuera de Dios no hay alegría verdadera. No puede haberla.

El cristiano debe ser un hombre esencialmente alegre, portador de una gozosa alegría que trae la justicia y la paz. Esa alegría tiene que ser profunda y capaz de subsistir en medio de las dificultades. Esa alegría debe ser compatible con el dolor, con la enfermedad, con los fracasos y las contradicciones. Tener la certeza de que Dios está cerca y quiere lo mejor para nosotros nos lleva a una confianza serena y alegre, también ante la dureza, en ocasiones, de lo inesperado. ¡Cuántas contrariedades desaparecen, cuando interiormente nos colocamos bien próximos a ese Dios nuestro, que nunca abandona!

Tendremos dificultades, como las han tenido todos los seres humanos; pero estas contrariedades –grandes o pequeñas– no nos deben quitar la alegría. La dificultad es algo ordinario con lo que debemos contar, y nuestra alegría no puede esperar épocas sin sufrimientos, sin tentaciones y sin dolor. Es más, sin los obstáculos que encontramos en nuestra vida no habría posibilidad de crecer en las virtudes.

El fundamento de nuestra alegría no se puede apoyar exclusivamente en cosas pasajeras: noticias agradables, salud, tranquilidad, abundancia de medios materiales, cosas todas buenas si no están desligadas de Dios, pero que por sí mismas son insuficientes para proporcionarnos la verdadera alegría.

Nuestra responsabilidad como cristianos es la de estar alegres siempre. Un corazón triste está a la merced de muchas tentaciones. ¡Cuántos pecados se han cometido a la sombra de la tristeza! Cuando el alma está alegre se vierte hacia fuera y es estímulo para los demás; la tristeza oscurece el ambiente y hace daño. La tristeza nace del egoísmo, de pensar en uno mismo con olvido de los demás, de la indolencia ante el trabajo y de la búsqueda de compensaciones deshonestas.

El olvido de uno mismo y el no andar excesivamente preocupados en las propias cosas es condición imprescindible para poder conocer a Dios y poder servirle. Quien anda excesivamente preocupado de sí mismo, difícilmente encontrará el gozo de la apertura hacia los demás. Y para alcanzar ese estado de plenitud espiritual debemos estar alegres. Incluso, al cumplir nuestro deberes de forma alegre hacemos bien a nuestro alrededor. Y frecuentemente, para hacer la vida más amable a los demás, basta con esas pequeñas alegrías que, aunque de poco relieve, muestran con claridad que los consideramos y apreciamos: una sonrisa, una palabra cordial, un pequeño elogio, evitar tragedias por cosas de poca importancia que debemos dejar pasar y olvidar. Así contribuimos a hacer más llevadera la vida a las personas que nos rodean. Esa es una de las grandes misiones del cristiano: llevar alegría a un mundo que está triste, porque se va alejando de Dios.

En muchas ocasiones el arroyo lleva a la fuente. Esas muestras de alegría en la vida corriente conducirán a quien nos trae habitualmente a la fuente de toda alegría verdadera: el mismo Jesús, nuestro Dios. Esperemos con alegría la Navidad y procuremos esperarla en nuestro ambiente, fomentando un clima de paz cristiana y brindando muchas pequeñas alegrías y muestras de afecto a quienes nos rodean. Hay personas que necesitan pruebas de que Jesús ha nacido en Belén, y pocas pruebas hay tan convincentes como la alegría habitual del cristiano, incluso cuando lleguen el dolor y las contradicciones.

La Navidad es una llamada a la alegría. Mucha gente quizá no vea nada cuando llegue esta fiesta, porque está ciega para lo esencial: tiene el corazón lleno de cosas materiales o de suciedad y de miseria. La tristeza y la impureza del alma son las que provocan la insensibilidad humana y nos apartan de las cosas de Dios. De un corazón alegre nace la mirada penetrante para lo divino, el arrepentimiento sincero, el conocimiento de nosotros mismos y la verdadera humildad. Pidámosle, entonces, a Dios que nos inunde siempre de esa alegría, para que sepamos celebrar en estos días y siempre, llenos de fe, la fiesta del nacimiento de Jesús.

*Empresario.lifeblends@cableonda.net

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