• 31/12/2009 01:00

Reflexiones sobre la justicia

Hubo un tiempo en que la justicia se administraba por la propia mano. Fue ese el tiempo de la ley del talión, es decir, del “ojo por ojo...

Hubo un tiempo en que la justicia se administraba por la propia mano. Fue ese el tiempo de la ley del talión, es decir, del “ojo por ojo, diente por diente”. Más tarde, a medida que los Estados se fueron consolidando, esa justicia privada fue sustituida por la jurídica.

A la tutela jurídica —como suele denominarse a la administración de justicia por el Estado— no se llegó de forma súbita. Fue necesario pasar por la época de la composición voluntaria primero y legal después. Pero lo que interesa señalar aquí es que ese cambio no fue una concesión otorgada graciosamente a los Estados. Todo lo contrario, fue producto de un imperativo social.

La justicia por la propia mano, debido a las imperfecciones de la naturaleza humana, más que un acto reparador fue considerada instrumento de venganza. De excesiva venganza para hablar con mayor propiedad, puesto que el daño que se le infería al agraviador en la mayoría de los casos no guardaba ninguna proporción con el perjuicio recibido. De ahí que, de más está decir, la justicia por la propia mano fue engendrando odios y rencores, que minaron la paz y la seguridad de los asociados.

Cuando los Estados tomaron para sí la función jurisdiccional, lo hicieron para garantizar la paz y la seguridad de todos. No la paz y seguridad de un grupo por numeroso que éste fuere. Tampoco la de los fuertes y poderosos. La paz y la seguridad basadas en la noción de justicia —entiéndase bien— fue lo que tuvieron en mira, porque, aparte de que mal se podría administrar justicia sin justicia, la justicia es algo que nos llega del Derecho natural y viene a constituir una especie de norma originaria, de dogma, de axioma.

De todo lo dicho se infiere, por tanto, que cuando los Estados asumieron la administración de justicia se comprometieron al mismo tiempo a procurar que los fallos por ellos dictados fueran justos y legales. Un Estado que no cumple con tal compromiso; un Estado que convierte los tribunales en meros instrumentos de los intereses de grupos, no solo estaría ignorando la razón de ser de la función jurisdiccional, sino que estaría contribuyendo a que se pierda la fe en su capacidad para administrar justicia. Y al perderse la fe la sociedad retrocedería —como una reacción de defensa— a la época de la justicia por la propia mano, a la ley del talión, al ojo por ojo, al diente por diente; con todos los peligros que ello entraña para un país que debe vivir regulado por normas jurídicas.

Lo expuesto en los párrafos que anteceden, de conocimiento elemental para cualquier persona de cultura media, deben tenerlo siempre presente, por la paz y seguridad de todos, los que visten la toga de jueces y magistrados, así como los que aspiran a regir los destinos de una patria grande.

*Abogado.alinares@talial.com

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