• 01/01/2009 01:00

Undécimo mandamiento

El documento bíblico expone la lista de diez órdenes conocidas como mandamientos o decálogo, dada por el Supremo a un profeta de nombre ...

El documento bíblico expone la lista de diez órdenes conocidas como mandamientos o decálogo, dada por el Supremo a un profeta de nombre Moisés. Estos preceptos han sido tenidos por el mundo cristiano como la guía de las acciones de los hombres, y en mayor o menor medida se acude a ellos como mecanismo de control de los comportamientos humanos, cuando parecieran no ubicarse en el contexto correcto.

No obstante, hay exclusiones y evidentes en su aplicación cuando se trata de la conducta de los políticos, principalmente de los que forman parte de la élite. Y es allí en donde las ejemplificaciones no sirven para mostrarlas como modelos buenos, que deben signar una sociedad que busca reivindicarse económica y moralmente.

Pareciera que algunos de los mandamientos bíblicos no alcanzan a ciertos personajes, y lo peor es que sus propios esquemas mentales diseñan una forma de observar y comprender la realidad de tal manera que se crean una especie de blindaje que los hace intocables e inmune a todo. Son esos mismos personajes que desde y con el poder actúan a mansalva, administran con criterios particularísimos y señorial los recursos estatales, acumulan riquezas y sin ningún reparo las exponen con solemnidad ante la vista de quienes a diario se debaten por lograr el mínimo para mantener la vida.

Expresan sin reverencia lo que es una sociedad absolutamente desigual y de la misma manera la rentabilidad que hay en las posiciones públicas de importancia. Exponen el mensaje malsano de que la política más que servir es para servirse, y de allí la asimilación del mismo por la población joven que luego lo encuentra como habitual. Desde luego que el político debe estar más allá de toda duda, y mucho más quienes administran la Cosa Pública. El ejercicio del poder debe ser para el desarrollo de estrategias que beneficien a los gobernados. La satisfacción del deber cumplido con los demás es al mismo tiempo una demostración de amor al prójimo. El arte de gobernar y la sistematización de principios científicos de la política deben sustentar todos los actos del político.

El ingenio popular es extraordinario. Ha sido capaz de ponderar lo que significan los mandamientos y ha encontrado que el decálogo pareciera hecho a la medida del conjunto de población, la cual debe procurar su cumplimiento a cabalidad. Y es que como subordinado, pareciera que lo ético lo obliga en contraposición a la élite, a la que todo se le permite, todo se le contempla y todo se le justifica.

Ese mismo ingenio popular es la opinión que al decálogo debe agregársele otro: “ los ricos no van a la cárcel ”. Es ese el llamado undécimo mandamiento. Porque en efecto, los actos irregulares categorizados como delitos cuando del pueblo se trata, son castigados con el presidio, y son llamados persecución política, cuando de la minoría política selecta se trata. Es esta, la que resuelve aplicando el undécimo mandamiento, con cuellos ortopédicos, hipertensión arterial, problema renales y prostáticos y hasta locura temporal.

*Docente universitario.jorge0913@pa.inter.net

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