• 14/05/2010 02:00

¿Economía del hombre; o del hambre?

En nuestro país el continuo e incontenible aumento del precio de los alimentos, de los medicamentos y de tantos otros bienes; y el de la...

En nuestro país el continuo e incontenible aumento del precio de los alimentos, de los medicamentos y de tantos otros bienes; y el de la mayoría de los servicios (públicos y privados), tales como los del agua potable, de la energía eléctrica, del teléfono, del transporte público, de la atención de salud (¿), etc., vandaliza, sin misericordia alguna, el salario de innumerables personas. En particular, de aquellas cuyo salario no crece ni se desarrolla: jubilados y pensionados de las clases media y pobre. Son los ciudadanos que sobreviven con salarios (ingresos) congelados a perpetuidad. Y, en general, de los más pobres y excluidos.

Este fenómeno no es sólo el de inseguridad alimentaria, o el de inseguridad de techo; es una gravísima inseguridad: una inseguridad vital humana. Una inseguridad profundamente biológica, sí (existencial); pero, también, cultural, moral, espiritual (es decir, esencial).

La clase media en general; y, en particular, el profesional asalariado (es decir, aquel profesional empleado —médico, ingeniero, abogado— que no ejerce libremente su profesión liberal; que es, por lo tanto, un simple funcionario que no recibe honorarios, sino sólo un salario), se ve condenado, irremediablemente, a disminuir continua y constantemente su nivel de vida. Y el de su familia. Lógicas (¿o anti-lógicas?) de sobrevivencia.

Este profesional (le sucede lo mismo, lógicamente, al asalariado no profesional) no puede trasladar a ninguna otra persona, ni a ningún otro sector, el continuo aumento del costo de la vida. Su solución ante el problema es irse desprendiendo paulatinamente, cada día, del goce y disfrute de ciertos bienes y servicios, y de algunas actividades de recreación.

El empresario (comerciante, industrial), o grupos de profesionales (abogados, arquitectos, etc.) desde sus firmas y oficinas, pueden, sin dificultad, trasladar el aumento del costo de la vida (y los aumentos de los impuestos nacionales o municipales, directos o indirectos) al consumidor de sus bienes, o al usuario de sus servicios profesionales. Aumentos en el precio de esos bienes y de los servicios. Asimetrías, inequidades.

Los grupos menos diferenciados económicamente y socialmente, se valen, en cambio, de formas sui generis , para sobreponerse a los < < imparables >> aumentos del costo de la vida, en general; y del costo de la canasta básica (completa), en particular. Aquí ocurren novedosos incumplimientos de obligaciones, pagos y compromisos (no pago del alquiler de la vivienda, p. ej.). O se recurre a la evasión del pago de deudas generadas por el usufructo de algunos servicios esenciales, tales como los de energía eléctrica y de agua potable (mediante las llamadas < < conexiones brujas >>). No olvido que, en el interior de los países en desarrollo, es en este grupo humano donde viene creciendo mayormente un fenómeno negativo: la sobrealimentación inarmónica (sobre todo entre las amas de casa). Una paradoja: aumento de la obesidad en medio de la pobreza.

A los más excluidos (los que malviven o sobreviven apenas, en extrema pobreza), sólo les queda la posibilidad de una cada vez mayor pobreza. Es como si caminaran inexorablemente hacia una nueva y oscura < < solución final >>: perecer en los fríos hornos de la consunción final. Ellos no alcanzaron (o dejaron de ser) la superior condición de ciudadanos, de personas. Fueron y son sólo habitantes solos.

Tal como van las cosas en nuestro país, parece ser que los dos más seguros crecimientos sostenibles que estamos logrando son: 1° El continuo e injusto crecimiento de la deuda pública externa (e interna). 2° El crecimiento de las inseguridades económicas, sociales, culturales, educativas, alimentarias (odio, maldad, mala conciencia). Oscuros frutos de la injusticia distributiva de la Riqueza Nacional. No busquemos, pues, (afanosamente ciegos), el crecimiento del PIB, sino el crecimiento y el desarrollo de la justicia distributiva en todos los órdenes del vivir, del ser, del pensar y del hacer humanos.

Que el Estado no deje de ser el receptor, distribuidor y redistribuidor, desde la Equidad, la Libertad, la Verdad y la Justicia, de la riqueza integral del país. Pero para lograr este desideratun se necesita la firme existencia de gobiernos probos, inteligentes, morales; y la de sociedades políticas y civiles con conciencia de Patria, de Identidad y Destino. Esperemos y busquemos lo mejor para que suceda lo mejor.

*Médico, escritor y Académico Numerario de la Academia Panameña de la Lengua.roszanet@cableonda.net

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