• 25/05/2010 02:00

La economía no es aburrida

En un reciente artículo publicado en el New York Times , su columnista estrella Paul Krugman, sugiere que la economía se torna cada vez ...

En un reciente artículo publicado en el New York Times , su columnista estrella Paul Krugman, sugiere que la economía se torna cada vez más aburrida por el predominio de un consenso entre los políticos y economistas. El consenso radica en el convencimiento compartido de que la economía de mercado es el mejor sistema, siempre y cuando esté bien regulada y administrada, porque al final reduce impuestos y aranceles, fiscaliza la deuda pública, estabiliza los precios, controla los sueldos, incentiva el trabajo y alienta la productividad.

Según el premio Nobel de Economía, la tarea pendiente para los políticos y economistas se reduce a mejorar el funcionamiento de los mercados y a abordar los problemas no resueltos, tales como la pobreza, las desigualdades y la marginalidad. Por lo visto, no es poca cosa lo que falta, pero, en todo caso, puede solucionarse dentro del consenso.

En mi opinión, para que la economía recupere interés y abandone el aburrimiento, basta con reincorporar al análisis la historia y la realidad. De este modo, puede observarse que el consenso emerge de sociedades en las cuales prevalecen ciertas condiciones, llámense altos niveles de desarrollo, instituciones sólidas, integración social, liderazgos empresariales fuertes, relaciones simétricas con la economía mundial, ausencia de deuda externa significativa, disciplina fiscal, etc. Es decir, los rasgos característicos de las economías avanzadas.

En otras partes del mundo, como por ejemplo Panamá y los países vecinos, estas condiciones no se verifican. En efecto, prevalecen bajos niveles de industrialización y avance técnico, profundas fracturas sociales y desigualdad en la distribución del ingreso, instituciones vulnerables, liderazgos empresariales débiles, relaciones asimétricas con el orden mundial, discrecionalidades impositivas, falta de transparencia y corrupción. Este conjunto de elementos negativos se convierte al final en un obstáculo para el aprovechamiento de iniciativas, y en una total sumisión y dependencia al financiamiento internacional y de las condicionalidades aplicadas por los acreedores. Es decir, quedamos amarrados a las exigencias de los organismos financieros internacionales.

En tales condiciones, las políticas fundadas en el consenso no alcanzan. En Panamá, por ejemplo, el paradigma económico conocido como Consenso de Washington, no ha producido los resultados esperados. Aún faltan por enderezar los entuertos de la pobreza, la inseguridad, el déficit alimentario, el retraso educativo y la vulnerabilidad externa.

Los obstáculos estructurales del desarrollo no pueden ser removidos solo por las políticas del consenso. Es necesaria una tarea simultánea de construcción nacional, integración social y promoción del ahorro, las exportaciones y los liderazgos empresariales propios, en un contexto de equilibrios macroeconómicos y políticas públicas efectivas.

Así sucedió en los países más exitosos de la segunda mitad del siglo XX, como Corea y Taiwán. Ellos lograron derrotar el atraso e incorporarse como economías industriales al orden global, respetando algunos elementos del consenso, como la estabilidad de precios y el equilibrio fiscal, pero sosteniendo al mismo tiempo políticas activas de industrialización, educación y cambio técnico.

Los problemas pendientes de la pobreza, las desigualdades y la marginalidad, que recuerda Krugman, se plantean de maneras distintas en los países avanzados y en los subdesarrollados. En aquellos es, principalmente, una cuestión de equidad y participación. En éstos, en primer lugar, de desarrollo e integración social.

La cuestión refleja una de las paradojas del mundo contemporáneo. Nuestra época revela el triunfo absoluto, radical e histórico de la economía de mercado. Solo que no existe un único modelo, un único estilo de capitalismo, sino varios. Cada uno de ellos refleja la trayectoria histórica, los rasgos esenciales de cada sociedad y su cultura.

Que el consenso sea de validez universal resulta una arbitrariedad teórica y, en el fondo, una propuesta para consolidar el reparto del poder del orden mundial. Las reglas internacionales inspiradas en el consenso (comercio, finanzas, propiedad intelectual, etc.) reflejan no el impulso incontenible de la globalización, sino las asimetrías del escenario mundial. El consenso no alcanza para resolver los problemas de América Latina y de otras zonas, sino que, incluso, es un enfoque insuficiente para abordar los problemas de los países industriales. En el caso de los Estados Unidos y Europa, por ejemplo, los recientes descalabros reflejan, en parte, el distanciamiento de esos países a las reglas de su propio consenso. Pero, también, el impacto de una nueva ola de innovaciones y de la euforia consumista del efecto riqueza alimentado por las cotizaciones bursátiles, el endeudamiento privado y la atracción de ahorros del resto del mundo. Cuestiones estas últimas coyunturales y no sistemáticas.

También en el estudio del consenso es preciso trascender los límites del análisis de mercado y reincorporar la historia y la realidad. Entonces, la economía vuelve a ser muy entretenida y, sobre todo, pertinente para resolver los problemas que impiden aprovechar la formidable capacidad creadora de riqueza de las economías de mercado para elevar la calidad de vida y el bienestar en el mundo.

*Empresario.rcarles@cableonda.net

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