• 28/07/2010 02:00

Juventud en riesgo

C reíamos que los de la pandilla de Santa Cruz no nos esperaban y fuimos por el sendero, al final de calle P y avenida Frangipani. Atrav...

C reíamos que los de la pandilla de Santa Cruz no nos esperaban y fuimos por el sendero, al final de calle P y avenida Frangipani. Atravesamos casi arrodillados la maleza para salir por detrás y sorprenderlos. No sé por qué, fuimos nosotros los asombrados cuando apareció una mancha de pelaos y se inició el intercambio de golpes hasta decir no más. Hubo puños, coscorrones, empujones y salieron a relucir cuchillos, pero hasta allí llegó el asunto.

En los años 60, el asunto de las bandas se restringía a conflictos por la hegemonía del territorio. Los de San Miguel no dejábamos que los de Santa Cruz cruzaran la avenida Nacional y subieran la loma. De igual manera, los de este lado del barrio de Calidonia, no podíamos encaminarnos hacia el conjunto de casas de cartón, sobre esa especie de palafitos que bordeaban desde el antiguo comisariato de Ancón hasta detrás del estadio.

El fenómeno de las bandas o pandillas no pasaba de casos aislados, donde se involucraba una minoría de adolescentes, a veces descarriados, fugados de las escuelas, problemas de familias incompletas o sencillamente ‘rebeldes sin causa’, al estilo de la cinta de James Dean, chicos cuyas crisis existenciales les llevaban a antagonizar con el orden establecido (‘establishment’, como se le llama en inglés).

Por múltiples factores, sociales (sobre todo), económicos y políticos, hoy esa situación ha crecido y adquiere una dimensión estructural. Recientes estadísticas hablan de una cantidad que excede el centenar de colectivos juveniles cuyas principales actividades son la delincuencia y el crimen. Unos 4000 jóvenes, según las cifras (y creo que está por debajo de los datos reales), participan en estos grupos, que minan el futuro y la seguridad colectiva.

El reciente asesinato de un pastor que trabajaba con grupos de mozalbetes inadaptados, es un signo preocupante, no importa cuáles hayan sido las causas reales de los hechos que dieron con la muerte de este activista social. Pero también llena de desesperanza y frustración a quienes trabajan en una dirección similar contra estos signos del apocalipsis que se ciernen sobre las nuevas generaciones.

Los orígenes son conocidos y los sociólogos han identificado los motivos sociales —pobreza, frustración, educación—, el tráfico de drogas, migración desde las áreas rurales a los suburbios urbanos, falta de programas políticos hacia este sector que no representa un caudal electoral y la inequidad económica que fuerzan la realidad hacia la creación de pandillas para la búsqueda de perspectivas sin un escenario de valores morales.

Casi todas las instituciones han fracasado en establecer programas hacia la juventud con una vigencia a largo plazo. Una gran batalla se ha librado en el campo cultural, pero en vano. Dirigentes comunitarios crearon canchas deportivas, que terminan como centros de expendio de licores y coyuntura para tráfico de estupefacientes.

Los medios de comunicación, en especial los presentadores, conductores de programas musicales y una pésima programación, le han ganado el partido a las escuelas, cuyos desfasados programas y educadores, llenan a los muchachos de decepción ante un discurso vacío y sin coherencia, porque quienes imparten la educación andan en otras dimensiones y con necesidades insatisfechas.

Una demostración de este panorama nos la brindan la música y los intérpretes de los nuevos ritmos que han logrado una gran aceptación entre la juventud. Lástima que los referentes de esos ritmos recrean la violencia e historias vinculadas con circunstancias a todas luces morbosas, algunas incluso con un lenguaje descarnado.

Uno de los espacios de mayor influencia, es sin duda la radio. En ella se ha realizado una amplia tarea de modificación de patrones culturales, que por desgracia se han deformado hacia valores superficiales, sin tomar en cuenta el papel que ese medio de comunicación puede alcanzar, sobre todo por su poder de penetración.

Ha surgido como moda en los últimos tiempos una vigencia de las conductas de maleantes con signos tan criticables como la exhibición de un repertorio de obscenidades, malas costumbres, falta de respeto hacia los demás y una deificación de cualquier conducta adversa a las leyes. Hoy, cuando un chico es más famoso por sus malas andanzas que por sus aciertos, hay que considerar la presencia de nuevos riesgos sociales.

Ojalá que los signos de esta situación, que envuelve a la juventud del país, puedan alcanzar mejores síntomas. Ella requiere un mayor seguimiento y programas más eficaces, sobre todo por las perspectivas que se viven y porque la sociedad global está en un periodo de transformación. No nos podemos dar el lujo de perder una generación tan valiosa.

*PERIODISTA Y DOCENTE UNIVERSITARIO.

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