• 11/08/2010 02:00

Del Rosario

Por más que Agustín quiso ser una persona sencilla, discreta y tranquila, nunca llegó a tener ese perfil. Su carácter era complejo en su...

Por más que Agustín quiso ser una persona sencilla, discreta y tranquila, nunca llegó a tener ese perfil. Su carácter era complejo en su forma de vivir, en su visión del arte, la cultura y hasta en la manera como llevó la enseñanza del periodismo; la pasión que le consumió el entusiasmo durante los últimos 35 años.

Cuando llegó a la docencia, había tras de sí, un mundo de evocaciones literarias, de indagación teatral, de artículos y críticas en diferentes medios de comunicación. Además, una sólida formación superior que le hizo parte de distinguidos centros universitarios.

Fue uno de los pocos panameños que estudió en el Colegio de México, uno de los más rigurosos centros académicos de ese país, donde obtuvo una maestría en Estudios Orientales, con énfasis en la cultura árabe y se hizo un experto en esta disciplina.

Este poeta no era llano. Era incrédulo, perfeccionista, meticuloso. Le gustaba confiar en los signos zodiacales y enfrentaba a quienes conocía, según este criterio astrológico. Quizás, una de las causas de su animadversión conmigo en algún momento, fue creer que yo era escorpión; hasta que se enteró que mi fecha correspondía a otro signo más tranquilo y equilibrado. Desde ese momento, noté su cambio.

Fue un profesor exigente. Una de sus primeras frases era que con él, la nota A, constituía una especie de quimera; ‘conmigo nadie saca una A’, le escuchaban decir las oleadas de estudiantes matriculados en su aula, donde asistían a algún curso de Investigación, Semiología, Técnica o algún otro de la carrera de Periodismo.

Había una profunda coherencia entre lo que enseñaba y hacía. Mientras cumplía con sus asignaturas, escribía una página cultural o una columna periodística, publicaba sus críticas literarias, de teatro o cine. Muchas veces coincidimos en alguna sala y comentamos al alcance de un drama o alguna cinta cinematográfica recién vista.

Durante los últimos años, había menguado su vena de dramaturgo. Además de sus poemarios, entre otros El río mansamente, Poesía joven tenía el repertorio de textos teatrales como El alto y el bajo, Los bellos días de Isaac, Suceden cosas extrañas en tierras del emperador Cristóbal y A veces esa palabra libertad.

En estos textos hay un contenido que explora las relaciones humanas, a veces en cuanto a diferencias existenciales y en otras, en contradicciones entre sus personajes protagónicos y el entorno, con matices políticos. En El alto y el bajo, dos personajes diferentes social y culturalmente, tienen una relación asimétrica. Al final, los papeles cambian y cada uno de los personajes se convierte en el otro y asume el poder.

En A veces esa palabra libertad, construida sobre el escenario de la gesta del 9 de enero, gente humilde mira y participa en esos acontecimientos históricos sin perder su condición popular. Algo así, como dice uno de los personajes, ‘pasajeros de un transcurrir que pareciera durar toda la vida’.

Ganó diferentes premios tanto nacionales como en el exterior, Guatemala y Cuba. Esto demuestra la calidad de su creación y el mundo que supo delinear en esta conjunción artística.

Quizás, Agustín, a pesar de sus capacidades intelectuales, su obra y forma como enseñó, dejará en el recuerdo de quienes le conocieron, sus disputas por enfoques que asumió ante las diferentes contingencias en que se vio envuelto. Dejó de escribir una página en uno de los diarios, a causa de opiniones vertidas en alguna entrevista que le hicieron y cuando opinó sobre algún asunto espinoso.

De igual manera, en el claustro universitario, dio su punto de vista y asumió posiciones que no fueron del agrado de alguno de los grupos que permanecen en pugna en la Facultad de Comunicación Social. Uno de los incidentes que le tocó vivir al ejercer como director de la Escuela de Periodismo. Allí, los conflictos que se produjeron, obligaron a que dejara la posición.

Estas vicisitudes le hicieron ser un observador ágil y guardar esa convicción de uno de sus personajes teatrales, de que ‘con la confianza no se llega a ningún lado’. Pero esta visión de la realidad, nunca la guardó; la expresó, la hizo pública y por ello, sus conflictos con algunos.

Rosa, la vendedora de flores de una de sus obras dijo en algún momento que había que crearse la conciencia de ‘que las cosas o son como deben ser o sencillamente no tienen razón de ser’. Agustín hizo de esta frase, una de sus máximas. De allí la trascendencia de s u pensamiento, su tarea docente y de su personalidad.

*PERIODISTA Y DOCENTE UNIVERSITARIO.

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