• 12/09/2010 02:00

Es hora de cambiar el paso

Para muchos Ricardo Martinelli es un fenómeno político con mucho olfato para identificarse con la gente común y corriente. Que no dudó e...

Para muchos Ricardo Martinelli es un fenómeno político con mucho olfato para identificarse con la gente común y corriente. Que no dudó en caminar durante largo tiempo y supo aprovechar la oportunidad que se le brindó. Para otros, es un producto mediático, que se le vendió al electorado a través de una excelente campaña en la que supo convertir sus debilidades en fortalezas.

Sus enemigos trataron de debilitar su imagen acreditándole supuestos problemas mentales, pero sus asesores le dieron vuelta al sartén convenciendo a mucha gente que en este país ‘los locos somos más’. Fue en este preciso momento en que comenzaron a caminar con paso seguro hacia el tan ansiado y soñado puesto en el Palacio de las Garzas.

Los cuerdos tienen que aceptar que el ‘rey de los supermercados’ y sus asesores les ganaron la batalla y no solo por un breve margen, sino por una amplia diferencia que los dejó —y todavía pienso que no se han logrado reponer— dando tumbos y buscando oxígeno.

Debo aceptar que el gobierno inició su gestión con una serie de medidas acertadas. Comenzó a hacer buenas sus promesas electorales. Implementó el programa de ‘cien para los 70’, le aumentó el salario a los policías y llegó con un mazo a romper varias estructuras de gente acostumbrada a burlarse prácticamente de la ley.

Esta fue la parte agradable de los primeros meses. Después despertaron a la realidad. Todo lo que se estaba haciendo requería de un presupuesto mayor y, además, cayeron en cuenta que una sola parte del poder no era suficiente. Era impostergable sumar otros organismos que a la larga podían ‘dañarle el esquema de trabajo’.

Y como era fácil suponer, pusieron manos a la obra. Se aumentó la carga impositiva, se buscaron otras fuentes de ingreso y el despertar de los ‘locos’ no se hizo esperar, mientras que los cuerdos entendieron que el que no se sumaba era porque estaban en contra y ese derecho a discernir libremente tendría un costo.

Surgió la tesis de que la procuradora general de la Nación se negaba a cumplir con las ‘tareas asignadas’. Su historia ya es conocida por todos y el margen de la duda a la certeza se perdió en una línea divisoria muy delgada. Se decía que el objetivo principal, entre otros, era neutralizar y encarcelar al ex presidente Ernesto Pérez Balladares.

El presidente nombró a dos nuevos miembros en la Corte Suprema y a pesar del ‘slogan’ que este gobierno era el del cambio, se comenzaron a dar pasos en falso y a repetir los mismos deslices de los gobiernos anteriores. Todo en este mundo tiene un precio, y como se dice en el interior del país, ‘el que quiere ser reina, que aprenda a tirar besitos’.

Un ejemplo, lo ocurrido en Bocas del Toro. Sin pretender achacarle la culpa a nadie, sin enumerar desaciertos y solo analizando los hechos reales, es evidente que dos ministros de Estado equivocaron el ‘idioma’ con las partes enfrentadas, provocando una crisis que no era necesaria y que fácilmente, con un poco de malicia, se hubiera evitado.

En la desesperación se están aplicando respuestas fáciles que no dejan de ser un simple paliativo. Los pueblos piensan que si los gobiernos les regalan dinero o lo que sea, es porque ‘tenían’ que darlo y a la larga o a la corta, como ha sucedido tantas otras veces, terminan por no agradecerlo.

Está comprobado que el paternalismo no es la mejor medicina, porque fácilmente se corre el riesgo de caer en la demagogia. Y esto definitivamente, no es lo aconsejable.

No veo otra opción. Tengo el presentimiento que las cosas pueden agravarse si no se plantean un nuevo sistema accionario. Hay que bajarle la presión a la sociedad civil y a los medios de comunicación. Es hora de buscar nuevos aliados. El descalificar a unos y castigar a otros con la publicidad gubernamental, no es una buena alternativa.

Por supuesto que tiene la opción de seguir en la confrontación para medir fuerzas. Esta sería una salida buena para los tercos, los que no quieren dar a su brazo a torcer, y créanme que ni los locos lo aceptarían de buen agrado.

*PERIODISTA.

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