• 18/09/2010 02:00

El cholito Martín en los cañaverales

C orrían los años de 1970.— El Proceso Revolucionario panameño decide construir una planta azucarera para el procesamiento de la caña. N...

C orrían los años de 1970.— El Proceso Revolucionario panameño decide construir una planta azucarera para el procesamiento de la caña. Nace el Ingenio LA VICTORIA en el corazón de la República, una visión estatal que muchos hipotetizaron como de amplio respiro... los Países No Alineados trataban de encontrar vías alternativas, para desarrollar políticas autónomas, al dictamen de los grandes monopolios mundiales; la industria AGROALIMENTARIA era considerada una posibilidad para la creación de ‘economías locales’ y vías para salir del subdesarrollo.

Fue así que se transformó la geografía de los poblados de La Mata, San Pedro del Espino y otros caseríos, para dar terrenos aptos al cultivo de la caña de azúcar. En torno a esta realidad crecen pequeñas historias de hombres de fatiga, lejos de las crónicas nacionales.

Florencia, Italia, 12 de setiembre de 2010.— En pleno mediodía, bajo el sol ardiente, en una silenciosa fila se encontraba el cholito Martín, todavía lo acompañaba el cansancio de haberse trasnochado por los pensamientos sobre la posibilidad de que le dieran un puesto de trabajo y esa misma preocupación se respiraba en torno a él.

Iniciaba la zafra en el Ingenio La Victoria y la peonada de cholos, bajados de las cordilleras de Chiriquí, Veraguas y Coclé se encontraba en desordenadas filas, alineados solo por las ansias laborales... por el afán de iniciar las jornadas de trabajo.

El cholito Martín era fuerte, joven, había bajado a trabajar, como lo habían hecho su padre, su abuelo y gran parte de su familia, es por eso que acariciaba el saco de nequen que, con mucha atención, apretaba en su espalda, debido a que el saco perteneció a su padre y como tal, herencia de inestimable valor; Dentro de este llevaba todo su mundo: Un machete, una totumita, una camisa y un frasquito con un ungüento que él llamaba ‘Ñunco’, una mezcla de mentolato, polvo de espinas de palma de pixbae y un triturado de hormiguitas candelillas, siendo esta la medicina usada para todos los dolores de cuerpo.

Fue así que el cholito Martín se encontró a lo interno del cañaveral en la dura faena del corte y tumbe de caña, hombro a hombro con la sudorosa cuadrilla de paisanos.

Y pasaron los días... fue al tercero de estas jornadas que sucedió lo siguiente:

—Apenas llegada la tardecita, la peonada se reunía y acomodaba en cada lugar que brindara amparo... bajo los pocos árboles que acompañan los senderos; igual, algunos se quedaban al costado del cañaveral, solución que escogía Martín... Era allí, al lado de los cañaverales, donde ‘a la mejor’ se cocinaba lo que cada uno ofrecía... Y Martín aprovechaba para refrescarse un poquito, sin nunca aceptar porción alguna de comida, porque no contribuía con ‘algún que’ de alimento. Y así por tres días —de Martín— no se sabía cómo se alimentaba, pero se comprendía el orgulloso rechazo, pues, hacía parte del carácter de las dignas personas procedentes de los altos de las cordilleras panameñas... el cholito Martín siempre, al momento de la comida, agarraba su totuma y desaparecía a buscar agua fresca.

Y llegó el anochecer, los peones se acurrucaban a reposar el cansancio... de repente, desde lo profundo del cañaveral, se comienza a oír un lamento ansioso y repetitivo que aumentaba cada vez más... y más... llamando la atención de toda la peonada... los más curiosos se pararon en el intento de comprender los lamentos y gemidos..., pues, lo que se escuchaba era un gran ‘juams, juammsss, hamms, hammss’... como si fueran suspiros amorosos, y la curiosidad invadió a toda la cholada que, levantándose, se acerca al lugar de donde provenía el gran trastorno de suspiros, y que parecían de quien se abandona en el acto sexual..., porque los suspiros eran profundos sollozos... ‘muaanzzz, muaanzz, muaaazz’, alternándose con gemidos de ‘hams, hams, hams’... con paso lento y pícaras miradas, los cholitos comenzaron a entrar en la cañada, tratando de no hacer ruido, para poder sorprender a la pareja de incautos enamorados, y, entre más se acercaban, más fuertes eran los gemidos: ‘Huuumsss, huuuumss, muuazz, muaaazz, muaaazz’... abren la última cortina de cañas que separaba la vista de la sorprendente escena... ¿y qué vieron?.. al cholito Martín dándole tremendas mordidas a un trozo de la suculenta caña cubana.

*ARTISTA VERAGÜENSE RESIDENTE EN FLORENCIA, ITALIA.

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