• 03/11/2010 01:00

La invasión de los reprobados

Los televidentes quizás no daban crédito a lo que veían. Un grupo de candidatas a reinas de la Feria de La Chorrera pasaban ante un cues...

Los televidentes quizás no daban crédito a lo que veían. Un grupo de candidatas a reinas de la Feria de La Chorrera pasaban ante un cuestionario para demostrar su nivel de conocimiento en cultura general y a cada contestación incorrecta, eran bañadas con agua y otras sustancias.

Las respuestas a preguntas sobre las fechas claves panameñas o la diferencia de los movimientos emancipadores de 1821 y 1903, así como el papel de determinados personajes históricos en la vida nacional, merecieron baños y requetebaños; escenas que dejaban un penoso diagnóstico sobre el tipo de educación de las jóvenes concursantes y por extensión, sobre una generación nueva que sucederá a los actuales adultos.

Hay una tendencia que se acentúa cada vez más en el escenario de la vida cotidiana en el país. Es el creciente protagonismo y hasta liderazgo que ocupan, quienes han escogido rutas diferentes al sentido común, al estudio, al esfuerzo y trayectoria basada en conductas apegadas a la decencia y buenas costumbres.

¿Quién es más famoso en un colegio, una oficina o una asociación, aquel o aquella que se caracteriza por su dominio del lenguaje, su diligencia, actuar esforzado o quien por el contrario, lleva una actitud desbocada, lenguaje chabacano, procacidad exaltante, es tramposo y buscapleitos?

Los ejemplos saltan a la vista. Hace unos días, estudiantes de varios colegios secundarios, que se caracterizan por llevar notas deficientes en sus boletines de calificación, a través de una reyerta callejera —con saldo de vehículos dañados, tranques en la vía pública y el caos urbano—, exigieron el reconocimiento de una beca ‘universal’, que había anunciado el Órgano Ejecutivo.

El argumento esgrimido era el carácter generalizado del ofrecimiento de este estipendio. De acuerdo con los quejosos, no se hacía excepción del beneficio, que debía corresponder a ‘todos los estudiantes’, sin excepción. Esa interpretación legalista de una medida anunciada, fue el detonante que llevó a las calles y a los estridentes quejosos, cuyo rendimiento no llega a un nivel promedio de avance.

Hay en la actualidad una especie de conflicto de valores; comportamientos negativos que tienen mayor fuerza en el escenario de la vida local. Aquellas acciones, basadas en el respeto de los demás, en la tranquilidad y la rectitud son consideradas como muy aburridas y no llaman la atención. Es necesario desenvolverse con conductas irregulares y rufianescas, para sobresalir y alcanzar méritos, halagos y despertar admiración.

El Marqués De Sade en el siglo XVIII desarrolló una teoría que explicaba estas manifestaciones y su desarrollo. Sus dos novelas más famosas Justine y las desdichas de la virtud y Juliette y las prosperidades del vicio, describen la vida de dos hermanas, la primera que se caracteriza por una esforzada y tranquila forma de ser y a quien la vida la lleva por caminos pedregosos, mientras que su hermana, viciosa, tramposa y casquivana, alcanza éxitos de todo tipo.

Pareciera que llegamos a estos niveles de inversión, a juzgar por los resultados de diversas experiencias. En el campo educativo por ejemplo, se dedica más tiempo en definir procedimientos para tolerar a quienes se han ‘salido del carril’, que a estimular a quienes sobresalen por su apego a las normas o presentan exitosos resultados en el aprovechamiento.

Hace algún tiempo, tuve una experiencia en una facultad en la universidad que tardó cuatro juntas para llegar a un consenso sobre cómo hacer para que la calificación ‘D’ no fuera considerada como una reprobación. A través de vericuetos y consideraciones estériles, se permitía una especie de pase condicionado.

En otra oportunidad, un decano me llamó la atención porque los alumnos se quejaban de mi asiduidad y puntual asistencia a clases. ‘Esta es una universidad de los trabajadores’, adujo el funcionario. Al siguiente periodo me cambiaron el horario y pasado un tiempo, los jóvenes me confesaron sobre la baja puntualidad del profesor que había heredado mi turno, quien no generó jamás una inconformidad estudiantil.

Ni siquiera las rejas carcelarias ponen freno a ciertas formas de vivir que orillan la rectitud. Algunas personas, desde la cárcel reciben todo tipo de consideraciones y hasta atienden a ‘admiradores’. Una joven entró en una relación con un privado de libertad, quien a través del teléfono instruía a la chica y daba instrucciones de acciones y tareas para su propio beneficio.

Esta inclinación hacia manifestaciones y trayectorias irregulares, debe ser superada por el respeto y buenas costumbres que deben regresar a una sociedad que requiere valores verdaderos para enfrentar la realidad trastocada por nuevos problemas y alcanzar así fórmulas de normal convivencia.

*PERIODISTA Y DOCENTE UNIVERSITARIO.

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