• 06/11/2010 01:00

La hospitalidad de Renán Esquivel

E sperando, vimos a funcionarios del hospital entrando y saliendo de la Dirección Médica, parecían abejas y sobre archivadores, una bate...

E sperando, vimos a funcionarios del hospital entrando y saliendo de la Dirección Médica, parecían abejas y sobre archivadores, una batea con frutos de su finca de Sonsonate, que fueron desapareciendo poco a poco en manos del que quería. Llegó mi hora de entrevistar al paisano José Renán Esquivel. Con su bata blanca, nos recibió con una sonrisa franca y se dejó entrevistar, no sin antes pedirme que le acompañara a un recorrido por el Hospital del Niño, y al final a la sala donde estaban los quemados. Confieso que hice el simulacro de ver a los niños, distrayendo la mirada hacia los barrotes de la cuna, porque de haberlos visto me hubieran tenido que recoger del piso, desmayada.

Así surgió mi interés especial por lo que estaba ocurriendo en materia de salud en el hospital y el país, al mando de JR (JOTA ERRE) como se le conoció en algunas esferas del poder en Panamá. Panamá le debe a su empeño y a su equipo multidisciplinario de trabajo la sectorización de las salas de niños por corregimientos, distritos y provincias, el Banco de Leche Materna, las bibliotecas y las salas de capacitación para padres, porque ‘el padre que conoce la enfermedad y sus síntomas, puede ayudar mejor a sus hijos, durante y después en el hogar’.

Con el mismo respeto y cariño, atendía a todos, no diferenciaba ni excluía a nadie. Fue descomplicado, afable y convencido de sus logros, se hizo grande, sin ser soberbio. El Hospital del niño y sus triunfos le dieron brillo a Panamá, dentro y fuera de nuestras fronteras. Suiza, Brasil, Alemania y muchos países del mundo rindieron honores en vida a ‘un campesino ilustrado’, como solía decirse, porque eso siempre fue lo que le gustó. Sembrar en la tierra, ver, podar, abonar y cosechar los frutos de ella.

Tras la invasión, y habiendo vivido los desmanes de la turbamulta de panameños y la intromisión extranjera, que le cercaron en su residencia y no le dejaban circular hacia el Hospital, que tanto amó, llegó la hora de jubilarse como director, pero voluntariamente llevó salud al Centro de Potrerillos Abajo todos los jueves que pudo. Sus consultas se llenaban, así como su residencia de Bajo Mono, en Boquete, donde con sus manos sembró de todo y la recorría, recibiendo a las visitas con la misma sonrisa de siembre, sin su bata blanca de médico, pero con sus botas de caucho de agricultor.

Grandes tertulias pudimos disfrutar en Bajo Mono, con familiares y amigos. Su preocupación permanente fue darle al hombre su valor pleno, enseñarle a vivir con dignidad, a reclamar el respeto y el espacio que como tal merece y allí fue siempre enfático, al reiterar ‘Al hijo de la vaca, le dan una hectárea para que viva, ¿cuánto le dan al hijo del hombre?’. José Renán Esquivel, como digno agricultor chiricano, orgulloso de suelo, liptos blancos y sus cosechas, así como de la piedra volcánica de su cocina que ‘de día enfría y de noche calienta’, terminó sus días en el Hospital Regional Rafael Hernández, mandando el mensaje de que siempre creyó en las instituciones del Estado.

El ‘gran paisano’, aquel de la bata blanca, la cabeza calva y su grandes ojos azules, ya no lo veremos más ni por las salas, ni por las fincas, pero sí sus mensajes y quienes lo recuerdan con cariño serán muchos, dentro y fuera de Panamá.

*PERIODISTA CHIRICANA.

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