• 29/03/2014 01:00

Apología del castigo

... tendremos que inventar un nuevo imaginario, no solo del sistema penal, sino de nuestro mundo actual.

Plon, la editorial francesa, acaba de publicarle a Emmanuel Jaffelin, filósofo invitado durante el VIII FYL, el título que lleva este escrito.

En entrevista, que tuvo a bien compartir Brigitte Lahaye, la insigne periodista, lo interroga sobre esta nueva aventura, de la cual quiso compartir con nosotros algunas primicias en la Mesa Redonda que animara en aquella pasada feria. Nos habló de su labor de enseñanza de la Filosofía en cárceles francesas, su experiencia con grupos de ‘originarios’ en Brasil, México y Panamá, de su visita a los ‘centros penitenciarios’ La Joya y La Joyita.

Esta ‘Apología’ quiere ser un ‘discurso amoroso’ sobre el castigo. Se lo opone a la violencia y al maltrato. Todo lo cual nos lleva a identificar a un sistema carcelario que ‘castiga mal’, porque ‘piensa mal o no sabe pensar (lo)’.

‘Quien quiere bien, castiga bien...’, dice un proverbio de la Edad Media. No se me olvidará la dura discusión que siguió a la exposición de Jaffelin, sobre todo entre los (as) abogados (as) presentes en la Mesa Redonda. Profesionales del Derecho, deformados (as) talvez por no poder salir de los legalismos, les costaba ver la línea que separa castigo de pena o cosa juzgada.

En la entrevista, Jaffelin se queja de la falta de árbitros, con excepción del deporte, para reparar las rupturas del tejido social que se hacen constantemente, una vez se ha dejado en manos del Estado el monopolio de la legítima violencia. Urgencia más que jurídica, moral, dirá... Resulta impensable que no exista —no creo que estaba pensando en la Corte Penal Internacional— manera de arbitrar conflictos frente a Estados ‘voyous’ —maleantes—...

Un preso se suicida cada tres días, de entre los más de 600 000 encerrados en las cárceles francesas. Lo cual nos lleva a cuestionar el sistema carcelario dentro de la perspectiva de construcción de una sociedad perversa o pervertida que engendra sufrimiento y, finalmente, muerte.

¿Habría necesidad de castigar en un mundo movido por el amor, la compasión y la misericordia? Si todos fuéramos buenos, ¿seguiría habiendo necesidad de castigar? Y... de hecho... ¿la hay? Antonio Gramsci llegó a afirmar que su cárcel era su ‘pena’... Es decir, ni siquiera supieron castigarlo... El castigo se convierte de hecho en ‘la parte más oculta, yo diría invisible, del proceso penal’. Por ello, la justicia no toma sobre sí públicamente esta parte de violencia engendrada por el Estado. Es que si matas, el Estado y su ‘justicia’, también matan.

Escuchemos al asesino de los Clusters en Sangre Fría de Truman Capote, contarnos cómo le duele esta ‘parte oculta’ y por qué: ‘Hay más cosas que quisiera decirle, pero tengo miedo de que mi familia se entere. Porque me avergüenzo más de esas cosas, que de ser ahorcado...’. ¿De qué servirá entonces matar a quien mata?

El castigo se mueve en un terreno que cubre desde arte de sensaciones insoportables, ¡que no quiero verla!, hasta una economía de supresión de derechos. (Diputada venezolana teniendo que entrar, como me lo permitiera el exembajador Cochez para participar, sin derecho a voz, en una sesión del Comité Permanente, como miembro de la Delegación de Panamá ante la OEA; para Machado, ya sabemos las consecuencias...).

Buscando los dos puntos extremos, que dicen, se tocan, se intentará a como dé lugar escapar a ‘los tormentos que flagelan los cuerpos’. Y se logró una convención para abolir la tortura y toda forma de tratamiento degradante (tradúzcase, de cuerpos). Porque, quien dicta la pena ‘se lava las manos’, para aliviar el castigo o, aliviar el peso de la responsabilidad que tendrá que cargar, junto con el ‘condenado’.

Como un salchichón bien seco, la humanidad ha sido cortada en rodajitas, unas más gorditas y apetitosas que otras..., pero rodajas, al fin. Jaffelin apunta al caso de la niñez (l`enfant), a quienes se les ha dado toda clase de derechos... alargándolos en edad desde 0 hasta 30 años... El mismo concepto es resultado de una construcción puramente social, invento para justificar ‘la mauvaise histoire’, la historia de los malos... que los hacen trabajar, los abandonan en las calles, etc.

Definitivamente que tendremos que inventar un nuevo imaginario, no solo del sistema penal, sino de nuestro mundo actual. Es más, considero que la urgencia, no es la ètica... es la Filosofía, la ùnica que puede ayudarnos a repensar los podridos parámetros de toda la maleantería incrustada como modelo a imitar.

FILÓSOFA

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