• 03/06/2016 02:01

¿Invasores o personas con derecho a una vivienda?

¿Cuáles son esas barreras? La discriminación, la exclusión, la negación de derechos y oportunidades

María, mujer de 31 años, madre de 4 hijos, trabaja de lunes a sábado, de 8 a 5 de la tarde. Al finalizar, vuelve a su casa, comparte con su familia, ayuda a sus hijos con la tarea escolar, a veces le toca cocinar la cena, a veces lo hace su marido. Sueña con construir un futuro para sus hijos, que estos terminen el colegio, vayan a la universidad y tengan una vida mejor que la de ella. María, estoy segura, se parece a miles de mujeres panameñas que tienen una familia, salvo por una característica: vive en un asentamiento informal (como otras tantas, pero menos que las mencionadas anteriormente). Solo por esa diferencia, María es tildada de ‘invasora ' y, por discursos intencionados* que se han construido socialmente en torno a esa palabra y esa situación, es considerada ‘juegavivo ', ‘que quiere todo gratis ', ‘que no trabaja '.

La realidad en la que vive María es igual que la de muchas familias panameñas. Una realidad cargada de prejuicios y estereotipos arraigados en actitudes y actuaciones cotidianas, que llevan a generalizaciones y etiquetas que representan solo un aspecto de su situación, y eso mismo es lo que lleva a identificar a María y a otras tantas personas como inferiores, entre otros términos descalificativos. Mientras continuemos haciendo uso de estas palabras y no podamos erradicar las discriminación de nuestro discurso, la tarea de lograr el respeto a la garantía de los DDHH en la sociedad será sumamente complicado.**

Hoy Panamá está entre los 6 países más desiguales de la región (Banco Mundial, 2015), y esta desigualdad encuentra su mayor expresión en los asentamientos informales: en las familias que viven allí porque no pueden acceder a una vivienda, a un suelo en el área metropolitana de Panamá. Y es una desigualdad que se intensifica cuando creamos barreras discriminatorias que nos impiden ver más allá de los estereotipos, interactuar con quienes viven en esta realidad y comprenderlas(os). Y es necesario que los comprendamos, porque es necesario (y urgente) que encontremos soluciones integrales que permitan, no solo, superar esta situación de informalidad, sino evitar que vuelvan a existir vulneraciones a derechos básicos, como la vivienda, en nuestro país.

María vive en un asentamiento informal desde hace 8 años. Antes de ello pagaba un cuarto de alquiler: un cuarto de 3mx3m, sin agua, donde convivían 4 personas y compartían una letrina con otros 8 cuartos más. Decidió dejar el lugar inhumano donde vivía para poder invertir en la educación de sus hijos. Como no es ‘sujeto de crédito ', porque no llega cumplir los requisitos que el banco solicita, no pudo acceder a una casa de barriada. El ingreso familiar no es suficiente para aspirar a tarifas preferenciales o subsidios similares. Por ello, María tomó la decisión de vivir en un asentamiento informal. Al principio su casa eran cuatro palos, con una lona. Hoy, luego de 8 años, ya no vive sobre la tierra y el hogar tiene cimientos sólidos. Además, luego de tantos años, los/as vecinos/as ya se conocen, han generado un tejido social fuerte que les ha permitido organizarse y generar soluciones concretas a sus necesidades. La consolidación del asentamiento es el resultado de procesos de construcción social del hábitat, de jornadas de trabajo y de sueños comunes.

Las palabras ‘invasores ', ‘precaristas ' nos crean, en el inconsciente, una imagen concreta con asociaciones específicas que encasillan a quienes viven en una situación de informalidad y que no solo trae consecuencias en la comprensión de la misma, sino que genera barreras ‘invisibles ' a quienes son etiquetados de esta manera. ¿Cuáles son esas barreras? La discriminación, la exclusión, la negación de derechos y oportunidades.

Es imprescindible que hagamos del principio de no discriminación (principio sobre el cual se define la teoría de los DDHH) un eje central de nuestras prácticas cotidianas, para entonces poder afirmar que vivimos en un país respetuoso de los DDHH. Es necesario que nos dispongamos a cuestionar nuestras acciones y expresiones, para erradicarlas de nuestra vida cotidiana. Esto requiere conciencia, esfuerzo y, sobre todo, empatía con los/as otros/as. No es fácil, no claro, pero si nos acercamos, si conocemos a quienes viven en los asentamientos informales, si creamos relaciones horizontales reales (no a través de los medios, de otros o de prejuicios) será mucho más fácil.

Te invito a ir, un domingo cualquiera, a un asentamiento a conocer las familias, los proyectos que han autogestionado y, estoy segura, la visión sobre esta problemática cambiará. Te invito a conocer a las cientos de ‘María ' que viven en estas comunidades, que madrugan, mandan a sus hijos a la escuela, salen a trabajar, comparten con su familia al regreso y, los domingos, no descansan, los dedican al trabajo comunitario, esperando que sus hijos/as no tengan que pasar por esa situación. Porque sus hijos, dice María, irán a la universidad, tendrán trabajos formales, estables que les permitirán acceder a una casa de barriada. Claro, si la discriminación de la sociedad por venir de un asentamiento no los limita.

*Michel Focault. (1966). Las palabras y las cosas ; **Abraham MAGENDZO, DISCRIMINACIÓN NEGATIVA: una práctica social cotidiana y una tarea para la educación en Derechos Humanos.

DIRECTORA DE COMUNICACIONES DE TECHO EN PANAMÁ.

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