• 07/04/2018 02:02

¿Qué somos y a dónde iremos?

‘En otros tiempos, el público culto asistía a las exposiciones de arte con el fin de solazar su espíritu con el espectáculo de la belleza; era un paréntesis de reposo estético [...]'

Se expresa con frecuencia el concepto de que estamos atravesando una época de transición. El sentenciado no es justo: toda época es de transición porque todo instante en la vida de los pueblos es un anillo que enlaza el pasado con el futuro. La continuidad histórica no presenta jalones definidos como los que separan las zonas geográficas a los territorios nacionales.

Pero estamos viviendo sí un momento dramático de la cultura; no es solamente el ocaso de las formas de la civilización occidental; no es únicamente el desplazamiento de las corrientes culturales del caduco mundo europeo; es la transformación fundamental de los valores en que se apoyaba la vida de correlación de aquellos grupos humanos.

La enunciación del ocaso de la cultura de Occidente habría sido incomprensible en las postrimerías de la pasada centuria. Hoy es un lugar común en la literatura sociológica y un fenómeno que se nos entra por los cinco sentidos cuando volvemos a tomar contacto con las ciudades europeas.

¿Pero esta profunda crisis indica un desplazamiento hacia el continente americano, es un nuevo caso de transculturación semejante al que pertenecieron los tiempos antiguos cuando los artistas griegos de la decadencia abandonaban los ‘caminos de Paros' en busca de las playas de Bizancio?

Para pensar en la última hipótesis, existen signos cargados de honda preocupaciones, cuya presencia no es notoria únicamente en los conturbados pueblos euroasiáticos sino también en los americanos de uno a otro polo.

Así, en lo económico , esa intensa y febril disputa de los primordiales elementos de subsistencia humana que parece indicar el principio de las predicciones maltusianas.

En lo político , ese permanente desasosiego de facciones y partidos que produce el frecuente derrocamiento de los Gobiernos, la laxitud de las autoridades, el aflojamiento de las normas y la inestabilidad de las instituciones.

En lo social , el creciente imperio de nuevas formas de demagogia, la recrudescencia de la contienda clasista, el desconocimiento de las categorías intelectuales, la desmoralización del trabajo, el espíritu de lucro, el dominio de la mala fe en las relaciones laborales, la hermética incomprensión de los de arriba y la envenenada subversión de los de abajo.

En lo estético se acusa la caótica crisis de nuestro tiempo por algo que no podría llamarse simplemente espíritu iconoclasta sino más bien ‘antiesteticismo premeditado'. Sería difícil entender si las tendencias actuales de la producción artística, especialmente en el campo de las artes plásticas, responden a una pueril preocupación de originalidad o son fruto de un espíritu enfermo, irremediablemente enfermo y agotado. Es acaso todo ello, pero sobre todo algo que no aparece sino en los momentos históricos en que el espíritu creador parece que haya dado de sí todo cuanto podía y se doblega rendido y amargado; es la impotencia.

Esta impotencia de creación, esta carencia de genialidad y de personalidad, se disimula bajo las más extravagantes formas de expresión. La ignorancia de la técnica del dibujo produce la monstruosa deformación de las figuras y a ello se atribuye una oculta intención subjetivista. El llamado surrealismo intenta llevar al convencimiento general la existencia de un valor intrínseco en las masas, líneas y colores independientemente de toda intención representativa; la pintura perdería de esta manera su objetivo específico para convertirse en una modesta servidora de la arquitectura y de la geometría del espacio. Ello equivaldría a afirmar que el lenguaje humano –instrumento por excelencia de la expresión de ideas y sentimientos— pudiera tener en cuanto a simples sonidos articulados, pero inconexos, un valor estético en sí, independiente de su valor representativo, tanto vale decir, sugestivo o descriptivo de contenidos mentales, de estados anímicos o de correlaciones entre el hombre y la naturaleza.

En otros tiempos, el público culto asistía a las exposiciones de arte con el fin de solazar su espíritu con el espectáculo de la belleza; era un paréntesis de reposo estético en medio de la cotidiana monotonía. Hoy, se entra a las galerías pictóricas a recibir el impacto de lo desagradable en todas las modalidades y se sale con una sensación de fastidio y repugnancia ante el espectáculo de la fealdad desafiante.

PEDAGOGO, ESCRITOR Y DIPLOMÁTICO.

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