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- 17/01/2020 00:00
Ante la presente desunión politico-económica de Latinoamérica
Algunos de nuestros honestos pensadores políticos no ven salida a los problemas y crisis en nuestro sub-continente. Esto sucedía ya a mitad y fines del siglo pasado, como nos demuestra el suicidio de Eduardo Chibás (admirado por Fidel Castro en su juventud) en medio de un popular programa radial en Cuba en 1951. Muy parecido resultó también el suicidio político del conocido escritor Carlos Rangel en Venezuela en 1988.
Otros, con posiblemente parecida buena fe, incluso encuentran expedito culpar a otros, especialmente a Norteamérica, por nuestros males endémicos. El problema con esta tesis es que mientras nuestra colonización se inicia a finales del Siglo XV, la de los Estados Unidos y Canadá, apenas se inicia a comienzos del Siglo XVII. ¿Cómo entonces culpar de nuestros males de siempre a quienes llegan a las costas del Atlántico tantos años después?
Más todavía, resultó muy diferente la Europa que en aquellas épocas se trasladaba al Nuevo Continente. Bien se ha dicho que en el Norte, a diferencia de nosotros, la colonización precedió a la muy posterior conquista de sus territorios hacia el centro, oeste y sur de sus colonias iniciales. Estas y muchas otras consideraciones político-económicas, históricas y hasta religiosas deberán tener presentes las generaciones que en el futuro se aboquen al estudio serio e independiente de nuestras realidades, sobre todo políticas.
Cuando escribía mi libro Los Estados Unidos del Norte y Los Des-unidos del Sur (Paralelismo Histórico y Lecciones en Teoría Política) pensaba que el mismo año (1492) en que culmina la Reconquista del Sur de España y se produce el Descubrimiento de América, se daba el siguiente fenómeno: Los soldados que habían concluido la larga lucha contra el Islam, se subirían en los mismos caballos, pero entonces para seguir su nueva lucha contra los nuevos incrédulos indios americanos.
Y no debemos olvidar que la necesidad de la guerra constante, confirió desde un principio al vasallo-soldado un status privilegiado frente a los trabajadores del campo. ¿Será esta la razón para que muchos continúen en la búsqueda del “Dictador Benévolo” y del “Cesarismo Democrático? No olvidemos tampoco que, desde entonces, la fidelidad del señor a sus deberes se presumía jurídicamente condición contractual para la fidelidad del “populus”.
Ya en la antigüedad los ciudadanos libres dependían del trabajo de los esclavos. Los nobles considerarían desde siempre la noción del trabajo en general, como indigna de hombres libres y únicamente los más dotados podían aspirar al “ocio creador”, generalmente en las artes y las letras.
Por otra parte, entre los valores culturales de carácter feudal que España traslada a Hispanoamérica se encuentran el prejuicio contra el trabajo manual y contra la ganancia pecuniaria. Igual sucedía con la condena a la usura, que se extendía a cualesquiera intereses devengados por financiamientos y préstamos, indispensables por lo demás para la industria, el comercio y los negocios en gran escala.
No menos cierto es que España en general y Castilla, en particular, contaron en el Siglo XIII con Alfonso X “El Sabio”, llamado “El Rey de Tres Religiones”, quien invitaba y consultaba a eruditos cristianos, hebreos y musulmanes, con independencia de sus creencias religiosas. Pero para el Siglo XVI, Juan Luis Vives, máximo exponente de la Edad de la Razón en España, consideraba peligroso exponer sus opiniones, por lo cual se radicó en el exterior y se dedicó a la enseñanza en Inglaterra, Francia y Bélgica.
En un salto del calendario, ¿podemos dar por cierto que en el mundo más desarrollado políticamente el ideal de la Democracia se dé por descontado? Por otra parte, la evolución resultó muy diferente de Inglaterra. Sobre todo a partir de la Reforma y el Renacimiento (ambos disputados por la Corona Española de los Siglos XVI y XVII). Por ello se desemboca para la época (1642-1651) en la políticamente muy consecuente Guerra Civil, liderizada por Oliver Cromwell, del triunfante Parlamento contra La Corona.
Recordemos que al extenderse desde Italia el Renacimiento, que pretendía sustituir a Dios por el hombre como centro del Universo, España reaccionó contra lo que, en conjunto, consideraba herejías. ¿Acaso no hemos pretendido arrancar de raíz, sin lograrlo, nuestro pasado político? ¿Acaso, en fin, no seguimos siendo, en lo positivo y negativo, “España sin Europa”?
En todo caso, y de cara al futuro, permítaseme reproducir a continuación algunos pensamientos pertinentes:
Disraeli – “Ningún gobierno es seguro sin una oposición formidable”. Tal vez por ello nos expresaba el profesor José Isaac Fábrega en el prólogo de mi ensayo Aquí Europa, “aquella diciente y magna resolución de la Cámara de los Comunes en el año 1886… Desde la fecha de hoy no habrá más partido de oposición a Su Majestad. Será por siempre la oposición de Su Majestad. ¡Qué país de países este de Inglaterra en que la oposición es consagrada oficialmente como esencia del Gobierno!”.
Bertrand Russell – “El problema en este mundo consiste en que los estúpidos son testarudos hasta más no poder, y los inteligentes están llenos de dudas.”
Simón Bolívar – “La continuación de la autoridad en un mismo individuo frecuentemente ha sido el término de los gobiernos democráticos…”.
Lord Acton – “Todo poder tiende a la corrupción y el poder absoluto corrompe absolutamente.”
Abraham Lincoln, en su muy breve definición de la Democracia en el Siglo XIX, la caracteriza como “El gobierno del pueblo, para el pueblo y por el pueblo.”
Gregorio Marañón – “La Revolución es una enfermedad social”.
Y, finalmente, Aristóteles – “La mejor comunidad política está formada por los ciudadanos de la Clase Media.”